Capítulo 7:
María Santísima “Madre y Maestra”:
Una escuela de feminidad
“Jesús, al ver a su Madre
y junto a ella el discípulo
que amaba,
dijo a su Madre:
“Mujer, ahí tienes a tu
hijo”.
Después dijo al discípulo:
“Ahí tienes a tu madre”.
Y desde aquella hora
el discípulo la recibió como
algo propio”
(Jn 19,26-27)
Madre Cabrini tuvo una relación muy
privilegiada y afectiva con María Santísima, cuya devoción, unida a los temas recurrentes
de la Mariología de su tiempo, es parte integral de su espiritualidad y también
por la personalización que de ellos hizo como mujer y como misionera. Escribía
en el 1893:
“Sed
vos mi Maestra y mi guía y haced que el Espíritu Santo descienda sobre mí para
regular y ordenar todo mi interior, a fin de ser realmente templo vivo de Dios,
donde Él pueda gozar y encontrar siempre sus complacencias”.[1]
El lenguaje más bien floral que Madre
Cabrini usa hablando de la Madre de Jesús, no debe eclipsar el principal
proyecto que ella tiene cuando señala a María Santísima como Fundadora del
Instituto, Madre, Maestra y Modelo de cada Misionera del Sagrado Corazón. Tener
a María santísima como Fundadora, dejaba a Madre Cabrini tranquila sobre el
origen de su Instituto por cuya gestación debió sufrir mucho:
“¡Qué
felicidad tan grande es la nuestra al tenerla por Madre y Fundadora de nuestro
Instituto! Sí, ella ha sido la que lo ha fundado, porque mientras yo estaba
titubeando si el Señor quería o no esta obra, muchos robaban a la Virgen de las
Gracias, y yo también la rezaba y después de muchas plegarias el Obispo Gelmini
me lo mandó. El Obispo Bersani, con la suavidad propia de su carácter, me
indujo a cumplir sin dilación, y Monseñor Serrati y me echó una mano con gran
fervor y entusiasmo, por lo que me encontré implicada sin posibilidad de
echarme para atrás; por todo lo cual, de María Santísima de las Gracias surgió
el Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón.”[2]
Y si en los momentos más complejos de su
vida misionera, María Santísima aparecía como la “estrella”, “la guía segura”,
es por esto que en la espiritualidad cabriniana la Virgen venía a reforzar la
voluntad de Dios que guiaba los acontecimientos y, por lo tanto, no sólo su
persona por lo audaz y emprendedora que pudiese parecer:
“¡Qué
buena y qué amable es María! Ella es nuestra propicia estrella matutina, es
nuestra verdadera guía y conductora en todas nuestras empresas, y es por eso
que las Misioneras nada deben temer. Nuestra gran Madre Fundadora está cerca de
Dios, está próxima, más bien ligada a Dios, por consiguiente todo lo puede,
todo quiere, todo lo implora de Dios. ¡Qué grandeza de María! Ella fue
constituida por el Señor como fuente de todas las gracias, canal, acueducto
seguro de las Misericordias divinas, escalera del cielo, puerta del paraíso.
María, hijas mías, es como aquel misterioso monte santo, monte sombreado por el
Espíritu Santo, Monte de cuya cima nace un manantial de aguas límpidas que,
dividiéndose en infinidad de riachuelos, riegan todo el mundo y por tanto
nuestras casas, todas nuestras operaciones, siempre y cuando sepamos invocarla
y mostrarnos verdaderas devotas suyas, con fe grande y con la imitación de sus
bellas virtudes, dignas verdaderamente de una Misionera.”[3]
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