Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús
En la escuela del Corazón de Jesús se
aprende la obediencia, la humildad, la dulzura y, sobre todo, la caridad.
A esta virtud son dedicadas larguísimas
páginas de exhortaciones, cartas y recomendaciones. La caridad se entiende “hacia
Dios y hacia el prójimo”. La caridad hacia Dios se identifica con tantas
enseñanzas que Madre Cabrini ofrece hablando de la fidelidad y de la
correspondencia que se debe a un Dios que nos ama tanto y que nos quiere llenar
de amor; en la escuela de su Corazón no se puede aprender otra cosa que a amar
y este amor se expresa dándolo a conocer y amando:
“Busquemos
el camino directo y seguro de la perfección, animándonos a la verdadera caridad
hacia Dios y hacia el prójimo, más aún, que una no esté nunca separada de la
otra, y tratemos de atraer al Corazón de Jesús a cuantas personas tenemos
cerca, siendo precisamente éste el objetivo de la vida de la Misionera, de la
Esposa de Jesús.”[1]
Y precisamente porque el amor de Dios no
puede estar separado del amor al prójimo, es por lo que Madre Cabrini termina
cada exhortación a la caridad especificando “del Corazón Santísimo de Jesús”.
Madre Cabrini incluso habla del arte de amar a Jesús, como la clave de
toda sabiduría:
“Dentro
de poco más de un mes, tendré el gusto de reencontrarme con vosotras y alimento
la esperanza de que cada una me habrá preparado especiales consuelos mediante
el estudio asiduo de un año en el gran arte de amar a Jesús, que es la clave de
toda sabiduría, y que Jesús, tan bueno con quien desea amarlo, ciertamente os
habrá recompensado haciendo fecundar en vosotras aquellos gérmenes que en
vuestros corazones ha puesto la firme voluntad de querer avanzar cada vez más
como esposas fieles en el camino de la perfección, conformándoos de aquella
robusta y sólida virtud que, si a todas las religiosas les es necesario, mucho
más lo es a las Misioneras que por su vocación han sido llamadas a santificar
el mundo.”[2]
No significa una caridad de simple
compasión o deber:
“Las
almas unidas en caridad descansa plácidamente en Dios y esperan, confiadas,
grandes y numerosas gracias de la bondad divina. Las almas unidas en caridad
son magnánimas y generosas, porque son como llevadas por Dios; alzan siempre el
vuelo con su espíritu: llega el alma hasta el cielo, se echa a los pies del
trono de Dios, y Dios, complaciéndose en ella, la colma de las más selectas
gracias. ¡Ea pues! hijas, seamos caritativas, amémonos las unas a las otras en
la santa delicia del Corazón adorable de Jesús: sacrificaos de buen grado y
continuamente por vuestras Hermanas; sed con ellas siempre dulces, nunca
ásperas y bruscas o resentidas, sino plácidas, bondadosas y dulces. Rivalizad
en ver quién sabe esparcir mejor mayor cantidad del aceite de suavidad y de
bálsamo calmante. Sabed, con la piedra preciosa de la caridad del Corazón de
nuestro Jesús, aliviar los dolores, curar las llagas, cicatrizar las heridas,
consolar en las tribulaciones, fortalecer a los temerosos. Amad el bien de
vuestras Hermanas, y no envidiéis a ninguna, compadecedlas en sus miserias.
¡Qué hermoso espectáculo, hijas, ver a tantas almas, de diversas naciones y de
diversas lenguas, todas unidas en la misma familia religiosa, vinculadas todas
por un nudo mucho más fuerte que el del parentesco: el vínculo suave de la
dulce, sublime caridad del Corazón Santísimo de Jesús!
Amaos
todas en el Corazón adorable de Jesús en santo afecto, como los santos del
cielo, que del resto se encargará el buen Dios. Aprended la caridad, amad en
caridad, la caridad se adueñe de vuestras almas, y entonces podréis
gloriosamente repetir: Dotavit me Deus dote bona (Dios me dio una buena dote).”[3]
También la disponibilidad para el amor en
las respuestas a las necesidades de los otros, en el escuchar la voz de los
pobres, de los marginados y desheredados, es posible cuando estamos atentas a
vivir según los criterios del Reino:
“Aquello
que por nuestra condición de mujeres no nos es lícito hacer a gran escala
ayudando a resolver importantes problemas sociales, en nuestro pequeño círculo
se hace en cada Estado, en cualquier ciudad donde están abiertas nuestras
casas. En ellas acogemos a los huérfanos, los enfermos, los pobres; se instruye
a millares de niños, y no solamente esto, sino que es inmenso el bien que se
hace mediante el contacto con el pueblo que tales instituciones le facilitan a
las Hermanas de la colonia.”[4]
Es una caridad que perdona, que ama
profundamente incluso cuando uno puede ser lastimado por las heridas que pueden
provocar el comportamiento de los demás. La enseñanza de Jesús es muy exigente
y se ve en las relaciones con los demás. Una Hermana, que le había dado algún
disgusto y luego dejó la Congregación, arrepentida, había escrito sobre su
deseo de volver. Así responde Madre Cabrini:
“Ven,
ven a los brazos de la Madre que el Corazón Santísimo de Jesús te ha dado en
religión, ven y no temas que el Corazón de Jesús acoge a los corazones
arrepentidos que vuelven a Él. Ven y olvidaremos todo el pasado, tú de ahora en
adelante no pienses más que en ser buena religiosa, observante, verdadera
Esposa de ese querido Jesús que tanto te había privilegiado y que todavía ahora
te privilegia volviéndote a llamar a sus brazos amorosos para cerrarte para
siempre en su Corazón Divino.
Ven,
hija mía, ven enseguida que suspiro por darte el abrazo del perdón; sí, hija
amada, no sólo te perdono sino que olvidaré todo y, aquel amor que he tenido
siempre hacia ti, todavía lo encontrarás, no temas. Agradece al Corazón
Santísimo de Jesús que te ha privilegiado volviéndote a llamar. El buen Jesús
te bendiga y te traiga aquí, al lugar en el que encuentres tu descanso.”[5]
[1]
Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 102
[2] Cfr.
“Epistolario”, Vol. 3°, Lett. n. 987
[3] Cfr.
“Entre una y otra ola”, pág. 182-184
[4] Cfr.
“Entre una y otra ola”, pág. 549
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