Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018
Codogno 2018
Capítulo 4:
"Ardientemente, velozmente":
El ritmo del amor
Pero donde Madre Cabrini bate todos los
records del verbo “correr”, es en las fundaciones. Sus cartas están llenas de
“hacedlo pronto”, porque aquella ocasión puede esfumarse, porque el correo
parte, porque si se pierde el tren o aquel autobús se debe esperar a otro día,
porque los hijos de las tinieblas son más astutos que los de la luz, porque la
obra debe comenzar y no están las Hermanas, porque se necesita pedir enseguida
aquel permiso, encontrar aquel dinero, curar enseguida a aquella Hermana, salir
de inmediato a una nueva misión:
“Pronto,
pronto, hijas, no hay tiempo que perder, sois Misioneras, derramad el suave
perfume de vuestro nardo en toda la casa y, con las oleadas de sus aromas
celestiales, tratad de purificar la tierra infectada de pestilencias y mortales
exhalaciones.”[1]
Sin embargo, el ritmo frenético se concilia
bien con una gran paz interior que, al mismo tiempo que reconoce que necesita
actuar deprisa, no debe ser un “desahogo de la naturaleza”, ni una inquietud
excesiva causada por una ansiedad desmedida. La necesidad es buscar la gloria
de Dios:
“...
tengo prisa, tengo por ahí cientos de cosas que hacer para ir tras las
bendiciones del Sagrado Corazón de Jesús.”[2]
También la actividad tiene que estar
regulada por la recta intención y el discernimiento necesario para saber si el
actuar corresponde a lo que Dios quiere. El “correr” se rige sobre todo por la
voz de la obediencia:
“Fortalece,
¡oh Jesús! mi débil e inestable voluntad, para que enérgicamente quiera lo que
Tú quieres, y sepa rechazar lo que a Ti no te gusta; custodia tú mismo mi
tabernáculo que en otro tiempo te consagré.”[3]
El deseo urgente en el corazón es el que
hace exclamar a Madre Cabrini:
“si
pudiera alargar los brazos y abrazar el mundo para dártelo.”[4]
El ritmo del amor de Madre Cabrini siempre
está regulado por la obediencia. En su trabajo, en las dificultades, en las
desilusiones, se presentan ante ella las directrices fundamentales de su
actuar: la voluntad de su Señor, la salvación de las almas, la voz de la
obediencia. Correr o “volar” incluso cuando las cosas van mal, no pensar mucho
en las decepciones, como dijo tras el exilio de Nicaragua:
“debemos
permanecer aquí con las alas listas para volar cuando nos exilien, porque es
muy probable.”[5]
Y este horizonte representa la visión de la
Misionera del Sagrado Corazón:
“Por
más difícil que sea una obra, yo la pongo en el Corazón Adorable de mi dulce
Jesús y entonces con seguridad descanso tranquila, aún estando lejos, sabiendo
bien que Él sabe hacer las cosas y completa cualquier obra que yo deseo para su
gloria. Sobre el campo yo trabajo con toda mi alma, pero cuando la obediencia
me lleva lejos de allí, para ir a trabajar a otra parte, cuya mies ya está
madura, yo desconfiaré del primero; porque, amando tanto a mi amado Jesús,
confiaré que les dará mucha ayuda y entusiasmo a nuestras queridas Hermanas
para lograr llevarlo a cabo.”[6]
Correr por el camino de la voluntad del
señor es posible al ritmo del amor que no desgasta, porque participa de una
fuerza que es Dios, también porque la meta se hace cada vez más clara: confiar
ciegamente en el Sagrado Corazón de Jesús…
“que
guía el barco del Instituto cuando se sienta en la popa el Corazón de Jesús.”[7]
y hacer todo a la mayor gloria del Corazón
Santísimo de Jesús.
[1] Cfr. Epistolario, Vol. 1°, Lett. n. 423
[2] Cfr. Epistolario, Vol. 5°, Lett. n. 1877
[3] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 163
[4] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 91
[5] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 712
[6] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 412
[7] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 713
El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí.
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