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jueves, 5 de diciembre de 2019

"Suene, suene tu voz..." (3ra Parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús




La unión con Dios es una gracia que recibimos aceptando el amor de Dios para con nosotras y dejándonos transformar por Él, sabiendo que es un camino de conversión y de “desmantelamiento” de nuestros esquemas cuando son asociados a un falso sentido de la afirmación según la cual podemos ser los árbitros absolutos de nuestro destino: 

“... dejad que yo repose un momento la cabeza en vuestro Corazón para entender los secretos celestiales que en él se encierran y escuchar con claridad todo lo que vos deseáis de mí, con el impulso fervoroso para practicarlo bien todo, porque no quiero haceros esperar más a la puerta de mi corazón.”[1] 

A través de una ascesis constante, y a veces dolorosa, se puede aprender de Jesús el camino de esta experiencia: 

“¡Qué bueno es el Corazón santísimo de Jesús con nosotras! ¿Y qué quiere Él en recompensa por tanto amor? Nada más que un perfecto abandono en Él y un esfuerzo continuo por conformar nuestra vida a la suya crucificada, tomándole como modelo en todos los acontecimientos y en todas nuestras acciones, uniendo todos nuestros pasos a los suyos para no caminar sino en los caminos de su santo amor, como nos es propio a nosotras que estamos consagradas únicamente a su divino servicio ¡Felices nosotras si somos del Amado de nuestra alma para siempre, dejando en posesión suya nuestro corazón, nuestro amor, nuestros afectos, inclinaciones y ternuras! Sabed, hijas, que el Corazón Santísimo de Jesús quiere o todo o nada; no quiere porciones, no le gustan las divisiones, porque ¡ay de nosotras si todavía mantenemos nuestro afecto por las creaturas o por nosotras! Todo, todo debe ser del Sagrado Corazón de Jesús, todo sin excepción.”[2] 

Vuelve constantemente a aquella recomendación a “dejar” otros amores para poseer El Amor por excelencia y siente la dificultad de convencer a los demás si ella misma no lo experimenta: 

“Trataré de tener la mirada fija continuamente en la presencia de Dios y haré por mi parte todo lo que pueda para que mi corazón se pierda en ese océano de Amor, su centro, para obtener poco a poco la facilidad de hacer todas las cosas con tranquilidad inalterable. La íntima unión con Dios llena al alma de una fuerza invencible que le hace capaz de soportar todo sin alterarse.
El amor de Dios triunfa en todo, siendo un fuego que embistiendo al objeto lo convierte en fuego, y la mirada fija en Jesús, vuelve al alma justa y ordenada, haciéndola Él partícipe de su inmutabilidad.”[3]

La propuesta de Madre Cabrini, sobre todo a sus Misioneras, para realizar este Paraíso en la tierra que es la unión inefable con Dios Creador, está llena de fascinación porque revela la inquietud por comunicar una experiencia de felicidad que de otro modo no sería posible:

“El alma abandonada perfectamente en los brazos del Omnipotente no desea ni gusta ya las cosas de la tierra, no se alegra más que en Dios y, cualesquiera que sean las disposiciones de la Providencia sobre ella, como se ha abandonado por amor, experimenta en aquellas disposiciones un gozo purísimo (porque la naturaleza no toma parte) y en su pureza, que es excelente, encuentra aquella alegría inefable que corre como a torrentes deliciosos en su corazón, siendo semejante, dentro de lo posible en esta tierra de destierro, al gozo que experimentan los bienaventurados del cielo al cumplir puntualmente la santa, amable y adorable voluntad de Dios.”[4]



[1] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 153-154
[2] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 199
[3] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 161
[4] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 162-163

El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí


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