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jueves, 14 de mayo de 2020

El "celo devorador" (10ma Parte)



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 5:
El "celo devorador":
Todo a la Mayor Gloria del Corazón SS. de Jesús




El descanso que se encuentra en Jesús, en su presencia como Sacramento, no sólo es un momento de intimidad, es una alabanza a Dios para implorar ayuda, rectificar la intención, ofrecer la propia vida junto a la suya.
La tradición de las Misioneras del Sagrado Corazón conserva la memoria de centenares de religiosas que han vivido en el anonimato, con frecuencia no involucradas directamente en el apostolado, algunas enfermas de jovencitas y sin embargo radicalmente misioneras en la plegaria eucarística porque estaban sumergidas en el sacrificio de Cristo con la fe propia de toda la iglesia que celebra los misterios del Señor. De este humus siempre se ha alimentado la misionariedad en el Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón, y con esto se ha conseguido “hacer maravillas” sobre todo en la santidad de las personas. Al mismo tiempo, la oración eucarística de Jesús, que es acción de gracias al Padre por la salvación de la humanidad, es una nueva fuerza para la misión. Madre Cabrini tiene una pequeña oración que es una obra maestra de síntesis eucarística-misionera:

“¡Amado mío, que has querido por tu bondad hacerme Misionera de tu Corazón, instrúyeme, mientras estoy a los pies de tu Tabernáculo y yo me instruiré. Revélame los prodigios de tu amor, las maravillas de tu sabiduría en este Sacramento, y yo las contaré a todas las gentes, para que todos te conozcan más y más te amen.”[1]

No se detiene aquí la fuerza de la plegaria eucarística, también es necesario poner atención constantemente a la presencia de Jesús en el propio corazón, incluso con la “comunión espiritual”:

“Estas perlas preciosas están escondidas a los sabios y a los prudentes del mundo; los desdichados las tienen ante sus ojos, pero no las ven; oyen hablar de ellas, pero no las entienden, porque tienen tapados los oídos de la fe humilde y del deber de corresponder al amor. Si todos, o por lo menos, algunos entendieran los tesoros que tenemos en el Santísimo Sacramento, ¡qué grandeza, qué riqueza, qué dulzura, qué gozo! ¡Padre, Pastor, oh Jesús, qué admirables son tus obras, qué amables tus ternuras! Tú estás en el Santísimo Sacramento por mí, tú estás por todos en la Hostia, estás todo en todas y en cada una de sus partes. ¡Cómo eres Tú! ¡Todo de todos y Todo de cada uno! Ese celo y esa ternura que tienes por tu Iglesia Universal, las tienes igualmente por cada una de las almas unidas a su santa Madre Iglesia. Uno es el cuerpo místico de ésta, como es su cuerpo real y sustancial que está en el cielo y en la Eucaristía. No se puede, por lo tanto, participar en tu mesa, si primero no se es antes miembro de tu Iglesia; ni nadie puede venir a tu Iglesia, si tú, en tu misericordia, no lo atraes y lo agregas ¡Oh misterio, condescendencia, Sacramento! Oh sí, nosotros diremos a todas las gentes: Venid y ved las obras del Señor, “qui posuit prodigia super terram” (que hizo prodigios en la tierra). Pero para atraer las misericordias de Dios sobre la tierra, para que todos se unan a la Santa Iglesia católica, a este árbol de vida que salva, ¿qué haremos nosotras, Misioneras, también pobres, pequeñas, miserables, capaces de nada y, lo que es más, en un círculo tan restringido, para el bien de tantas almas? Nosotras comulgaremos frecuentemente, con todo fervor y obtendremos todo cuanto necesitan nuestros amados hermanos pecadores. Nosotros somos indignas; pero acercándonos a nuestro Jesús, recibiéndole, Él nos dará el beso de paz, mientras nosotras le daremos nuestro amor filial; nos calentará con su amor, nos purificará con su sangre, nos vivificará con su latido, nos decorará y embellecerá con sus gracias. “In me manet et yo en eo” (Permanece en mí y yo en Él). En la comunión se alcanza el fin del amor, Dios está en el alma sacramentalmente; ¡qué momento inefable! Dios la toca, la aprieta en su seno, y viendo y contemplando su imagen, se complace en ella. Ve la obra de sus manos, la obra de la cruz y se complace en ella, se complace mucho. ¡Oh Dios, alma! ¡qué unión, el alma está en Dios y Dios está en el alma![2]

En la plegaria eucarística, la celebración y la adoración, la comunidad cristiana converge en el centro de salvación, celebra su vida, unifica sus actividades y se hace partícipe de la vida del pueblo de Dios. Madre Cabrini señala que la Eucaristía crea un ambiente de compañerismo, de fraternidad, de participación en el plan de salvación y confía a las Misioneras su empeño en que el “celo devorador” tenga su significado más profundo.



[1] Cfr. M. Barbagallo: Cento anni di missione 1900-2000, “Le Missionarie di Madre Cabrini a Torino”, pág. 42-50 e 85-91
[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 232-233

El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí.




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