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Todos los trámites debían hacerse en
Córdoba capital, a treinta kilómetros. Atenta a todo, Matilde iba y venía. Se
fue creando un clima de familia, hacían campamentos, festejaban los cumpleaños
y se fue haciendo fraternal la relación entre los chicos. Los más grandes
cuidaban a los más pequeños y fueron tomando en serio sus responsabilidades. El
objetivo era que no estuvieran en ocio. El jardín, la huerta, la parroquia... siempre
había algo que los mantenía ocupados. En ese tiempo, un señor de Estados Unidos
hacía eventos y financiaba para los chicos las clases de inglés. Era otra
herramienta que se les ponía en las manos para que cuando fueran adultos,
pudieran integrarse con normalidad a la sociedad. También financiaba los cursos
de guitarra, folklore, de canto y de ayuda escolar con una maestra por la
mañana y otra por la tarde. Estaban en actividad constante.
También los viajes al hospital eran frecuentes. Siempre algún chico para atender o dejar internado. Así fue que el hospital de Córdoba abrió el camino para darle a la misión de La Casa del Niño, una decisión crucial en el apostolado de Matilde.
"Siempre que alguno de los chicos estaba internado y tenía que ir al hospital, no solamente me quedaba con quien iba a cuidar, sino que visitaba otras salas. Había una chiquita internada a la que acompañaba su mamá, una señora humilde y con alguna discapacidad, no física, sino mental. Esta nena estaba muy enferma y su mamá, con sus limitaciones, no podía cuidarla como era debido. Se enojaba y la maltrataba si ensuciaba los pañales y era más bien brusca en sus modales. Cada vez que iba al hospital, me detenía en esa sala y pasaba tiempo con la chiquita. Un día, una de las enfermeras, me dijo que si iba a seguir yendo nada más que un rato y después me retiraba, que no pasara más; la pequeña sufría cuando yo me iba y quedaba sola con su mamá. Poco después, uno de los médicos vino a hablarme y me dijo que ellos habían hecho todo lo que estaba a su alcance para salvarla, pero que su vida ya no dependía de los medicamentos ni de lo que ellos pudieran seguir intentando. Belén, así se llama la nena, no quería seguir viviendo; solamente el afecto y el calor de un hogar podían hacer el milagro. Otra vez Dios poniendo en mi camino casos de desamparo y necesidad de vida".
No sin emoción Matilde recuerda ese
momento. El viaje de vuelta a Unquillo y los días que siguieron fueron,
seguramente, cargados de dudas y, por qué no, de temores. Asumir semejante
responsabilidad, sobre todo perteneciendo al Instituto, no era cosa de
resolución fácil. Tal vez en el momento no se veía en perspectiva todas las
consecuencias de la decisión final. Como siempre, puso la situación en el
Corazón de Jesús, rezó mucho y cuando estuvo segura, actuó.
Belén y su mamá, Ramona, fueron
acogidas en La Casa del Niño. En la medida de sus capacidades, la señora
ayudaría en los quehaceres domésticos y estaría cerca de su hija; Matilde se
encargaría del resto.
El ambiente de La Casa favoreció la
mejoría de la chiquita, la relación con los demás chicos y el afecto, la
medicación dada a tiempo, y los controles médicos estrictos le facilitaron lo
necesario para progresar en la medida que su físico lo permitiera.
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