Capítulo 5:
El "celo devorador":
Todo a la Mayor Gloria del Corazón SS. de Jesús
En
sus Propósitos Madre Cabrini anotaba:
“Cuando
no son escuchadas las palabras, recurramos a la oración. Digamos al Corazón de
Jesús que Él toque los corazones de las creaturas, y ¡cuánto mejor que nosotros
la hará Él!”[1]
Este
sufrimiento puede turbar cuando se ve la urgencia y las pocas fuerzas que
tenemos. Visitando los indígenas de Centro América, Madre Cabrini sentía la
tristeza de no poder quedarse con ellos:
“Y
un sentimiento de íntima pena me oprimía el corazón al no poder, por el
momento, quedarme entre ellos y dedicarme su cultura espiritual e intelectual
por falta de misioneras. Actualmente son ya más de cuatrocientas las Misioneras
del Sagrado Corazón que trabajan noche y día en Estados Unidos y, sin embargo,
son como un manojo de espigas en un campo inmenso. ¡Que el Sagrado Corazón de
Jesús nos conceda el que, para mayor gloria suya y salvación de las almas por
Él redimidas, vengan muchas almas generosas a enrolarse en nuestras filas bajo
la bandera del Sagrado Corazón! Hay campo aquí para todas, para cualquier
actividad, para todos los talentos, para todas las inclinaciones. Aquella que
se consagra a Jesús como Misionera suya, dispuesta desplazarse hasta los
últimos confines de la tierra para llevar su nombre, aún con el sacrificio de
los más queridos afectos y de la misma vida, es verdadera heroína, en cuyo
corazón está viva la llama de la caridad. Ella no atrofia su propio corazón, ni
pone bajo la ceniza la vívida chispa de inteligencia con la que Dios le ha
dotado; al contrario, la llama encendida en el corazón se convierte en
verdadero volcán de caridad que todo lo incendia: esa chispa se hace una
brillante antorcha de cuya luz huyen las tinieblas, y las almas errantes
descubren el camino. Feliz aquella que pueda presentarse ante el tribunal de
Dios seguida de un gran número de almas salvadas por mediación suya.”[2]
Un
fruto del cielo devorador es precisamente el desarrollo de las capacidades
naturales puestas al servicio del Reino. La concienciación que Madre Cabrini ha
tratado de realizar en las personas que comparten su ideal en sintonía con lo
que dice el Evangelio (cfr. Mt 25,14-30), es la realización de sí misma que,
admitiendo su propia incapacidad, crea las condiciones para un compromiso
gozoso y cordial:
“Él
demanda con justicia que nosotras pongamos a fructificar estos talentos para
que produzcan cuanto deben. El campo de nuestras almas en el que se siembra la
buena semilla de trigo no tiene en todas la misma fertilidad; unas no pueden
hacer más que diez, otras veinte o sesenta y uno, otras hasta cien. Estos
grados de fertilidad son un regalo que Dios se complace en repartir a las
almas, según el designio que tiene sobre cada una. Pero acordaos bien que a
nosotras concierne el sacar de este regalo de Dios, el provecho que Él tiene
derecho a esperar, y es nuestra culpa, y esto nos debe avergonzar, si la ganancia
no responde a la medida de los talentos, ni la mies a la fertilidad del terreno
por falta de cooperación.”[3]
El
secreto será siempre el amor que impulsa a la acción desde dentro. Un amor
basado en el Corazón de Jesús y por lo tanto constante y perseverante, incluso
en la insatisfacción. Madre Cabrini sabe que tiene que apoyar a las Hermanas en
el celo e insiste:
“A
la obra pues, hijas, lanzad en medio de estas legiones de jóvenes el grito de
alarma ¡a la mayor gloria del Corazón de Jesús! Mostradles los intereses de
este Corazón Divino esparcidos por toda la tierra, almas que a Él le han
costado tormentos y muerte y se pierden por falta de alguien que les conduzca
por el recto camino, mentes desviadas por el error y que una palabra animada
del espíritu divino, puede vislumbrar la búsqueda de la verdad y miles de otros
sagrados intereses que las almas amantes del Corazón de Jesús tienen que
tomarse en serio.”[4]
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