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jueves, 26 de diciembre de 2019

"Suene, suene tu voz..." (7ma y última parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús




La voz de Jesús se escucha por lo tanto, no sólo en la profundidad del propio corazón donde Él “habita como en un trono”, sino también en los criterios de su Evangelio, en las bienaventuranzas, en los sufrimientos de la humanidad, en la miseria moral y material de la gente. Una escucha sólo intimista no sería aquella de la que habla Madre Cabrini. Una característica de su espiritualidad es la concreción del amor, un amor siempre abierto a las necesidades de los demás, siempre dispuesto a “hacer algo”, un amor siempre dispuesto a dar la vida.

“Recordadlo siempre, hijas, que vosotras sois los ángeles custodios de la tierra, y estad prontas a volar donde la obediencia os lleve sobre los vastos campos de la caridad. Sea vuestra vida un perenne sacrificio de vosotras mismas en beneficio de la familia humana, y vuestras delicias sean trabajar mucho, orar mucho y renovar siempre vuestro ofrecimiento como víctimas de expiación y de reconciliación entre el cielo y la tierra.”[1]

La escucha de la voz del Esposo que habla, que sugiere, que sostiene, está estrechamente unida al discernimiento, a la búsqueda constante de la voluntad de Dios. Esta voluntad requiere el amor, y un corazón totalmente libre de otros intereses fuera de los de Dios:

“... pero mirad que para sentir y entender la voz de Jesús no debe estar en el ánimo el estruendo de las pasiones, de otra manera realmente lo confundiréis con un hortelano o un deshollinador.”[2]

La voluntad de Dios, si se busca con las debidas disposiciones y con la pureza de intención que propone Madre Cabrini, deja siempre una gran paz en el corazón.

“Tu voz es potente, Jesús mío, y el seguirla produce tal paz, tal suavidad, tal gozo que el alma queda toda inundada. Sagrado océano de santo Amor…, yo me sumerjo toda en ti. Mar de inmensa alegría, guía como quieras, cual piloto soberano mi barquilla y transpórtame adonde quieras, para que pueda servirte de alguna manera y consolar tu Divino Corazón; de lo demás no me preocuparé, ni temeré nada siendo Tú el que me mueve.”[3]

La voz de Dios es siempre portadora de amor, aun cuando sea muy diferente de nuestras expectativas. De sus Pensamientos y Propósitos recabamos una atención especial a la santa indiferencia, o sea, a la disposición del corazón de “querer sólo lo que Dios quiere”:

“Una vez conocida la voluntad de Dios en el grado de virtud y santidad, no seré reacia, sino un alma ágil para llevarla a cabo, desconfiando de mí misma y confiando en Aquel que se dignó inspirármela.”[4]

“Debo y quiero someterme en todo y en todas partes a la santísima voluntad de Dios, reconociéndola en todos los acontecimientos prósperos o adversos, de cualquier parte o persona que me vengan.”[5]

“Sin una atención especial sobre la santa indiferencia no podré llegar a esa perfección que Dios quiere de mí. La santa indiferencia debo tenerla en todo y especialmente cuando se trata de elegir entre una cosa y otra, para no dejarme llevar nunca de mi inclinación, sino sólo de la voluntad de Dios y de su gloria, que estoy obligada a procurarle en todo tiempo y de todos modos.”[6]

Madre Cabrini propone aprender en el Corazón de Jesús esta paz y serenidad que deriva del estar abandonadas a su amor misericordioso, y de este modo sugiere el secreto de la confianza de la que se hablará a continuación. Obediencia, escucha, disponibilidad para seguir los designios de Dios con nosotras, son pasos que conducen a la realización del proyecto de Dios.
En una felicitación de Navidad en 1913, Madre Cabrini deseando la paz dice así:

“Pero ¿cómo vosotras, hijas, tendréis esta paz envidiable? La tendréis llegando a recibir todas las cosas que suceden, tanto grandes como pequeñas, como regalos de Dios y poniendo toda vuestra satisfacción en el hacer el deseo de Dios. Esta total conformidad al querer de Dios, este abandonarse totalmente en el seno de su bondad, hacen al alma partícipe, en cierto sentido, de dos atributos propios solamente de Dios, a saber: el de la impecabilidad y el de la infalibilidad.
De hecho, como cuando se licuan dos ceras, se mezclan la una con la otra de tal manera que parece una sola; así el alma, a través de la perfecta conformidad al querer de su Dios, se convierte en una cosa sola con Él. Al hacer su Divina Voluntad se sigue la guía de la Divina Sabiduría que no puede equivocarse y obra según la regla de la infinita santidad.”[7]

Y sobre todo, para cumplir la misión hay que escuchar y ejecutar:

“Toda palabra del amadísimo Jesús es de una incalculable importancia; toda indicación del Esposo es una ley para el alma amante, la cual parece tener alas en los pies para volar a donde el Esposo quiere.”[8]

En la escuela del Corazón de Jesús se aprende a elegir siempre lo que le es más grato a Dios y, cuando la voluntad del Maestro es tan explícita, se debe seguir sin dudar: “ardientemente, velozmente”.



[1] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 414
[2] Cfr. “Epistolario”, Vol. 1°, Lett. n. 156
[3] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 139
[4] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 115
[5] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 100
[6] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 137
[7] Cfr. “La Stella del Mattino”, pág. 188-189
[8] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 183-184

El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí


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