viernes, 15 de julio de 2016
Estampilla en honor a Madre Cabrini
Hola!
Feliz día para todos!!!
En el día del cumpleaños de Madre Cabrini, les compartimos una buena noticia que hemos recibido de parte de la Hna. María Barbagallo: las autoridades italianas han hecho la emisión de una estampilla en honor de nuestra Madre.
Para ver la descripción en italiano sigan el siguiente enlace: Estampilla (descripción)
Seguimos compartiendo la vida con Francisca...
lunes, 11 de julio de 2016
"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 05
IMAGEN DE UN ALMA (2ª Parte)
Prefacio a la
selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini
y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”
No se sabe que la Beata Cabrini tuviera maestros de
espíritu, en el sentido que se daba a esta expresión en el siglo XVII. Tampoco
dio jamás signo alguno de querer seguir, siguiendo a Cristo en el camino de la
cruz y de la virtud, esta o aquella dirección histórica, esta o aquella teoría
o praxis ya definida. Tampoco pretendió, ni aun inconscientemente, abrir un
camino nuevo, formular nuevas normas de piedad, marcar un itinerario del todo
adecuado a la perfección.
Tuvo como maestra a la Iglesia, con las enseñanzas eternas
y las particularidades temporales que fueron de su tiempo. Aceptó y adoptó
expresiones y directrices, tal como entre 1880 y 1910 se las ofrecía la
Iglesia, reconociendo en ellas lo divino y no rechazando lo humano. Alma
inmortal y mujer de su tiempo, hizo su viaje terrenal en la nave de la Iglesia,
acomodándose sin sublimes desdenes ni inteligencia crítica al color de la
época.
“Estamos en el seno de la Iglesia católica, y siempre
reposamos nuestra cabeza en la piedra misteriosa y querida que es Jesús”[1].
Empirismo, se dirá. Respondamos: si la Beata hubiese
profesado la teoría, seguir en el empirismo podría haber sido una culpa. Por el
contrario, ella no quería sino hacerse santa y santificar. No abrió discutiendo
quiméricos caminos en papel impreso, sino que los abrió de hecho, como veremos,
andando su camino, para llegar realmente a la santidad, llevando tras sí un
pueblo de mujeres.
Sabemos que leyó algunos libros y que sentía predilección
por ellos[2].
En la medida en que se lo consintió su perpetuo viajar, mantuvo contacto con no
pocos religiosos. A algunos los tuvo en opinión de santidad. Pero ni de los
libros ni de los hombres aprendió su camino, sino en aquello en que libros y
hombres se relacionaban con la Iglesia. No podemos, por tanto, ayudarnos con el
conocimiento de libros y personajes particulares para conocer su alma.
Los lugares en los que pasó su vida, intensa y rápida, no
nos ofrecen mayor ayuda. Aun siendo lombarda, no permitió que ningún carácter
de su Lombardía natal dominase en su vida espiritual. Como tampoco ninguna
característica de los países, de los innumerables países que recorrió y en los
que se paró. Dado su origen lombardo y su vida en los Estado Unidos, parecería
fácil salirse con la formulita de la vida activa (mejor, “del activismo”) para
definir a la Beata Cabrini.
No menos cómoda y expeditiva sería una ojeada a su tiempo,
en la esperanza de que nos diera una visión, una quintaesencia de su santidad.
Se recordaría así a León XIII, luego la cuestión social, más bien los varios
aspectos de la cuestión social; se añadiría una palabra sobre la mísera
condición de los ancianos o, como se dice, de las clases pobres; de ahí podría
inferirse que la santidad de la Cabrini fue una santidad social, de tipo
social. Palabras.
* * *
[1] F. S. Cabrini: Tra un’onda e l’altra, Roma, 1980, pág. 148 (Hay edición española:
Entre una y otra ola, 1973).
[2] Alfonso Rodriguez,
S.J.: Ejercicio de perfección y virtudes
cristianas; Alfonso M. de
Ligorio: Monaca Santa; Pinamonti: Religiosa in solitudine; Tomás
de Kempis:
Imitación de Cristo; Ignacio de
Loyola: Ejercicios Espirituales.
lunes, 4 de julio de 2016
"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 04
Prefacio a la
selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini
y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”
La Beata no osó nunca llevar el diario de su alma. No
hablaba; imaginémonos, pues, si habría deseado escribir de su vida interior.
Escondió tan bien a Dios que, por lo que pudiese suponer de gloria para Él,
nunca fue posible, ni siquiera a sus hijas más cercanas, forzar la custodia y
entrever nada de su alma más profunda. Tibi
silentium laus, podría haber sido la divisa de su unión con Dios. No las
palabras, sino los hechos, deben dar testimonio de Dios. También las palabras,
como cualquier otra cosa, pero después de los hechos, y si fuesen necesarias.
La Beata Cabrini fue un alma esencialmente silenciosa.
Habló en la medida en que la acción verdadera lo permitía, es decir, muy poco y
en pocas ocasiones. Su palabra nacía en la acción, y en la acción moría. No se
sabe que hiciese la menor contribución a aquel relámpago de palabras que
iluminó y ofuscó siniestramente, retorciéndose como un infinito fuego de paja,
la anteguerra. No se hablaba más que de paz y estalló la guerra; no se hablaba
más que de la cuestión social y se desbordó el comunismo; no se hablaba más que
de bienestar y llegó la más dura depresión económica que el mundo había
soportado. Entre los católicos no se hablaba más que de ideales y estalló la
más hipócrita de las herejías, el modernismo.
