A comienzo de este año nos
preparábamos para desplegar juntos y con gran entusiasmo, las alas del corazón.
Muchas fueron las reuniones donde
imaginábamos cuantas aventuras y encuentros tendríamos en este “viaje”. Lo que
nunca imaginamos era que tendríamos que realizar una ‘parada técnica’, tan
inesperada, angustiante y maravillosa a la vez.
Parada técnica que nos iría
llevando a un viaje hacia las profundidades del corazón y de nuestra propia
intimidad. Viaje que solemos añorar y sentimos que muchas veces cuesta realizar
por las corridas cotidianas.
Esta cuaresma-cuarentena puede
ser, si la sabemos aprovechar, el tiempo favorable para redescubrir y descubrir
las cosas que son importantes para la vida, el corazón y para ser felices, como
también, para valorar tanta gente buena que, como Jesús, en lo cotidiano, se
juega la vida por los demás.
En este tiempo, en que es necesario estar
lejos físicamente de nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo y los
protagonistas de nuestra labor docente-catequística: los chicos, nuestros
alumnos, buscamos seguir conectados. Nos pusimos las alas de la creatividad, la
imaginación y el ingenio para llegar a todos, por muchos medios que tuvimos que
aprender a descubrir, para alentar la
esperanza y la confianza en el Corazón
de Jesús.
Por otro lado, agradecemos el
tiempo que Dios nos regala para compartir con aquellos con los que nos toca
convivir, la familia: noches de pelis, charlas de sobremesa, mañanas de café
recién hecho y amasado de pan casero, juegos que habían sido olvidados. Todos
ellos son, entre otras cosas, los momentos que nos hacen disfrutar,
conectarnos, crecer, aprender y aprovechar este tiempo.
También nos sentimos preocupados
por tantas personas que se encuentran en estado de vulnerabilidad, por el dolor
de los que perdieron sus seres queridos, por los que no pueden trabajar, por
los que no tienen para comer, por los que están solos, por los que no saben cómo
van a continuar...
Siguiendo los pasos de Francisca,
nos sumamos al desafío de ponerle al corazón, las alas del amor y la ternura,
para acompañarnos, abrazarnos, ayudarnos, a pesar de la distancia, unidos desde
la fe y la oración, y así volar alto, muy alto, hasta el Corazón de Jesús a
quien le confiamos nuestra vida y la vida del mundo entero.
Florencia, Sabrina y Anabel,
Catequistas del Colegio Madre
Cabrini, Rosario.
Marzo 2020
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