Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús
El Corazón de Jesús es el maestro interior
y una escuela para aprender a ser como Él, “manso y humilde de corazón” como
para seguir su camino, incluso cuando ello comporta dolor y contradicciones:
“Cúbreme, Jesús, con la caridad de tu Divino Corazón para que yo sea de veras la Misionera de tu Divino Corazón y no lleve nunca indignamente este grandioso y sublime título salido de tu Divino Corazón... La voluntad de Jesús es el cielo de su amada esposa. Hablad, Señor, que vuestra sierva os escucha, Jesús yo me apoyo en Ti, voy a Ti. Introdúceme en la secreta intimidad y enséñame para que siga cada vez más fielmente tu santísima voluntad. Yo quiero agradarte en todo, quiero lo que te gusta a Ti, no quiero preocuparme de mis deseos, quiero que cada una de mis inclinaciones sean sofocadas completamente porque Tú, Jesús mío, debes reinar en mí como absoluto dueño. Tú eres mi hacedor, yo soy tu criatura, te debo obedecer y es dulce para mí este deber. Sí, obedecerte a Ti, mi Dios es para mí un reino de paz, de alegría, de gozo... La verdadera paz celestial consiste en el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios, sin buscar ni desear otra cosa.”[4]
El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí
“Él
es mi maestro, mi guía, mi piloto, mi pastor, mi médico, mi padre, mi juez y mi
abogado, mi protector y defensor.”[1]
De este Maestro se aprende todo y
siguiéndole a Él se camina en la verdad:
“Cuando
Dios habla al alma es inútil presentarle las
vanas opiniones de los grandes hombres. Él es el Verbo de quien proceden todas
las cosas y el verdadero principio que habla al sencillo y humilde de corazón
que camina en la verdad.”[2]
Se trata de escucharlo, de adherirse al
Evangelio sin compromisos, despojadas de nuestra sabiduría:
“Sí,
está preparado mi corazón, Dios mío; hablad, decidme lo que queréis; estoy
dispuesta a cualquier sacrificio para crecer en vuestro amor y para procurar
vuestra gloria. Corazón de mi Jesús, me abandono en ti. Habladme, instruidme,
iluminadme.”[3]
Se aprende a estar abierto al aprendizaje
de la humildad a través de los acontecimientos, las circunstancias y los
contratiempos que se asumen gradualmente con actitudes nuevas que facilitan el
encuentro de amor con Dios:
“Cúbreme, Jesús, con la caridad de tu Divino Corazón para que yo sea de veras la Misionera de tu Divino Corazón y no lleve nunca indignamente este grandioso y sublime título salido de tu Divino Corazón... La voluntad de Jesús es el cielo de su amada esposa. Hablad, Señor, que vuestra sierva os escucha, Jesús yo me apoyo en Ti, voy a Ti. Introdúceme en la secreta intimidad y enséñame para que siga cada vez más fielmente tu santísima voluntad. Yo quiero agradarte en todo, quiero lo que te gusta a Ti, no quiero preocuparme de mis deseos, quiero que cada una de mis inclinaciones sean sofocadas completamente porque Tú, Jesús mío, debes reinar en mí como absoluto dueño. Tú eres mi hacedor, yo soy tu criatura, te debo obedecer y es dulce para mí este deber. Sí, obedecerte a Ti, mi Dios es para mí un reino de paz, de alegría, de gozo... La verdadera paz celestial consiste en el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios, sin buscar ni desear otra cosa.”[4]
Para transmitir esta atención al Corazón de
Jesús y a sus deseos, y evitar que las Misioneras que ella guiaba, se
encontraran en decisiones ambiguas, y “beban en otras fuentes” que no sean
aquellas de la salvación (cfr. Is 12,3), Madre Cabrini, fuerte en la
experiencia de alegría y de amor que gozaba, no escatimó en cartas,
exhortaciones, recomendaciones y amonestaciones cuando era necesario:
“Espero
que los Ejercicios Espirituales continuarán bien y con provecho, para que se
cumplan los designios de Dios sobre cada una de vuestras almas. A veces son
pocas las religiosas que llegan por entero al cumplimiento de los designios de
Dios sobre ellas, porque pocas tienen la suficiente generosidad para
corresponder a la voz de la gracia.
El
Espíritu Santo las espera, quiere que sean dóciles a su voz, las invita, las
solicita, las empuja; no abusen pues las Religiosas del tiempo favorable que se
les ofrece, no quieran pasar los años enteros e incluso la vida disputando su
corazón a la gracia; decidan de una vez hacer el sacrificio completo, no
reserven ni afecciones, ni designios, ni puntos de vista, ni deseos, ni
esperanzas de las que no quieren despojarse para entrar en la perfecta
dependencia de la gracia y del Espíritu Santo que las quiere llevar a la perfección de su estado noble y sublime. A
veces parecen pequeñas cosas, pero son tantos vínculos con los cuales el
enemigo nos tiene sujetas para no dejarnos progresar. ¡Qué felices y santas
seríamos si para una fidelidad pronta y generosa, renunciásemos de una vez para
siempre a todos aquellos inútiles deleites, a todas aquellas vanas
satisfacciones, a todos los apegos naturales, a todas las ocupaciones frívolas
y vanos entretenimientos!”[5]
De hecho la voz de Dios no se puede
escuchar sin la “luz” de su gracia que ilumina nuestras tinieblas:
“Rogad, rogad hijas, si rogáis de corazón
vendrá sobre vuestras almas una gran luz, se os abrirá un feliz horizonte que
alguna vez, de lejos, habéis pregustado y entonces qué grande será vuestra
generosidad y cómo desearéis sacrificaros por vuestro amadísimo Jesús.”[6]
El “recogimiento” como estrategia cristiana
para conservar la santa unión con Dios, garantiza esa íntima relación que hace
de puente entre las miles distracciones de cada día (las tareas de la misión,
las dificultades para afrontar los conflictos de relación…) y al mismo tiempo
permite examinar obras, palabras y sentimientos para que coincidan siempre con
el ofrecimiento que se hace continuamente al Corazón de Jesús:
“Entrad
con frecuencia en vosotras y examinad vuestras obras, vuestras palabras y
vuestros pensamientos, para ver si todo es digno de vuestro Amadísimo Esposo y
ved si alguna cosa le hace volver la cara; escuchad la voz de Jesús que
siempre os habla cuando estáis recogidas y no le digáis nunca que no. Temed
negarle cuando os pide algo porque Él es muy celoso de vuestro corazón y de sus
deseos y, por cada falta, nos hacemos indignas de tantas gracias que quiere
darnos en abundancia.”[7]
[1] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 150
[5] Cfr.
“Epistolario”, Vol. 5°, Lett. n. 1774
[6] Cfr.
“Epistolario”, Vol. 1°, Lett. n. 372
[7] Cfr.
“Epistolario”, Vol. 1°, Lett. n. 323
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