La Beata Cabrini calló y actuó. No dijo nunca nada e hizo
todo.
Por tanto, nos resulta precioso por encima de toda
ponderación este manojito de propósitos, salvado Dios sabe cómo de la
destrucción a la que la Madre sometía todos sus papeles. Se halló en un cuadernito
que reproducimos textualmente, página tras página, sin osar hacer ninguna
alteración ni corrección, en las fechas ni en los fragmentos.
En estas páginas aparecen oraciones estupendas y algunas de
las expresiones más características de la Beata: “Con Dios haré cosas grandes”;
“Hazme el corazón tan amplio como el universo”; “¡Oh, mi Dilecto!, ¿cómo
estás?” El lector no debe dejarse desanimar, de buenas a primeras, por la
sencillez del lenguaje, por el tono modesto y corriente de las observaciones. Deténgase
a considerar y descubrir: encontrará, en palabras, la muestra de la vida
profunda de la Beata.
Ninguna otra vez escucharemos a la Beata cuando se habla a
sí misma y habla de Dios y de su alma. Además de éste, inmediato y probatorio,
no nos queda otro testimonio de su fervor de caridad. Quienes, aun hallándose
ocupados en su cotidiana crucifixión de la virtud por amor a Dios, llamados a
la vida cristiana y a la perfección de la vida cristiana, lean las pocas
descarnadas y robustas páginas de los Propósitos sentirán el deleite que
acompaña a la Gracia: pródromo de la virtud, fruto del amor.
* * *
lunes, 27 de junio de 2016
"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 03
PREFACIO de "Pensamientos y Propósitos" (3ª Parte)
Me parece evidente, aunque a alguno le pueda sorprender,
que el carisma de la Madre Cabrini fue antes que nada un carisma de
contemplación, un carisma que no puede y no quiere disminuir la contemplación.
Un carisma que para ser heredado, para ser vivido tal como
el Espíritu llama a tantas mujeres a heredarlo en el Instituto de Misioneras
del Sagrado Corazón de Jesús, tiene necesidad de ser contenido y participado en
su alma. No se puede trasplantar un árbol sin trasplantar la raíz. En un primer
momento parecerá que todo va bien, pero muy pronto la planta comenzará a
secarse, hasta que muere. Quien mira superficialmente no se dará cuenta del
porqué; a quien cave un poco la tierra se le revelará el misterio: no tenía
raíces.
Pero también es carisma de caridad y de promoción humana, y
lo es precisamente por ser carisma de contemplación. Para quien se pregunta por
qué se dedicó sobre todo a los emigrados, es decir, a quienes en aquel momento
experimentaban de modo pesado la marginación, la respuesta es clarísima: porque
a ello la llevaba la experiencia íntima de la inmensidad y la delicadeza del
amor de Cristo hacia todos, pero en particular hacia los que más sufren; se lo
pedía este amor, invitándola a compartirlo, a ponerse a su servicio.
En los emigrantes veía, más vivas y dolorosas que nunca,
las heridas ocasionadas en el hombre por el pecado.
Compartir la marginación es acaso una de las cosas más
onerosas. Hay muchos modos de compartir la marginación: invitar a la rebelión,
hacer demagogia, hacer tomar conciencia de que se es víctima de una injusticia,
etc.; el modo que ella eligió fue el de hacer crecer al hombre, hacer del
marginado un hombre, un hombre de tal modo hombre que ayude a los demás a ser
más hombres (Constituciones, 16).
Le amaba, daba la vida por él, hacía del marginado el
centro del amor y del servicio propios.
Por esto llevó a los marginados la fe, y con la fe, la
conciencia de su verdadera dignidad y el amor por todos los demás hombres; la
cultura, la instrucción, la ayuda para insertarse en nuevos ambientes y
permitir a su humanidad que se realice; el afecto y la ayuda adecuada en la
miseria y en la enfermedad.
Con estos caminos expresó al marginado que sufría el respeto
a que todo hombre tiene derecho. De aquí la catequesis, las escuelas, los
hospitales.
Nos dejó una herencia comprometida. Las grandes herencias
son así.
Comprometida para sus Hijas, llamadas a llevar a la Iglesia
una palabra particular que dé luz y fuerza a todos los cristianos para vivir la
admirable síntesis entre
contemplación y acción; comprometida para la Iglesia, llamada a atesorar, por
su propia vida, este signo que el Señor quiso suscitar en ella.
No podemos dejar de preguntarnos por qué, precisamente a
comienzos de este siglo, el Señor deseó decir esta palabra de síntesis en la
historia de la Iglesia y del mundo, por medio de un carisma tan preciso.
Indudablemente, el propio amor en la historia es el signo que Dios quiere hacer
siempre visible.
De hecho, el Señor no llamó a Madre Cabrini, una mujer
generosa, para que diera su amor sólo a Dios Padre y a los hermanos, sino que
le pidió que fuera la presencia del mismo amor del Corazón de Cristo por el
Padre y los hermanos.
