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jueves, 22 de abril de 2021

Hna. Virginia - Episodio 2: Gran misión en Buenos Aires (2da parte)


La Hermana Virginia había sido una de las misioneras y a partir de este acontecimiento, quedó amarrada para siempre con el barrio La Salada. Hizo carne el espíritu de Madre Cabrini y su fervor por la atención a los inmigrantes, especialmente los más pobres. Con la fuerza y el coraje apasionado, tan propio de ella, se lanzó a dedicarse a los pobladores de La Salada, sin temor y sin cálculos previos: el Sagrado Corazón y el espíritu de la Santa Madre eran su seguridad y la fuerza de su impulso.

Obviamente, dedicarse de lleno a una misión en las afueras de la Capital, tenía sus inconvenientes. En la actualidad y con las autopistas, el tiempo de llegada es breve, pero en aquella época, los veinticuatro kilómetros que separaban el barrio de La Salada del centro de la Capital, y en transporte público, se hacían considerablemente largos.

Hay que tener en cuenta algo fundamental: ella nunca descuidó su misión original en el Colegio Santa Rosa. Su día comenzaba, como el de toda la comunidad, a las cinco de la mañana, con la oración y la Santa Misa. El resto de la mañana lo dedicaba a sus clases de matemáticas, física y química y muchas veces, sin almorzar y para ganar tiempo, salía para La Salada. La mayor parte de las veces, la acompañaban alumnas de los cursos superiores.

Llevar adelante la evangelización y el progreso de cada persona y cada familia del lugar la desvelaba. Incansablemente se proponía cosas y las conseguía, y poco a poco, le fue ganando espacio al rostro horrible que siempre presenta la miseria, y lo fue cambiando.

En un momento, necesitando un espacio propio para las tareas más urgentes, consiguió un vagón de tren en desuso, los lugareños la ayudaron a adaptarlo y lo transformó en lugar de reunión. En distintos horarios congregaba allí a los niños para el catecismo, a las madres para darles nociones de puericultura y a los varones para capacitarlos en algún oficio, alejarlos de la bebida y siempre, acercar la Palabra de Dios.

Con el paso de los años, en 1970, una familia de apellido Pérez, que había recibido sus enseñanzas pero que también la había acompañado desde el principio, le cedió una parte del terreno en el que estaba su propia vivienda. Allí, con la ayuda de las Hermanas y de la gente del barrio, construyó una casilla de madera. Esta construcción, relativamente precaria pero sólida en el corazón y la convicción, se transformó en la primera escuela del lugar y recibió a chiquitos de Jardín de Infantes y a los que estaban en condiciones de cursar los primeros grados.


Buscó y consiguió ponerse en contacto con empresas que la ayudaron financieramente y también con los aportes del Instituto, fundó la Escuela Cabrini que tuvo su primera promoción en 1978.

Y ya nada la pudo detener. Levantó un salón de usos múltiples que los domingos era el lugar de la celebración Eucarística y durante la semana funcionaba como taller, centro catequístico y lugar de desarrollo de cualquier actividad que fuera útil para el progreso del asentamiento.




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