Capítulo 7:
Rosarios, novenas, fiestas solemnes en honor de María Santísima a pesar de la desorbitada devoción de aquel tiempo, no son importantes para Madre Cabrini si no conducen a la imitación de las virtudes de María:
“Las
demostraciones y las prácticas exteriores no son sino una vana apariencia,
cuando no son la expresión de nuestro sacrificio a Dios que debe manifestarse
en toda nuestra conducta.”[1]
“Por lo tanto, si queremos estar a la altura de nuestra misión, alejemos las ligerezas, las vanidades, y recordemos que seremos auténticas mujeres sólo cuando, teniendo presente el principal deber que nos incumbe, seamos las verdaderas educadoras de la sociedad, los ángeles de la familia, las fieles imitadores de María Inmaculada.”[2]
En cierto sentido, Madre Cabrini anticipaba lo que Juan Pablo II repetía en su exhortación apostólica Vida Consagrada hablando de la promoción de la mujer en la evangelización:
“La
Iglesia, que ha recibido de Cristo un mensaje de liberación, tiene la misión de
difundirlo proféticamente, promoviendo una mentalidad y una conducta conformes
a las intenciones del Señor. En este contexto la mujer consagrada, a partir de
su experiencia de Iglesia y de mujer en la Iglesia, puede contribuir a eliminar
ciertas visiones unilaterales, que no se ajustan al pleno reconocimiento de su
dignidad, de su aportación específica a la vida y a la acción pastoral y misionera
de la Iglesia. Por ello es legítimo que la mujer consagrada aspire a ver
reconocida más claramente su identidad, su capacidad, su misión y su
responsabilidad, tanto en la conciencia eclesial como en la vida cotidiana.
También el futuro de la nueva evangelización, como de las otras formas de
acción misionera, es impensable sin una renovada aportación de las mujeres,
especialmente de las mujeres consagradas.”
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