Se muestra muy consciente el Instituto de Misioneras del
Sagrado Corazón de Jesús cuando en las Constituciones escribe que la Misionera
es llamada a “compartir las disposiciones de ánimo y las actitudes de Jesús”
(Const. 3), a “identificarse con Jesús” (Const. 4), a participar en la
“amplitud del Corazón divino” (Const. 3).
Para vivir este designio divino es esencial acoger en la
propia vida la “presencia viva y personal de Cristo” que ama (Const. 4), tal
como se expresa de modo excelso en la Eucaristía, “centro de la vida”. Es a los
pies del Sagrario donde la Madre Cabrini pide al Corazón de Jesús que la
instruya sobre esa “amante sabiduría” que se manifiesta “en el misterio de la
Eucaristía”, para que pueda narrarla “a todas las gentes” (carta de junio de
1895).
Compartir el amor del Corazón de Cristo significa, además,
y la Madre Cabrini lo capta con claridad, compartir con Cristo la obediencia de
la Cruz, que repara la desobediencia del pecado y cura los sufrimientos morales
y materiales que de ahí brotan.
“La religiosa ferviente persevera en la cruz, y aun cuando
pudiese descargarse de ese peso tan duro a la naturaleza inmortificada, no lo
querría”, porque “padecer es un tesoro oculto que el Corazón de Jesús revela a
las almas humildes en Él píamente abandonadas”.
La Cruz que la Madre Cabrini lleva e invita a sus
Misioneras a llevar es la imagen de la Cruz de Cristo. En ella participa de Su
expoliación, aceptando que el Señor la afija “casi siempre en aquellas cosas de
las que yo esperaba y me parecía justo esperar consuelo”. En ella participa en
el sufrimiento moral de Cristo, reparando “el Corazón Sacratísimo de Jesús,
traspasado de tantas espinas agudas como numerosos son los pecados de los
hombres”; con ella echa sobre sus espaldas el peso de los destrozos causados
por el pecado, imitando así más de cerca a Jesucristo con un “gran celo por la
juventud, los pobres y los pecadores”; con ella, sobre todo, proclama, cueste
lo que cueste, la fidelidad del Señor, el abandono en su amor misericordioso,
la confianza plena en Él: “El demonio me pone ante espantosas dificultades,
fastidios, desgracias, aflicciones, etc., pero ¿qué temeré?... Apoyada en mi
Amado, ninguna adversidad podrá hacerme desistir”.
Desde el principio, y todavía hoy, el Señor quiso que la
riqueza de esta herencia se difundiese por el mundo por dos caminos
complementarios: el de la acción directa, en contacto sobre todo con los
emigrantes más pobres, llevándoles la fe, la cultura y la asistencia, y el de
la dedicación a la educación cristiana de las familias y, en particular, de los
jóvenes, para transmitirles la fuerza del amor del Corazón de Cristo.
La Madre Cabrini se mueve en estos dos frentes con el mismo
empeño, porque sabe que construir la Iglesia es construir la caridad y
“restaurar el mundo en Cristo” (carta de mayo de 1904).
Doy las gracias a la Madre General, sor Regina Casey, por
haberme invitado cortésmente, como antiguo alumno de una escuela de la Madre
Cabrini, a escribir este prefacio, pese a que considere muy comprometido
“presentar” a una Santa. Una Santa la presenta Dios, que cumple en ella las
obras que la presentan. Es la luz de su Espíritu lo que hace comprender el
mensaje a todos los hombres que se prestan a escucharlo. Pero, al mismo tiempo,
la invitación fue para mí motivo de alegría y gratitud, porque me ha permitido
participar, en mi pequeñez, en la proclamación de las maravillas que el Señor,
en la abundancia de su Corazón misericordioso, obró en ésta su criatura,
nutriéndonos a todos nosotros.
Mayo de 1982, “mes de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de
Jesús”.
Giulio Salimei
Obispo auxiliar de Roma
lunes, 20 de junio de 2016
"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 02
PREFACIO de "Pensamientos y Propósitos" (2ª Parte)
¿Cómo se expresa y madura todo esto en la vida de la Cabrini?
Me parece que puede decirse que todo se apoya en el descubrimiento y la experiencia del amor del Corazón de Jesús, como un amor que no tiene medida.
La experiencia de amar el Amor le hace soltar exclamaciones como ésta: “Cuanto más te amo, menos te amo, porque querría amarte más. No puedo más, dilata…, dilata mi corazón…”.
Es conmovedor y puede tal vez hacer intuir algo de la medida de lo que ella misma llamó su nadar en el amor, el voto de “toda su ternura” para el Corazón de Jesús.
Desea y siente alegría de poder enfrentarse generosamente a cualquier sufrimiento para servir y agradar al Amado: “No tendré otro pensamiento que Jesús, Jesús amor. Amar a Jesús, buscar a Jesús, hablar de Jesús, dar a conocer a Jesús…, su Bondad infinita”.
De aquí ese recorrer el mundo para glorificar al Señor, dándolo a conocer, llevando el consuelo a los hombres: “Querría recorrer toda la tierra para revelar a todos el prodigioso amor tuyo por tu criatura”. De aquí la petición de “envolverla”, de colmarla de este amor para poderlo glorificar y llevar, ser misionera: “Sumérgeme en el piélago del amor divino, para… dejar que Él mismo obre en mí y conmigo, poniendo por obra todo el impulso que Él me dará para tratar los intereses de su gloria”.
