Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús
La unión con Dios es una gracia
que recibimos aceptando el amor de Dios para con nosotras y dejándonos
transformar por Él, sabiendo que es un camino de conversión y de
“desmantelamiento” de nuestros esquemas cuando son asociados a un falso sentido
de la afirmación según la cual podemos ser los árbitros absolutos de nuestro
destino:
“...
dejad que yo repose un momento la cabeza en vuestro Corazón para entender los
secretos celestiales que en él se encierran y escuchar con claridad todo lo que
vos deseáis de mí, con el impulso fervoroso para practicarlo bien todo, porque
no quiero haceros esperar más a la puerta de mi corazón.”[1]
A través de una ascesis
constante, y a veces dolorosa, se puede aprender de Jesús el camino de esta
experiencia:
“¡Qué
bueno es el Corazón santísimo de Jesús con nosotras! ¿Y qué quiere Él en
recompensa por tanto amor? Nada más que un perfecto abandono en Él y un
esfuerzo continuo por conformar nuestra vida a la suya crucificada, tomándole
como modelo en todos los acontecimientos y en todas nuestras acciones, uniendo
todos nuestros pasos a los suyos para no caminar sino en los caminos de su
santo amor, como nos es propio a nosotras que estamos consagradas únicamente a
su divino servicio ¡Felices nosotras si somos del Amado de nuestra alma para
siempre, dejando en posesión suya nuestro corazón, nuestro amor, nuestros
afectos, inclinaciones y ternuras! Sabed, hijas, que el Corazón Santísimo de
Jesús quiere o todo o nada; no quiere porciones, no le gustan las divisiones,
porque ¡ay de nosotras si todavía mantenemos nuestro afecto por las creaturas o
por nosotras! Todo, todo debe ser del Sagrado Corazón de Jesús, todo sin
excepción.”[2]
Vuelve constantemente a aquella
recomendación a “dejar” otros amores para poseer El Amor por excelencia y
siente la dificultad de convencer a los demás si ella misma no lo
experimenta:
“Trataré
de tener la mirada fija continuamente en la presencia de Dios y haré por mi
parte todo lo que pueda para que mi corazón se pierda en ese océano de Amor, su
centro, para obtener poco a poco la facilidad de hacer todas las cosas con
tranquilidad inalterable. La íntima unión con Dios llena al alma de una fuerza
invencible que le hace capaz de soportar todo sin alterarse.
El
amor de Dios triunfa en todo, siendo un fuego que embistiendo al objeto lo
convierte en fuego, y la mirada fija en Jesús, vuelve al alma justa y ordenada,
haciéndola Él partícipe de su inmutabilidad.”[3]
La propuesta de
Madre Cabrini, sobre todo a sus Misioneras, para realizar este Paraíso en la
tierra que es la unión inefable con Dios Creador, está llena de fascinación
porque revela la inquietud por comunicar una experiencia de felicidad que de
otro modo no sería posible:
“El
alma abandonada perfectamente en los brazos del Omnipotente no desea ni gusta
ya las cosas de la tierra, no se alegra más que en Dios y, cualesquiera que
sean las disposiciones de la Providencia sobre ella, como se ha abandonado por
amor, experimenta en aquellas disposiciones un gozo purísimo (porque la
naturaleza no toma parte) y en su pureza, que es excelente, encuentra aquella
alegría inefable que corre como a torrentes deliciosos en su corazón, siendo
semejante, dentro de lo posible en esta tierra de destierro, al gozo que
experimentan los bienaventurados del cielo al cumplir puntualmente la santa,
amable y adorable voluntad de Dios.”[4]
[1] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 153-154
[2] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 199
[3] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 161
El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario