lunes, 8 de agosto de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 09


IMAGEN DE UN ALMA (6ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

¿Hubo alguna vez, en la vida espiritual de la Beata Cabrini, uno de esos cambios totales, de esos vuelcos de la vida que forman la conversión de los santos? ¿Hubo en ella, como en la historia humana, un ante Christum natum y un post Christum natum?
“Florecido está Cristo en la carne pura; alégrese hoy la naturaleza”, cantaba Jacopone da Todi de la natividad de Jesús en el tiempo y en la historia[1]. Muchos santos han tenido que decir algún día la misma cosa: Cristo florecía en su alma, nacía en ellos. Cristo nace en nosotros con el bautismo, pero muchos de nosotros ni siquiera lo advertimos. Por el contrario, a los santos les ocurre que un día se dan cuenta: se transmutan, se transfiguran, se divinizan. Ya no viven ellos, vive en ellos Cristo.
Conocemos el momento de esa transformación en muchos santos, desde San Pablo a San Alfonso. Dejamos el mundo, dicen ellos.
En la Beata Cabrini no hay una fecha concreta. Puede decirse que el Señor creció con ella. Hay cristianos que mueren sin haberlo conocido: Neque si Spiritus Sanctus est novimus. De la Beata Cabrini hay un testimonio que dice: “Le hizo una grandísima impresión la confirmación y le pareció que el Espíritu Santo la envolvía consigo mismo, y cuando expresaba esto hacía un gesto particular, que decía mucho más que las palabras. El día mismo de la confirmación pidió a su madre como regalo que se la contradijese en todo”[2]. Otro testigo afirma: “Puede decirse que la vocación religiosa nació con ella”[3]; en esto concuerdan otras declaraciones. La llamaban “la santina”, “la noticia”.

Orando aprendió lo que es la oración; mortificándose, aprendió lo que es la mortificación. Maduró los primeros vuelos transoceánicos yendo de uno a otro lado de su Sant’Angelo, de su casita, sonora de maderas y limpia de paredes. Cuando un hombre y una mujer no son sino un nudo de instintos, en el que la razón naciente no actúa sino para disimularlos y tenerlos contentos, juntos e impunes, la Beata Cabrini estaba poseída por Dios profundamente.
No osamos, por tanto, hablar de una conversión de la Beata, de un diez natalis de su santidad. Al crecer en edad, crecía en la Gracia. Niña, parvulilla, estudiante, maestra y, por fin, auxiliar en la Casa de la Providencia; fue un lento madurar del alma. Una pobre niñita que le acompañaba a Vidardo, cuando la Beata se trasladaba allí y pernoctaba como maestra suplente, interrogada acerca de sus recuerdos, ahora que es vieja, insiste sobre todo en estos dos: que la Beata cuidaba maternalmente de ponerla en su camita y le hacía estarse quieta y calentita, y que luego, cuando ya la creía dormida, se levantaba para orar y para hacer penitencia durante la noche. Este es ya un régimen de santidad.
Al principio de su nueva vida, en los santos se nota algo de aventurero, de extravagante, visiblemente fuera de lo ordinario. Casi como un río que no ha hallado y excavado todavía su curso. Luego parece que se normalizaran. En la Beata Cabrini, mujer en la que la voluntad prevalecía sobre la fantasía, nada, ni siquiera al principio, parece fuera de lo ordinario. Creó el torrente interior del Espíritu con un comportamiento sereno, igual, sonriente. Hasta el final. Veló Dios.
Tal vez hubiera un paso brusco. Con su trigésimo año inició la Congregación. Hasta aquella fecha había sido un poco la prometida del Espíritu Santo; luego fue su esposa. Sin cambios aparentes, se transformó de niña en señora, en reina de la nueva casa, en madre de sus hijas[4]. El cuidado de las otras almas y el inicio del apostolado esconderían aún más su alma y el dominio en ella de Dios; pero en otro sentido, siempre lo revelarían más, si bien indirectamente.
Al pasar de la vida oculta a la vida pública, justamente en la edad en que el propio Señor dio tal paso, la Madre Cabrini no cambió, sino que sencillamente se ofreció al Señor: hasta entonces Jesús la había santificado a ella; ahora, valiéndose de ella, debía santificar a sus hijas, sus alumnas. Sobre este paso, ¡cuánto quisiéramos saber! Y no sabemos nada.
* * *