El Corazón de Jesús es para ella el signo de Dios que ama, del cual, por eso, no puede no fiarse completamente. Él es el único que puede decirle qué cosa es buena para el hombre, pues nadie lo ama más y mejor que Él.
La función misionera de la Cabrini es el compartir la función misionera del Corazón de Cristo.
Aquí está todo el designio y la explicación de su vida. Vendió todo para adquirir el campo en el que descubrió el tesoro.
Su felicidad y su paz consisten de hecho en ser amada por su amado; todo lo demás no es nada. En este amor residen su ser y su fuerza, hasta el punto de afirmar que si el Señor tuviese que retirar de ella su dedo, en un momento perdería todas las riquezas.
Por esto el silencio le es “necesario…, como el aire para respirar”, porque, dice, “en el silencio respiro la unión santa con mi Dios”. Es el “reposo místico” que sirve “para aliviar las debilidades que las ocupaciones… dejaron y adquirir nuevas fuerzas para actuar de modo totalmente espiritual como verdadera esposa de Jesucristo”.
La unión se derrama en la acción, y la acción nace exclusivamente de esta unión. No concibe realizar obras que no dependan perfectamente de la voluntad de Dios, deseosa solamente de “conocer el… gusto” de su “amadísimo Jesús” y de “adaptarse a él”.
Sólo viviendo y actuando en este abandono en Él se siente una paz que llama “paradisíaca”; está en paz porque ha comprendido que el Señor hace cosas grandes a través de los hombres que le dejan hacer. Se abandona “a su infinita bondad y misericordia”, en su “divinísimo, amadísimo Corazón”.
Pero sabe bien cuánta resistencia hay de hecho en todos, y en ella misma al principio, frente a ese dejar hacer a Dios.
Para sí, para sus Hermanas, pide por eso el don de la humildad, que considera el “fundamento” para poder “comenzar el verdadero edificio de la santidad”.
La falta de humildad torna vana cualquier otra virtud, como “polvo al viento”.
Es grata a su Jesús, que, dice, “me hace conocer toda mi miseria, para que aprenda a desconfiar cada vez más de mí y a confiarme plenamente a su ayuda, y a abandonarme totalmente y muchas veces en su amantísimo Corazón”.
Ama la humildad, y por eso ama la humillación: “Amaré la humillación, agradeceré soportarla, dando gracias a Dios por un don tan precioso, que ayuda mucho para tener el alma en un justo equilibrio”. “Gracias a ti, amable Señor que me afliges casi siempre en esas cosas de las que yo deseaba y me parecía justo esperar consuelo”.
Impresiona ese “gracias”, pero detrás de esta exclamación espontánea está la experiencia de un alma que escribe querer “el perfecto despojamiento de mí misma, el propio entero desapego de todo y de mí, para ser hecha capaz de llenarme de Jesús”, por Él “poseída sin reservas”.
Me parece que puede decirse que todo se apoya en el descubrimiento y la experiencia del amor del Corazón de Jesús, como un amor que no tiene medida.
La experiencia de amar el Amor le hace soltar exclamaciones como ésta: “Cuanto más te amo, menos te amo, porque querría amarte más. No puedo más, dilata…, dilata mi corazón…”.
Es conmovedor y puede tal vez hacer intuir algo de la medida de lo que ella misma llamó su nadar en el amor, el voto de “toda su ternura” para el Corazón de Jesús.
Desea y siente alegría de poder enfrentarse generosamente a cualquier sufrimiento para servir y agradar al Amado: “No tendré otro pensamiento que Jesús, Jesús amor. Amar a Jesús, buscar a Jesús, hablar de Jesús, dar a conocer a Jesús…, su Bondad infinita”.
De aquí ese recorrer el mundo para glorificar al Señor, dándolo a conocer, llevando el consuelo a los hombres: “Querría recorrer toda la tierra para revelar a todos el prodigioso amor tuyo por tu criatura”. De aquí la petición de “envolverla”, de colmarla de este amor para poderlo glorificar y llevar, ser misionera: “Sumérgeme en el piélago del amor divino, para… dejar que Él mismo obre en mí y conmigo, poniendo por obra todo el impulso que Él me dará para tratar los intereses de su gloria”.
El Corazón de Jesús es para ella el signo de Dios que ama, del cual, por eso, no puede no fiarse completamente. Él es el único que puede decirle qué cosa es buena para el hombre, pues nadie lo ama más y mejor que Él.
La función misionera de la Cabrini es el compartir la función misionera del Corazón de Cristo.
Aquí está todo el designio y la explicación de su vida. Vendió todo para adquirir el campo en el que descubrió el tesoro.
Su felicidad y su paz consisten de hecho en ser amada por su amado; todo lo demás no es nada. En este amor residen su ser y su fuerza, hasta el punto de afirmar que si el Señor tuviese que retirar de ella su dedo, en un momento perdería todas las riquezas.
