Sin
dudas hoy centramos la mirada en la Cruz y en el eterno sacrificio de Amor de
Jesús. Pero también podemos reflexionar en torno a dos imágenes: “Verónica” (o
“La Verónica”) y Poncio Pilato.
Según
nos cuenta la tradición, ella limpió el rostro de Jesús en su camino hacia la
Cruz (Via Crucis) y por la suciedad (tierra, transpiración, sangre) quedaron
casi como impresos sus rasgos. El rostro del Crucificado hoy, es el de quienes
son víctimas de la violencia, la injusticia, el desprecio, la marginalidad, la
pobreza, la enfermedad, la soledad... La Cruz que cargó Jesús no pesaba tanto por
la madera, sino porque encerraba en sí los dolores de toda la humanidad, la
maldad, la falta de amor…el pecado ¡Cuántos hermanos y hermanas cargan sobre sí
cruces sin que nadie los acompañe y los libere!
El
acto de piedad de Verónica pasó a la historia, ella pudo ver más allá del “reo
a quien estaban condenando”, ella lo miró con amor y actuó. Se abrió paso entre
la multitud espectadora y, gracias a ella, Jesús pudo tener en esos instantes
de tanta crueldad, un oasis de ternura. La crisis que está atravesando la
humanidad necesita de muchas “verónicas” que se animen simbólica pero también
literalmente, a mirar con amor a quienes son condenados por la pobreza, la enfermedad,
la violencia o tantas miserias que hacen que tantos hermanos y hermanas no
vivan dignamente. Que nos animemos a dar el paso y actuar desde la
misericordia.
Y
con tanto que se nos pide lavarnos las manos, ¿cómo no mencionar a Poncio
Pilato y su tan célebre “lavado de manos”? ¡Qué paradójico! Lo que en esa
situación representó omisión, no hacerse cargo, cobardía, no comprometerse,
hacerse a un lado… hoy esto mismo es un gesto de amor, responsabilidad,
higiene, cuidado.
Sin
dudas, este Viernes Santo nos invita a hacer una opción. Que solo nos lavemos
las manos para cuidar la higiene y la salud. Que nunca nos lavemos las manos de
nuestras responsabilidades. Que nunca nos lavemos las manos a la hora de hacer
justicia, de decir la verdad, de luchar por los derechos, de expresar amor, de
dignificar al prójimo. No permitamos que la comodidad de nuestra realidad, de
nuestra casa, de nuestro “buen pasar” nos tienten a lavarnos las manos (y quizás
cerrar los ojos) para no ayudar a quienes más nos necesitan.
El
Viernes Santo encierra una Entrega de Amor. Que hoy podamos ver con ternura a
quienes están sufriendo espiritual y materialmente, corramos los obstáculos y seamos
ayuda, compromiso, dignidad…AMOR.
Paula Raiker
Profesora del Instituto Cabrini de Buenos Aires, Argentina
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