[1] Laude di frate Jacopone da Todi, edición de Giovanni Ferri, Roma, 1910, pág. 163 (es la Laude de la Encarnación del Verbo Divino, Laude centésima).
[2] Processi, pág. 204.
[3] Id., pág. 120.
[4] Una cosa es decir que no hubo una auténtica conversión, entendiendo siempre esta palabra en el sentido que se le da en la vida de los santos, y otra que en la vida y virtudes de la Beata no hubiese y no se notase un continuo avance. Ella misma hablaba de ello. “En aquellos años lloré mucho, y una Misionera no debe llorar. El no lamentarme de cuánto me tocaba sufrir, el soportarlo con paciencia y fortaleza habría sido virtud…, pero entonces no conocía el sublime valor de la cruz y de los sufrimientos…, y, no obstante, éstos son el más grande tesoro que posee la tierra” (cfr. La Madre F. S. Cabrini, o. c., pág. 23).

lunes, 1 de agosto de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 08


IMAGEN DE UN ALMA (5ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

Todos, todos los testimonios concuerdan en afirmar su repugnancia invencible a hablar de sí, de su Gracia, de sus Gracias. Todos están de acuerdo en que no era alma de dones corrientes.
“Una vez, creyendo que se sentía mal, le llevé un vaso de agua y tuve que llamarla dos o tres veces y sacudirla un poco también, y ni siquiera se dio cuenta de mi presencia. Permanecí al lado suyo de rodillas, impresionada de verla con el rostro radiante, las manos juntas y los ojos fijos en el Sagrario. Al cabo de quince minutos largos, se dio cuenta de mi presencia, y diciéndole yo que le había llevado un poco de agua porque tal vez se sentía mal, me respondió: ‘¿Qué es lo que dices, hijita? Estoy preparándome para recibir a Jesús; prepárate tú también’. Fue la noche del 25 de diciembre de 1903 cuando me fue dado observar el hecho referido. Aquella mañana me hizo dejar el sitio al lado suyo y me puso en el banco delante de ella, creo que para que no la viese en su éxtasis de amor a Jesús”[1].
Tampoco nos pueden ayudar sus confesores. Ninguno la siguió de modo que pudiese obligarla a escribir.
“A los quince años sintió la necesidad de una dirección más fuerte y eligió por profesor al párroco don Bassano Dedè. Comprendió éste que tenía que habérselas con un alma puesta de modo especial bajo la dirección del Espíritu Santo, y a las confidencias que la jovencita le hacía solía responder: ‘Ve a contárselo a Jesús’. Ella obedecía, y decía más tarde que le estaba muy reconocida a aquel confesor por haberle enseñado un método que le había dado una gran tranquilidad de espíritu, especialmente en su vida misionera y de continuos viajes, que habrían hecho no demasiado fácil una dirección espiritual continuada”[2].
La vida errabunda que llevó no permitió, además, que se diese en su alma esa falta de precipitación, por decirlo así, que permite escribir lo que se contempla o hablar de ello. Le faltó siempre el otium de lo contemplativos. Oró, pero nada más levantarse de la oración, actuaba. La oración se desarrollaba en los hechos, no en las palabras. Por eso tuvo siempre un sutil fastidio por la publicidad. “Decía: ‘Dejad que las obras hablen por sí mismas”[3]. Para cortar de raíz la vanagloria, no quiso ni siquiera tener demasiados cálculos ni demasiadas estadísticas. “Sé que a su muerte –escribe una testigo– dejó 67 casas, que contamos nosotras, pues la Madre no contaba ni el número de las religiosas ni el de las casas”[4].
Con tanto descuido de los datos estadísticos, imaginémonos si era mujer para ponerse a mirar en el espejo de la psicología, ni siquiera en el de la psicología religiosa. No tuvo el don, tan caro a los lectores y a los artistas, de la interpretación del propio ánimo y del ánimo de los demás en espléndidas representaciones y en expresiones fulgurantes, al modo de Santa Teresa y de Santa Catalina. Lo tuvo, pero excepcionalmente, no de continuo, poderosísimamente, como una vocación y un destino. San Agustín era, literalmente, el náufrago del pensamiento que le nacía fragoroso (y silencioso) en la mens, y le sumergía y absorbía como entre remolinos y olas, de los que se salvaba con las brazadas fatigadas (e inmensas) de su retórica.
En compensación, la Madre Cabrini tuvo el don de decir todo de inmediato.
* * *