Por esto el silencio le es “necesario…, como el aire para respirar”, porque, dice, “en el silencio respiro la unión santa con mi Dios”. Es el “reposo místico” que sirve “para aliviar las debilidades que las ocupaciones… dejaron y adquirir nuevas fuerzas para actuar de modo totalmente espiritual como verdadera esposa de Jesucristo”.
La unión se derrama en la acción, y la acción nace exclusivamente de esta unión. No concibe realizar obras que no dependan perfectamente de la voluntad de Dios, deseosa solamente de “conocer el… gusto” de su “amadísimo Jesús” y de “adaptarse a él”.
Sólo viviendo y actuando en este abandono en Él se siente una paz que llama “paradisíaca”; está en paz porque ha comprendido que el Señor hace cosas grandes a través de los hombres que le dejan hacer. Se abandona “a su infinita bondad y misericordia”, en su “divinísimo, amadísimo Corazón”.
Pero sabe bien cuánta resistencia hay de hecho en todos, y en ella misma al principio, frente a ese dejar hacer a Dios.
Para sí, para sus Hermanas, pide por eso el don de la humildad, que considera el “fundamento” para poder “comenzar el verdadero edificio de la santidad”.
La falta de humildad torna vana cualquier otra virtud, como “polvo al viento”.
Es grata a su Jesús, que, dice, “me hace conocer toda mi miseria, para que aprenda a desconfiar cada vez más de mí y a confiarme plenamente a su ayuda, y a abandonarme totalmente y muchas veces en su amantísimo Corazón”.
Ama la humildad, y por eso ama la humillación: “Amaré la humillación, agradeceré soportarla, dando gracias a Dios por un don tan precioso, que ayuda mucho para tener el alma en un justo equilibrio”. “Gracias a ti, amable Señor que me afliges casi siempre en esas cosas de las que yo deseaba y me parecía justo esperar consuelo”.
Impresiona ese “gracias”, pero detrás de esta exclamación espontánea está la experiencia de un alma que escribe querer “el perfecto despojamiento de mí misma, el propio entero desapego de todo y de mí, para ser hecha capaz de llenarme de Jesús”, por Él “poseída sin reservas”.
* * *
jueves, 16 de junio de 2016
En el marco del inicio del Congreso Eucarístico Nacional: "La Eucaristía en Madre Cabrini"
Santa Francisca Javier Cabrini queda como un brillante ejemplo de
competencia por sus extraordinarias obras y por la intuición y determinación en
su prosecución.
Encarnando con renovada originalidad el Evangelio de Iginio Passerini,
en su época, Madre Cabrini ha dilatado los horizontes de esta síntesis en
muchos campos:
·
la promoción de la mujer
·
la desenvoltura en comunicación,
escritos y medios de transportes
·
la gestión económica y la aptitud
empresarial
·
la relación con las instituciones
religiosas y civiles
·
el peso reservado a la competencia
científica
·
el cuidado por los emigrantes en
su acogida e integración
·
el reconocimiento de la dignidad a
quienes están en penurias y además el servicio a quienes están en condiciones
mejores
·
la búsqueda del encuentro entre
mundos de culturas diferentes
Todo esto ha hecho de la Cabrini, un prototipo de síntesis nueva entre
el Evangelio y la modernidad, un personaje estimado a tal punto que un futuro
primer ministro: Francesco Saverio Nitti, había expresado encontrando a la
Madre poco antes de su muerte, su opinión de que ella habría sido un óptimo
ministro del Exterior. Pero tanto derroche de energía ha tenido un motivo
unificante en el nombre de Aquel que es la medida y la razón profunda de
nuestro actuar.
Hay un secreto que sostiene la perseverancia de los Santos y la
nuestra. ¿Cuál es el secreto de Santa Cabrini? Estoy convencido de que no se
explicaría su vida sin la
Eucaristía. Eso está descontado, pero vale la pena, justo en
este año “Eucarístico” resaltar esta fuente sin la cual no se explica una
existencia así, tan dinámica.
En los años en los cuales está madurando la fundación, a través de
pruebas y singulares experiencias místicas, la Santa describe así, en tercera
persona, la experiencia de Cristo que la Eucaristía le permite y la intuición
de la misión que de ésa se deriva:
“Estaba un alma atribulada
porque no sabía si aceptar o no una obra de mucha gloria para Dios... cuando en
el colmo de su amargura, mientras suplicaba fervorosamente a Nuestro Señor
expuesto en el altar que le hiciera ver con claridad (su voluntad), vio la
Santa Hostia transformarse en una gran luz y posarse sobre un globo que
representaba el mundo. El globo se aproximó girando a los ojos de aquella
persona y el Señor, a la vez que despertaba en ella vivos e íntimos
sentimientos, le mostró la inmensidad de los lugares adonde debía llevar su
obra para su gloria ... Quedó, entonces, más animada para emprender cuanto en
ese entonces se le ofrecía.” (P. y P., Pág. 51-52)
LA FUERZA DE LA MISIÓN
Desde el primer día de la fundación del Instituto, la Eucaristía es
determinante.
Desde el 10 de noviembre de 1880, las Hermanas iban a la Casa (desde la Casa de la Providencia ) para
ordenarla, pero el día de la fundación, como será para todas las casas fundadas
por Madre Cabrini, será aquel en el que el Señor inaugura la Casa con su presencia
Eucarística. Así cuentan las memorias la mañana de la fundación de Codogno:
“¡el 14 de noviembre!...
