La cuarentena desde casa
Por María del
Rosario González*
La cuarentena nos
encontró un día, por sorpresa, de repente, en medio de compromisos, proyectos, obligándonos
a frenar, hacer una pausa y/o modificar nuestras rutinas y modalidades
cotidianas. Escuchamos multiplicidad de noticias que no cesan de nuestro país y
del mundo que nos despiertan sentimientos diferentes: temor, duda,
incertidumbre, desconcierto… los continentes unidos en uno sólo.
Este momento tan
difícil, como todos los momentos adversos, nos da paradójicamente la oportunidad
de poder descubrir algo positivo; nos invita a empezar a valorar todas aquellas cosas que
hace tiempo naturalizamos y que en este
momento no podemos hacer, y todo lo que
es y no es realmente importante en la vida y a la vez redescubrir momentos
dentro de casa con nuestra familia.
Encontrarnos con los más cercanos,
unirnos, compartir más tiempo y aprovecharlo, conectarnos y sostenernos desde la mirada, la escucha, la palabra, las
risas, los juegos, los mensajes; sin
apuros, sin horarios, a la vez extrañando mucho a aquellos que no podemos
visitar, abrazar, buscando el modo de cuidarlos
y estar cerca de ellos desde la distancia.
Y aún estando en cuarentena
el día se pasa rápido, y quedan cosas por hacer, palabras por decir, abrazos y
besos por dar.
Nos hace repensar en
la vulnerabilidad del ser humano y la necesidad del otro en la vida de cada uno,
el otro como constituyente necesario de nuestra subjetividad, y a la vez la importancia
de que el otro esté bien para que todos lo estemos, dejando de lado egoísmos e
individualidades. Y de este modo entender realmente qué es el bien común,
porque al mundo lo hacemos todos, es necesario
pensar en nuestros gestos y acciones,
por más pequeños que sean, para reflexionar si hacen bien de verdad al
otro o no y al medio natural en el que vivimos, ese regalo de Dios que en
ocasiones no cuidamos.
En particular, en nuestra labor
educativa, nos convoca a buscar los medios y herramientas para asegurar la
continuidad pedagógica, utilizando los recursos que tenemos disponibles pero
sobre todo tratando de que prevalezca lo vincular a pesar de la distancia, y en
esta tarea precisamos de la familia, de su compromiso, predisposición,
colaboración para hacer puente con los niños/as, cobrando sentido entonces el
trabajo en red familia - escuela.
La necesidad fundamental de la fe en
Dios, lo que nos da alivio y esperanza. Nos quedamos como familia, juntos, unidos con las palabras tan acertadas
que dio el Papa Francisco centrándose en el Evangelio según San Marcos:
“Al
igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta
inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca,
todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y
necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos
mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con
una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros
descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo
juntos. (…)
La
tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas
y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas,
nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado
dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a
nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de
encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas
tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de
apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos
así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con
la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que
disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al
descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos
ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos. (…)
«¿Por
qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una
llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y
confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”,
«volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de
prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de
nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo
que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de
restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.
«¿Por
qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que
necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos.
Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a
Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los
venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se
naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que
nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque
con Dios la vida nunca muere.
El
Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a
activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido
a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar
y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados.
Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en
su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su
amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los
afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas,
escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro
lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos
espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e
incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3),
que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza…”
Aprovechar, entonces este tiempo que
coincide con la cuaresma para reflexionar, rezar, estar juntos, unidos, abrazar
la Cruz y con esto fortalecer nuestra fe
en Cristo para poder resignificar y vivir una Pascua diferente.
*María del Rosario González es Directora del Nivel Inicial
del
Instituto Santa Rosa, de Buenos Aires, Argentina
No hay comentarios:
Publicar un comentario