[1] Processi, pág. 469.
[2] Processi, pág. 203.
[3] Id., pág. 71.
[4] Id., pág. 239.

lunes, 25 de julio de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 07


IMAGEN DE UN ALMA (4ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

De sus relaciones místicas con el Señor no sabemos absolutamente nada, ni de ella ni de quien la vio de cerca. Llamó resueltamente “sueños” lo que a nosotros nos parecen una cosa muy distinta de nuestros sueños, turbios y locos.
Una vez escribió ella misma de sí con naturalidad:
“Una de nosotras, que deseaba bastante encontrarse por un momento cerca del Tabernáculo, vio en sueños una gran procesión de santos que venían con Jesús a consolarla en su gran deseo”[1].
También “soñaba” el martirio:
“Durante unas seis o siete noches, a cada pequeño ruido creía que venían a quitarme la vida; pero no tenía tiempo de apoderarse de mí el terror, porque más aprisa venía a sorprenderme una soñada alegría de un martirio, como tuvo que soportarlo Juan Bautista por la misma causa”[2].
La M. Antonietta della Casa, que la sucedió en el gobierno de la Congregación, nos refiere:
“Sentía gran repugnancia por las llagas y la sangre. Me dijo haber visto en sueños a Nuestra Señora, que servía a los enfermos en las salas de un hospital… Corrió para ayudarla, pero la Virgen, con el rostro un poco severo, le dijo: ‘¡Como no quieres hacerlo tú, lo hago yo!’ Tras esto aceptó de inmediato el hospital, que siempre había rechazado, y apreció vivamente curar y asistir a los enfermos, visitándolos todas las mañanas, confortándolos, satisfaciendo sus lícitos deseos”[3].
Otra vez dijo a una hermana: “Lo que tú no me has hecho ver, me lo ha indicado el Sagrado Corazón en sueños”[4].
Cuando alguna de sus hijas creía estar a punto de tener la llave del secreto, la Madre cambiaba la cerradura.
“Sor Franceschina Cairo, la cocinera de Codogno, un ángel, que ahora, como píamente podemos suponer, está cantando con los ángeles en el Cielo, era compañera de cuarto de la Madre. Una noche, despertándose, vio la habitación iluminada por un vivísimo resplandor. ‘Madre, ¿ha visto?’ ‘Sí, duerme, no es nada’, fue su tranquila respuesta. Pero a la noche siguiente, sor Franceschina halló su lecho preparado en otra celda, y desde aquel día la Madre durmió sola”[5].

* * *

[1] Tra un’onda e l’altra, o. c., 1980, pág. 76.
[2] La Madre F. S. Cabrini, biografía escrita por una de sus hijas, S. E. I., Turín, 1962.
[3] Processi, pág. 828.
[4] Id., pág. 107.
[5] La Madre F. S. Cabrini, o. c. pág. 167.