Entramos (en esta casa) a la mañana cerca de las ocho y directamente nos fuimos
a la habitación ya convertida en Capilla. Entrando vimos sobre el altar al
Sacratísimo Corazón de Jesús (un cuadro), que parecía que nos estuviese
esperando para animarnos y exhortarnos a poner todas nuestras energías en la
nueva empresa.
Asistimos con vivo fervor,
postradas en el suelo durante la Santa Misa, celebrada por Monseñor Serrati e
indeciblemente conmovidas, recibimos la Santa Comunión. Estrechamos en el pecho
a nuestro querido Jesús, nuestro gozo era (hasta) el colmo, no pudiendo retener
las lágrimas.” (Memorias de Codogno, en Una de sus
hijas, Santa Francisca Javier Cabrini, SER Torino 1962, Pág. 29).
La frecuencia de la
Eucaristía era para la Madre una necesidad, hasta tal punto que durante
el curso de los viajes, la pena más grande, el malestar más pesado era el
“ayuno” de la Eucaristía.
“Nosotras creíamos que íbamos
a llegar a tiempo para celebrar la fiesta del Patrocinio (de San José); en vez
tendremos que pasarlo en el mar, sin Misa y sin Comunión. Ahora empezamos a
sentir la austeridad de ese gravoso ayuno”. (Entre una
y otra ola, Pág. 35: viaje de El Havre a Nueva York, abril de 1890).
Porque el encuentro con el Señor en la Eucaristía es la fuente
de su felicidad.
“Fue un placer hacer la
meditación allá (sobre el puente en la proa) y trasportarme en medio de Uds. en
espíritu para asistir a la Misa y hacer la Santísima Comunión. Ustedes
afortunadas han tenido todo esto, yo no; pero ¡he gozado de la felicidad de
Uds.! ¡Oh! ¡si supiéramos siempre apreciar las ventajas de la santísima
Comunión…! Porque en ella está el mismo Jesucristo... que obra todo en
nosotras, para su gloria.” (Entre una y otra ola, Pág.
55: viaje de Nueva York a El Havre, agosto de 1980)
En el curso de una larga reflexión sobre la Eucaristía, así expresa la
Santa el fuego de la misión encendido en ella por este sacramento:
“¡has querido por tu bondad
hacerme Misionera de tu Corazón! instrúyeme mientras estoy a los pies de tu
Tabernáculo y yo aprenderé. Revélame los prodigios de tu amor, las maravillas
de tu sabiduría en este Sacramento y yo las contaré a todas las gentes, para
que todos te conozcan más y más te amen... Jesús mío, yo intento adorarte por
todos! Jesús mío, ¡me ofrezco como víctima de tu divino Corazón por todos! ¡Salva
y santifica a todos! ... Te amo, ¡oh Jesús! y quiero que tu ardiente corazón
sea conocido en todo el mundo, amado y glorificado...” (Entre una y otra ola, Pág. 230, 235/236: viaje de Nueva Orleans a
Panamá, junio de 1895)
AGRADECIMIENTO, ACTO PERFECTÍSIMO
De la Eucaristía nace la fuerza de la misión; gracias a ella se puede
exclamar con San Pablo, como lo hace frecuentemente la Santa “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”
(Fil 4,13). Aquí está la energía que hace perseverante, que permite vivir una
vida ordinaria y laboriosa al mismo tiempo, como nos pide atención la lectura
citada (2Tes 3, 7-12) y como con frecuencia nos exhorta la Madre
“Trabajad, trabajad
incansablemente, sin cansaros, por la salvación de las almas.” (Entre una y otra ola, Pág. 239: viaje de Nueva Orleans a Panamá, junio
de 1895).
La Eucaristía se une a la Pasión del Señor y promueve en nosotros una
actitud eucarística; es escuela de agradecimiento al Señor:
“La mayor parte de los hombres
da gracias a Dios después de haber obtenido una gracia, pero el Espíritu de
Jesucristo, en cambio, que es con el que debemos estar animadas, enseña a
agradecer antes, porque continuos son los beneficios que a cada instante
recibimos ... el agradecimiento es un
acto de perfectísimo amor de Dios, porque en él no hay otro interés sino la
pura gloria de Dios, la complacencia de Dios, el gusto de Dios.”(Entre una y otra ola, Pág. 419: viaje de Nueva York a El Havre,
setiembre 1899).
Conocemos la práctica constante de la adoración eucarística, hasta el
final de la vida de Madre Cabrini. Cuentan las Memorias que en marzo de 1916, la Madre debe afrontar en
Seattle una “tormenta” desencadenada en la ciudad de quienes se oponen a su
última gran empresa: está por adquirir un hotel magnífico que destinará
sucesivamente a hospital; los obstáculos parecen insuperables. Durante las
Cuarenta Horas (de exposición del Santísimo) en el orfanato de la misma ciudad,
donde las Hermanas desde hacía tiempo tenían esa misión, Madre Cabrini quiso
que las Hermanas y las niñas hiciesen por turno la adoración y ella permaneció
al pie del altar casi todo el día. El éxito de la extenuante gestión se volvió
a su favor. También el día que precedió a su muerte, se levantó temprano, fue a
Misa y se quedó en la Capilla
durante toda la hora de adoración. El día siguiente no pudo levantarse. Las
fuerzas la estaban abandonando, consumida por la fatiga de una vida gastada
para el Señor. Hacia el mediodía partió para el último viaje hacia el puerto de
la felicidad sin fin.
