Capítulo 5:
El "celo devorador":
Todo a la Mayor Gloria del Corazón SS. de Jesús
La
espiritualidad que deriva de la experiencia cristiana de Madre Cabrini está
estrechamente unida a la vida y a la práctica cristiana. Como San Pablo a los
Colosenses, Madre Cabrini invita a “perseverar
en la oración” (Col 4,2). En una larga página tomada de las cartas escritas
durante sus viajes, insiste sobre la oración unida a la práctica de la virtud y
sobre todo unida a la misión de Jesús:
“Orad,
orad, sin descanso, porque la salvación de esta gente no está en la fuerza
material, ni en la vana ciencia que nubla y ciega la mente, ni en las armas, ni
en las industrias humanas, ni en los congresos estériles y diplomáticos, ni en
todo lo que sabe a mundano y terreno, sino que la gracia de su salvación debe
venir sólo del Corazón Adorable de Jesucristo, de este Corazón amantísimo del
Supremo Pastor, que ha congregado unidos a los apóstoles y ha prometido gracia
y bendición a todos los sucesores que fuesen fieles a la unión con la piedra
fundamental, el Papa. Rezad, hijas, rezad mucho por nuestras Hermanas que se
hallan en las diversas misiones de los Estados Unidos, para que el buen Jesús
las asista, las ilumine y haga fecundas sus fatigas para convertir muchas
almas. Sí, rezad con gran fe en las horas de adoración, porque si nuestras
palabras no están fecundadas por Jesús, no podremos hacer nunca el bien.
La
conversión de los pecadores, la santificación de las almas no dependen de la fría
y estéril elocuencia humana y de las florituras de un estilo elegante o
rebuscado; sino que todo depende de la gracia fecundadora de Jesucristo. Sí, sólo
Jesús es la vida de nuestros santos discursos e insinuaciones; Él ilumina la
mente, conmueve los corazones, siembra las virtudes, anima a emprender obras
grandes y perfectas. Es Jesús el que, por la voz de quien enseña con celo y con
fe, obra prodigios en las almas, renueva milagros, hace maravillas. Con cuánta
sabiduría el buen Jesús penetra en el santuario de los corazones humanos.
Respeta, eso sí, la libertad de todos, ilumina con la verdad y con su luz
divina, conmueve e invita suavemente al premio celestial: sí, es Jesús, hijas mías,
nuestro amado Jesús, que con su muerte venció al infierno y al pecado, y a
quien el Padre celestial le dio como herencia todas las gentes. ¡Qué cosa tan
consoladora es pensar que nosotras y toda la gente que queremos convertir,
somos el Reino de Jesús, parte de la misión de Jesús, herencia preciosísima de
Jesús! Y qué fiesta hace Jesús por la conversión de un alma pecadora, qué alegría
experimenta su Divino Corazón, cuando recupera la oveja perdida. ¡Cuánta gloria
cuando podemos reconducir de nuevo un alma a sus brazos amorosos! Y nosotras,
¿no querremos multiplicar estas alegrías al Corazón de Jesús, procurando, sea
con la oración, sea con nuestras obras, nuevas conquistas de almas y nuevas
adquisiciones de corazones que le amen mucho? Imitemos la caridad del Corazón
adorable de Jesús en la salvación de las almas, hagámonos todas a todos para
ganarlos a todos a Cristo, como lo hace Él continuamente. Si obramos así, hijas
mías, ¡qué rica mies de méritos y de virtudes!; porque lo que hagamos a las
almas, Jesús lo considera como hecho a Él. Él anota en el libro de la vida
todos los trabajos, todas las penas, todas las cruces que nosotros sufrimos por
la salvación y santificación de las almas. Él anota los días, las horas y los
momentos que empleamos en este ejercicio, y todo, por la bondad soberana del
Corazón Santísimo de Jesús, algún día nos será pagado con creces. Hasta una
palabra que digamos con caridad, nos será ampliamente recompensada, porque
cualquier cosa que se hace por y con Jesús, es siempre grande.”[1]
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