lunes, 18 de julio de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 06





IMAGEN DE UN ALMA (3ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

La santidad es siempre algo personal, como la salvación; si no es posible sin amor al prójimo, siempre es cosa de un alma. Con los simples reflejos sociales no se hace un santo, ni siquiera se hace un cristiano. Como se sabe, la Iglesia es una sociedad de otra naturaleza, no como las más sagradas y santas sociedades terrenales, las cuales siempre se quedan en el límite de lo contingente y lo caduco.
El alma, y la santidad en un alma, no es per traducem, dijeron una vez los filósofos. Es obra de Dios, una vez tras otra, de un hombre tras otro, un santo tras otro. A nuestro parecer, es su alma, y Dios en su alma, el punto al que hay que dirigirse, en el intento de alcanzar y ver y tocar con la mano –en cuanto es posible– la santidad de un santo. El resto viene de aquí como de un manantial.
Deum nemo vidit unquam. Nadie vio nunca un alma. Per ea quae facta sunt se reconoce Dios y se reconoce un alma creada a su semejanza. Dios habla, el alma habla.
Hay un misterio en torno al alma, como en torno a Dios. Para alcanzar y comprender a Dios no hay mejor camino que la pureza del corazón. Los puros de corazón Deum videbunt. Es un hecho que para conocer a los santos es necesaria su misma pureza. Es un hecho que nadie conoce a los santos mejor que un santo o, a falta de santidad, un buen cristiano. La propia experiencia dice que los humildes, los sencillos, los buenos, son los conocedores natos de la santidad, los amadores de los santos, los seguidores primeros. Quienes primero siguieron a Jesús fueron los primeros súbditos y jerarcas de su pobre, errante Reino.
En este punto no nos quedaría sino rogar a Dios para que nos diese a nosotros y a nuestros lectores la pureza de corazón, y dejar nosotros de escribir y los lectores de leer: así veríamos mejor a la Beata Cabrini en su intimidad abrasada y ardiente de Dios.
Pero hay conocimiento y conocimiento. Además del primer y mejor conocimiento, que es éste de índole espiritual que hemos dicho, propio de quien “dice la verdad”, y la conoce en la medida en que “dice la verdad”; además de éste, hay un conocimiento lógico, dialéctico, que de las cosas conoce la sombra en sus conceptos, sombras que abraza como cosas sólidas. Dios es otra cosa que nuestro concepto de Dios; dígase esto de todo lo que existe. En nuestro caso, faltos de la pureza de corazón de un santo, nos serviremos de agudeza y la atención de la inteligencia para alcanzar y tener un concepto exacto, una sombra perfecta de la santidad de la Beata Cabrini.
A tal fin, como en todo camino intelectual, tras haber limpiado el camino de estorbos, veamos de qué ayudas nos podemos valer.
Sepamos ya que la Beata nos dejó pocas observaciones de su itinerarium mentis in Deum, pocas noticias de su vida profunda, y las pocas que nos quedan, se conservaron contra su intención y no revelan completamente el fervor de su alma. No sólo celó su secreto, sino que despistó a quien quisiese espiarla y ver claro.

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viernes, 15 de julio de 2016

Estampilla en honor a Madre Cabrini




Hola!
Feliz día para todos!!!
En el día del cumpleaños de Madre Cabrini, les compartimos una buena noticia que hemos recibido de parte de la Hna. María Barbagallo: las autoridades italianas han hecho la emisión de una estampilla en honor de nuestra Madre.
Para ver la descripción en italiano sigan el siguiente enlace: Estampilla (descripción)
Seguimos compartiendo la vida con Francisca...

lunes, 11 de julio de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 05


IMAGEN DE UN ALMA (2ª Parte)


Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

Para llegar adonde deseamos es necesario caminar: la meta que se nos aparece próxima es remota. Para “ver el alma” de la Beata Cabrini será necesario dejar atrás rápidamente, más rápidamente de lo que es posible, todo cuanto hay en torno a ella y ella no es.
No se sabe que la Beata Cabrini tuviera maestros de espíritu, en el sentido que se daba a esta expresión en el siglo XVII. Tampoco dio jamás signo alguno de querer seguir, siguiendo a Cristo en el camino de la cruz y de la virtud, esta o aquella dirección histórica, esta o aquella teoría o praxis ya definida. Tampoco pretendió, ni aun inconscientemente, abrir un camino nuevo, formular nuevas normas de piedad, marcar un itinerario del todo adecuado a la perfección.
Tuvo como maestra a la Iglesia, con las enseñanzas eternas y las particularidades temporales que fueron de su tiempo. Aceptó y adoptó expresiones y directrices, tal como entre 1880 y 1910 se las ofrecía la Iglesia, reconociendo en ellas lo divino y no rechazando lo humano. Alma inmortal y mujer de su tiempo, hizo su viaje terrenal en la nave de la Iglesia, acomodándose sin sublimes desdenes ni inteligencia crítica al color de la época.
“Estamos en el seno de la Iglesia católica, y siempre reposamos nuestra cabeza en la piedra misteriosa y querida que es Jesús”[1].
Empirismo, se dirá. Respondamos: si la Beata hubiese profesado la teoría, seguir en el empirismo podría haber sido una culpa. Por el contrario, ella no quería sino hacerse santa y santificar. No abrió discutiendo quiméricos caminos en papel impreso, sino que los abrió de hecho, como veremos, andando su camino, para llegar realmente a la santidad, llevando tras sí un pueblo de mujeres.
Sabemos que leyó algunos libros y que sentía predilección por ellos[2]. En la medida en que se lo consintió su perpetuo viajar, mantuvo contacto con no pocos religiosos. A algunos los tuvo en opinión de santidad. Pero ni de los libros ni de los hombres aprendió su camino, sino en aquello en que libros y hombres se relacionaban con la Iglesia. No podemos, por tanto, ayudarnos con el conocimiento de libros y personajes particulares para conocer su alma.
Los lugares en los que pasó su vida, intensa y rápida, no nos ofrecen mayor ayuda. Aun siendo lombarda, no permitió que ningún carácter de su Lombardía natal dominase en su vida espiritual. Como tampoco ninguna característica de los países, de los innumerables países que recorrió y en los que se paró. Dado su origen lombardo y su vida en los Estado Unidos, parecería fácil salirse con la formulita de la vida activa (mejor, “del activismo”) para definir a la Beata Cabrini.
No menos cómoda y expeditiva sería una ojeada a su tiempo, en la esperanza de que nos diera una visión, una quintaesencia de su santidad. Se recordaría así a León XIII, luego la cuestión social, más bien los varios aspectos de la cuestión social; se añadiría una palabra sobre la mísera condición de los ancianos o, como se dice, de las clases pobres; de ahí podría inferirse que la santidad de la Cabrini fue una santidad social, de tipo social. Palabras.
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[1] F. S. Cabrini: Tra un’onda e l’altra, Roma, 1980, pág. 148 (Hay edición española: Entre una y otra ola, 1973).
[2] Alfonso Rodriguez, S.J.: Ejercicio de perfección y virtudes cristianas; Alfonso M. de Ligorio: Monaca Santa; Pinamonti: Religiosa in solitudine; Tomás de Kempis: Imitación de Cristo; Ignacio de Loyola: Ejercicios Espirituales.