LA FELICIDAD
Aquella pregustada en la Eucaristía ante la cual había exclamado:
“Oh sí, Aquél a quien tanto he
esperado, ya lo tengo y Aquél a quien siempre he anhelado, feliz de mí, ¡ya lo
poseo!” (Entre una y otra ola, Pág. 234: viaje de
Nueva Orleans a Panamá, junio de 1895).
Aquella que ha acompañado todas las fatigas de su intensa vida:
“Estoy ocupada todas las horas
del día y a la noche caigo del cansancio y del sueño, que por gracia de Dios me
hace descansar tranquila toda la noche como el alma más feliz, como si no
hubiera ningún problema.” (Carta de Nueva Orleans, 10
de agosto de 1892).
Aquel descubrimiento en Sant’Angelo donde de niña y de joven se dejó
conquistar por la figura de Jesús, accesible sobre todo en la Eucaristía desde la Primera Comunión.
Aquí, en los “años más hermosos de la
vida”, ella ha confiado a su párroco, se dio el injerto…
“en mi corazón el santo,
purísimo amor por Jesús que luego y siempre se acrecentó y fue mi verdadera
felicidad.” (Carta desde Roma a Monseñor Bassano Dedé,
17 de enero de 1889)
La felicidad es Cristo al alcance de todos, en la Eucaristía. Y ¿no
puede ser, no debe ser también el secreto de nuestra felicidad? Es el
interrogante que nos plantea también a nosotros Madre Cabrini.
TEXTOS
DE MADRE CABRINI SOBRE LA EUCARISTÍA
De “... Entre una y otra ola”
(Páginas 232-234).
“Este misterio de la
Eucaristía como el de la Cruz: es escándalo para los incrédulos y locura para
los sabios del mundo, pero para los humildes y creyentes es virtud y sabiduría
de Dios.”
“Sólo a los pequeños, a los humildes y dóciles
de mente y de corazón, el Padre Celestial les revela estas inefables,
incomprensibles verdades del Santísimo Sacramento.”
“Ellos solos (los humildes)
acogen las verdades del Santísimo Sacramento en el corazón porque las han
acogido primero dócilmente en el entendimiento.”
“Ellos solos (los pequeños,
los humildes de corazón, los dóciles de mente) gozan de todas las inmensas
riquezas y dulzuras de tan augusto misterio de sabiduría y amor.”
“Estas perlas preciosas (las
verdades de la Eucaristía) están escondidas a los sabios y a los prudentes del
mundo; los desventurados las tienen ante sus ojos, pero no las ven; oyen hablar
de ellas, pero no las entienden, porque tienen tapados los oídos de la fe
humilde y del amor agradecido.”
“Oh ¡si todos entendieran los
tesoros que tenemos en el Santísimo Sacramento! ¡Qué grandeza, qué riqueza, qué
dulzuras, qué alegrías!”
“Nosotros comulgaremos frecuentemente, con
todo fervor, y obtendremos todo cuanto necesitan nuestros amados hermanos...”
“... acercándonos a nuestro
Jesús, recibiéndolo, Él nos dará el beso de paz, mientras nosotros le daremos
el de nuestro amor filial...”
Cuando comulguemos, “Jesús...
nos calentará con su amor, nos purificará con su sangre, nos vivificará con su
pálpito, nos hermoseará y embellecerá con sus gracias.”
“En la acción de gracias, el espíritu de Jesús
me eleva sobre mí misma, me aparta de las cosas terrenas, me introduce en el
oasis feliz de la creciente gracia y de las bienaventuranzas.”
lunes, 13 de junio de 2016
"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 01
Hola!
Retomando la entraga de los lunes que hacemos por Facebook en el grupo "Compartiendo la vida con Francisca", vamos a empezar a compartir, de a poquito, el libro "Pensamientos y Propósitos" de Madre Cabrini. Lo iremos subiendo en la medida que lo vayamos digitalizando.
Empezamos con la primera parte del prefacio del obispo auxiliar de Roma, Giulio Salimei.
Seguimos compartiendo la vida con Francisca... FC
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Retomando la entraga de los lunes que hacemos por Facebook en el grupo "Compartiendo la vida con Francisca", vamos a empezar a compartir, de a poquito, el libro "Pensamientos y Propósitos" de Madre Cabrini. Lo iremos subiendo en la medida que lo vayamos digitalizando.
Empezamos con la primera parte del prefacio del obispo auxiliar de Roma, Giulio Salimei.
Seguimos compartiendo la vida con Francisca... FC
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PREFACIO de "Pensamientos y Propósitos" (1ª Parte)
Hace bien al espíritu encontrarse ante páginas como las reunidas en este volumen. No son páginas que se hallen todos los días.
Iluminan, dan confianza, ayudan.
Iluminan sobre el misterio de la amistad del Señor con nosotros, poniéndonos en contacto con una experiencia viva, palpitante. Nos hacen advertir la presencia de Dios en la historia de un alma y en un momento de la historia de la Iglesia.
