Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús
La voz de Jesús se escucha por lo tanto, no
sólo en la profundidad del propio corazón donde Él “habita como en un trono”,
sino también en los criterios de su Evangelio, en las bienaventuranzas, en los
sufrimientos de la humanidad, en la miseria moral y material de la gente. Una
escucha sólo intimista no sería aquella de la que habla Madre Cabrini. Una
característica de su espiritualidad es la concreción del amor, un amor siempre
abierto a las necesidades de los demás, siempre dispuesto a “hacer algo”,
un amor siempre dispuesto a dar la vida.
“Recordadlo
siempre, hijas, que vosotras sois los ángeles custodios de la tierra, y estad
prontas a volar donde la obediencia os lleve sobre los vastos campos de la
caridad. Sea vuestra vida un perenne sacrificio de vosotras mismas en beneficio
de la familia humana, y vuestras delicias sean trabajar mucho, orar mucho y
renovar siempre vuestro ofrecimiento como víctimas de expiación y de
reconciliación entre el cielo y la tierra.”[1]
La escucha de la voz del Esposo que habla,
que sugiere, que sostiene, está estrechamente unida al discernimiento, a la
búsqueda constante de la voluntad de Dios. Esta voluntad requiere el amor, y un
corazón totalmente libre de otros intereses fuera de los de Dios:
“...
pero mirad que para sentir y entender la voz de Jesús no debe estar en el ánimo
el estruendo de las pasiones, de otra manera realmente lo confundiréis con un
hortelano o un deshollinador.”[2]
La voluntad de Dios, si se busca con las
debidas disposiciones y con la pureza de intención que propone Madre Cabrini,
deja siempre una gran paz en el corazón.
“Tu
voz es potente, Jesús mío, y el seguirla produce tal paz, tal suavidad, tal
gozo que el alma queda toda inundada. Sagrado océano de santo Amor…, yo me
sumerjo toda en ti. Mar de inmensa alegría, guía como quieras, cual piloto
soberano mi barquilla y transpórtame adonde quieras, para que pueda servirte de
alguna manera y consolar tu Divino Corazón; de lo demás no me preocuparé, ni
temeré nada siendo Tú el que me mueve.”[3]
La voz de Dios es siempre portadora de
amor, aun cuando sea muy diferente de nuestras expectativas. De sus
Pensamientos y Propósitos recabamos una atención especial a la santa
indiferencia, o sea, a la disposición del corazón de “querer sólo lo que
Dios quiere”:
“Una
vez conocida la voluntad de Dios en el grado de virtud y santidad, no seré
reacia, sino un alma ágil para llevarla a cabo, desconfiando de mí misma y
confiando en Aquel que se dignó inspirármela.”[4]
“Debo
y quiero someterme en todo y en todas partes a la santísima voluntad de Dios,
reconociéndola en todos los acontecimientos prósperos o adversos, de cualquier
parte o persona que me vengan.”[5]
“Sin
una atención especial sobre la santa indiferencia no podré llegar a esa
perfección que Dios quiere de mí. La santa indiferencia debo tenerla en todo y
especialmente cuando se trata de elegir entre una cosa y otra, para no dejarme
llevar nunca de mi inclinación, sino sólo de la voluntad de Dios y de su
gloria, que estoy obligada a procurarle en todo tiempo y de todos modos.”[6]
Madre Cabrini propone aprender en el
Corazón de Jesús esta paz y serenidad que deriva del estar abandonadas a su
amor misericordioso, y de este modo sugiere el secreto de la confianza de la
que se hablará a continuación. Obediencia, escucha, disponibilidad para seguir
los designios de Dios con nosotras, son pasos que conducen a la realización del
proyecto de Dios.
En una felicitación de Navidad en 1913,
Madre Cabrini deseando la paz dice así:
“Pero
¿cómo vosotras, hijas, tendréis esta paz envidiable? La tendréis llegando a recibir
todas las cosas que suceden, tanto grandes como pequeñas, como regalos de Dios
y poniendo toda vuestra satisfacción en el hacer el deseo de Dios. Esta total
conformidad al querer de Dios, este abandonarse totalmente en el seno de su
bondad, hacen al alma partícipe, en cierto sentido, de dos atributos propios
solamente de Dios, a saber: el de la impecabilidad y el de la infalibilidad.
De
hecho, como cuando se licuan dos ceras, se mezclan la una con la otra de tal
manera que parece una sola; así el alma, a través de la perfecta conformidad al
querer de su Dios, se convierte en una cosa sola con Él. Al hacer su Divina
Voluntad se sigue la guía de la Divina Sabiduría que no puede equivocarse y
obra según la regla de la infinita santidad.”[7]
Y sobre todo, para cumplir la misión hay
que escuchar y ejecutar:
“Toda
palabra del amadísimo Jesús es de una incalculable importancia; toda indicación
del Esposo es una ley para el alma amante, la cual parece tener alas en los
pies para volar a donde el Esposo quiere.”[8]
En la escuela del Corazón de Jesús se aprende a elegir siempre lo que le es más grato a Dios y, cuando la voluntad del Maestro es tan explícita, se debe seguir sin dudar: “ardientemente, velozmente”.
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