lunes, 4 de julio de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 04


IMAGEN DE UN ALMA (1ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

La Beata no osó nunca llevar el diario de su alma. No hablaba; imaginémonos, pues, si habría deseado escribir de su vida interior. Escondió tan bien a Dios que, por lo que pudiese suponer de gloria para Él, nunca fue posible, ni siquiera a sus hijas más cercanas, forzar la custodia y entrever nada de su alma más profunda. Tibi silentium laus, podría haber sido la divisa de su unión con Dios. No las palabras, sino los hechos, deben dar testimonio de Dios. También las palabras, como cualquier otra cosa, pero después de los hechos, y si fuesen necesarias.
La Beata Cabrini fue un alma esencialmente silenciosa. Habló en la medida en que la acción verdadera lo permitía, es decir, muy poco y en pocas ocasiones. Su palabra nacía en la acción, y en la acción moría. No se sabe que hiciese la menor contribución a aquel relámpago de palabras que iluminó y ofuscó siniestramente, retorciéndose como un infinito fuego de paja, la anteguerra. No se hablaba más que de paz y estalló la guerra; no se hablaba más que de la cuestión social y se desbordó el comunismo; no se hablaba más que de bienestar y llegó la más dura depresión económica que el mundo había soportado. Entre los católicos no se hablaba más que de ideales y estalló la más hipócrita de las herejías, el modernismo.
La Beata Cabrini calló y actuó. No dijo nunca nada e hizo todo.
Por tanto, nos resulta precioso por encima de toda ponderación este manojito de propósitos, salvado Dios sabe cómo de la destrucción a la que la Madre sometía todos sus papeles. Se halló en un cuadernito que reproducimos textualmente, página tras página, sin osar hacer ninguna alteración ni corrección, en las fechas ni en los fragmentos.
En estas páginas aparecen oraciones estupendas y algunas de las expresiones más características de la Beata: “Con Dios haré cosas grandes”; “Hazme el corazón tan amplio como el universo”; “¡Oh, mi Dilecto!, ¿cómo estás?” El lector no debe dejarse desanimar, de buenas a primeras, por la sencillez del lenguaje, por el tono modesto y corriente de las observaciones. Deténgase a considerar y descubrir: encontrará, en palabras, la muestra de la vida profunda de la Beata.
Ninguna otra vez escucharemos a la Beata cuando se habla a sí misma y habla de Dios y de su alma. Además de éste, inmediato y probatorio, no nos queda otro testimonio de su fervor de caridad. Quienes, aun hallándose ocupados en su cotidiana crucifixión de la virtud por amor a Dios, llamados a la vida cristiana y a la perfección de la vida cristiana, lean las pocas descarnadas y robustas páginas de los Propósitos sentirán el deleite que acompaña a la Gracia: pródromo de la virtud, fruto del amor.


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