Plantean de nuevo y hacen ver con claridad el camino para la edificación del bien.
Me parece que, a través de Madre Cabrini, el Señor quiso hablarnos de modo especial a nosotros, hombres del siglo de la eficacia, para decirnos que quien verdaderamente quiere construir es en Él en quien hallará la fuerza y el camino.
Los apuntes de la Madre Cabrini contenidos en este libro desvelan realmente el secreto de las obras por ella ejecutadas. Un secreto que la mentalidad de hoy no se espera, y frente al cual tiende a permanecer incrédula: la presencia operativa del propio Dios en la historia. Pero esto es lo que hay detrás de la actividad extremadamente intensa, de la inmensa carga apostólica, de la fuerza indomable, de la energía inagotable de Madre Cabrini, de la increíble multiplicación de obras y fundaciones que salen de sus manos, de la multiplicación de las jóvenes que piden seguirla.
Al hombre de hoy tal vez le resulta más espontáneo pensar que el total abandono en la voluntad lo vivió un alma que dedicó toda su vida exclusivamente a la oración, al silencio en la soledad de un claustro, más que pensar en una criatura entregada a la acción, llamada momento tras momento a tomar decisiones operativas, hacer elecciones concretas, correr por el mundo, discutir problemas y negocios.
La Madre Cabrini es una mujer de acción inmersa en una vida de contemplación, en la continua escucha de la voluntad de amor de Cristo. La acción suya la descubrimos originada, momento tras momento, en la contemplación. Es Dios quien lo hace.
Se observa con claridad que las páginas de este volumen son la transparencia de lo que imperioso había en ella, de una experiencia viva que no sólo no se expresa con términos altisonantes, sino que manifiesta la sencilla verdad de lo que un alma está viviendo.
No son expresiones poéticas, sino signos de la implicación, del compromiso de toda una vida. Son la clave para comprender su vida; la historia lo confirma.
La vida de los santos es como un apéndice de la Sagrada Escritura. Es el libro en el cual el Señor escribe cómo cumple, en la historia y en la vida del hombre, lo prometido e iniciado por Él mismo. Es la extraordinaria grandeza del hoy de Dios. El Evangelio, la Palabra de Dios, se nos aparecen en su realización literal. La vida humana se nos presenta construida no sobre el orgullo y el poder del hombre, sino sobre la grandeza y las misericordias de Dios. Una vida de alegría, portadora de paz y de bien en torno a sí: una vida salvada, que salva.
Iluminan, dan confianza, ayudan.
Iluminan sobre el misterio de la amistad del Señor con nosotros, poniéndonos en contacto con una experiencia viva, palpitante. Nos hacen advertir la presencia de Dios en la historia de un alma y en un momento de la historia de la Iglesia.
Plantean de nuevo y hacen ver con claridad el camino para la edificación del bien.
Me parece que, a través de Madre Cabrini, el Señor quiso hablarnos de modo especial a nosotros, hombres del siglo de la eficacia, para decirnos que quien verdaderamente quiere construir es en Él en quien hallará la fuerza y el camino.
Los apuntes de la Madre Cabrini contenidos en este libro desvelan realmente el secreto de las obras por ella ejecutadas. Un secreto que la mentalidad de hoy no se espera, y frente al cual tiende a permanecer incrédula: la presencia operativa del propio Dios en la historia. Pero esto es lo que hay detrás de la actividad extremadamente intensa, de la inmensa carga apostólica, de la fuerza indomable, de la energía inagotable de Madre Cabrini, de la increíble multiplicación de obras y fundaciones que salen de sus manos, de la multiplicación de las jóvenes que piden seguirla.
Al hombre de hoy tal vez le resulta más espontáneo pensar que el total abandono en la voluntad lo vivió un alma que dedicó toda su vida exclusivamente a la oración, al silencio en la soledad de un claustro, más que pensar en una criatura entregada a la acción, llamada momento tras momento a tomar decisiones operativas, hacer elecciones concretas, correr por el mundo, discutir problemas y negocios.
La Madre Cabrini es una mujer de acción inmersa en una vida de contemplación, en la continua escucha de la voluntad de amor de Cristo. La acción suya la descubrimos originada, momento tras momento, en la contemplación. Es Dios quien lo hace.
Se observa con claridad que las páginas de este volumen son la transparencia de lo que imperioso había en ella, de una experiencia viva que no sólo no se expresa con términos altisonantes, sino que manifiesta la sencilla verdad de lo que un alma está viviendo.
No son expresiones poéticas, sino signos de la implicación, del compromiso de toda una vida. Son la clave para comprender su vida; la historia lo confirma.
La vida de los santos es como un apéndice de la Sagrada Escritura. Es el libro en el cual el Señor escribe cómo cumple, en la historia y en la vida del hombre, lo prometido e iniciado por Él mismo. Es la extraordinaria grandeza del hoy de Dios. El Evangelio, la Palabra de Dios, se nos aparecen en su realización literal. La vida humana se nos presenta construida no sobre el orgullo y el poder del hombre, sino sobre la grandeza y las misericordias de Dios. Una vida de alegría, portadora de paz y de bien en torno a sí: una vida salvada, que salva.
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