La misión
de Villa Amelia ha sido hasta el final de sus días, su desvelo. Se transparenta
en sus escritos, en sus propósitos y en sus súplicas, el ansia por lograr un
equilibrio entre la vida comunitaria y las urgencias del apostolado en el barrio;
entre el compartir tiempo y oración con las Hermanas y el correr a subsanar las
necesidades materiales y espirituales de las familias pobres que le habían sido
confiadas.
Más de una
vez le pidió a las Superioras, más bien les insistió, el establecimiento de una
comunidad pequeña capaz de insertarse y convivir en medio de esa gente, pero no
lo pudo ver en vida. La Hermana Josefina Cejas colaboró con ella mientras la
salud se lo permitió, sobre todo en la escuela, pero la comunidad quedó en su
deseo.
Solamente
después de su partida a la casa del Padre, y seguramente por su sueño hecho
intercesión ya en presencia de Dios, se estableció en el barrio una pequeña
comunidad, justamente allí, en el lugar y entre las personas por las que
Virginia hubiese dado y, en cierto modo, dio su vida.
Tal vez, la insistencia de una comunidad en el barrio tenía como objetivo, quizás inconsciente, posibilitarle a ella la convivencia y las prácticas de piedad junto a las Hermanas. No siempre llegaba a tiempo para compartir la liturgia de las horas, y eso la mortificaba mucho además de que, alguna vez, le fue reprochado.
En el retiro de febrero de 1987 escribe que debe trabajar mucho más para mantener y fortalecer el vínculo con su comunidad, porque cuando el vínculo se debilita o se corta, los proyectos misioneros dejan de ser del Instituto y pasan a ser individuales. Se propone centrarse más en su capacidad de adaptación y se repite incansablemente aquello que aconsejaba la Madre:
"El deseo de hacer penitencia para sofrenar las pasiones me parece adecuado, pero la penitencia que más me gusta para una religiosa es aquella de estar en perfecta Comunidad sin sobresalir jamás en nada"; Cartas, Vol. II, pág. 666.
Y por otro lado, aquello de:
"Trabajen con celo cada vez más creciente por el bien de las almas (...)"; Cartas, Vol., pág. 479.
¡El tan
difícil equilibrio!
Ella expresa así lo que la mortifica interiormente:
"Jesús, mi Salvador, tengo hambre de tu Palabra y también tengo hambre y sed de propagarla a todos mis hermanos, de todo el mundo. Mi hambre no se saciará hasta que en la tierra haya un solo hermano que no te conozca, ame y sirva. Piensa que eres Misionera, mensajera del Mensaje de Cristo, que es el Mensaje de salvación".
Y se lamenta:
"Jesús, me duele muchísimo que, como religiosa misionera, muchas veces pierdo la ocasión de anunciar tu mensaje, tu Buena Noticia. ¡Cuántas veces converso con mis hermanos largo tiempo y no te introduzco a Ti, aprovechando la ocasión para que te conozcan!"
Y al mismo tiempo, se exige recordar que debe:
"Fomentar la ternura en fraternidad; ser maternal, no olvidar que el contacto humano vale más que el tiempo. Cuando mi hermano me necesita no tengo que excusarme con la falta de tiempo. El afecto es una moneda que debemos hacer circular, es muy valiosa, no la pongamos a plazo fijo; debemos dar y recibir ternura. Cuando ayude a mis hermanos ofreciendo lo material que necesitan, no debo olvidarme que lo más importante es entregarle mi corazón, mi afecto, mi palabra cariñosa y llena de comprensión".
Es evidente que Virginia afinaba sus armas en los retiros, ajustaba su espiritualidad y su psiquis para salir a la misión teniendo claros los objetivos y las actitudes con las que debía acompañar sus acciones para que fuese coherente su relación, tanto con las hermanas como con las personas con las que trataba apostólicamente.
"Procuraré
en mi misión - escribe durante los ejercicios del mes de febrero de
1984 - fomentar la promoción individual y social de mis hermanos, trabajando
sin descanso, con coraje y sin miedo, por la justicia, la unidad y la paz.
Corregir el mal, pero con caridad, dulzura y comprensión. Nunca aprobaré el
pecado en mis hermanos - escribe después de meditar sobre la misericordia
del Padre - lo reconoceré, siempre condenaré el pecado, pero nunca, nunca a
mi prójimo. Pensaré en las causas que lo puedan provocar, porque no siempre es
obra de la maldad".
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