Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Capítulo 7:
Por último, Madre Cabrini recurre a María Santísima en los momentos del peligro, en las angustias del apostolado, y hace un llamamiento a las Hermanas a no temer, porque María es la protectora de las Misioneras como lo es de la Iglesia y de todo el pueblo cristiano. En una de sus últimas cartas, en plena guerra, escribía:
“Mientras
tanto llegamos a uno de los días más bellos que la Iglesia puede celebrar, aquí
por naturaleza de los más bellos porque los jardines y los prados están todos
en flor, día verdaderamente perfumado por la fe, el más querido porque viene
consagrado por toda la Iglesia a Aquella que, no sólo es la más bella flor
entre las flores, la más olorosa virtud angelical, la mejor fragancia que ha
salido de las manos creadoras de Dios, es nuestra querida Madre Inmaculada, la
más santa creatura, la más amable y querida por Dios y para nosotras ese título
que resume las razones y todos los deberes de nuestro corazón hacia Ella. Sí,
la Inmaculada es la querida Madre de nuestro amado Jesús y querida Madre
nuestra. Los días corren todavía oscuros y borrascosos, el cañón retumba, las
fuerzas fluyen en todas las naciones y, con nuevas energías, los aviadores no
paran un instante y afrontan nuevos peligros. Algunas veces parece que el día
de mañana quiere ser menos sangriento, pero sin embargo no es menos gris y
ferroso, con pesos graves difíciles de equilibrar, lleno de conflictos sordos y
continuos, complicado por las múltiples interferencias.
Es
como el calor y la presión de la lava que sucede al resplandor y al fragor de
la erupción, ¿qué será de nosotros al final? No nos asustemos, hijas queridas,
la altísima Providencia de Dios nos ha dado a María Santísima por Madre la cual
nos debe y nos quiere salvar. Ella ha sido siempre el Arca de la Salvación, que
surca el mar inmenso de todas las dificultades. Roguemos a María, confiemos en
Ella y para estar seguras de su protección, busquemos consolar su Corazón
materno imitando sus preclaras virtudes. María es el lirio de los valles que
vence en blancura a la nieve. María es la fuente silenciosa cuya agua nunca ha
sido agitada; un sello inviolable la ha defendido siempre de los fraudes
corrompidos, por esto, María Inmaculada nos puede dar en Jesús el agua de todas
las gracias. María es el huerto cerrado del cual se levantan los misteriosos
perfumes de las virtudes celestiales. María es como la nube de Elías que se
levanta radiante y pura de la inmensidad del mar sin tener su amargura y libra
la tierra de la sequía que la desola. María, por su virtud es una fortaleza
inexpugnable. Ella es nuestra tierna Madre, ¿de qué temeremos? Sólo debemos
temer cuando nos alejamos de sus ejemplos.”[1]
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