Capítulo 5:
El "celo devorador":
Todo a la Mayor Gloria del Corazón SS. de Jesús
El
descanso que se encuentra en Jesús, en su presencia como Sacramento, no sólo es
un momento de intimidad, es una alabanza a Dios para implorar ayuda, rectificar
la intención, ofrecer la propia vida junto a la suya.
La
tradición de las Misioneras del Sagrado Corazón conserva la memoria de
centenares de religiosas que han vivido en el anonimato, con frecuencia no
involucradas directamente en el apostolado, algunas enfermas de jovencitas y
sin embargo radicalmente misioneras en la plegaria eucarística porque estaban
sumergidas en el sacrificio de Cristo con la fe propia de toda la iglesia que
celebra los misterios del Señor. De este humus siempre se ha alimentado la
misionariedad en el Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón, y con esto
se ha conseguido “hacer maravillas” sobre todo en la santidad de las
personas. Al mismo tiempo, la oración eucarística de Jesús, que es acción de
gracias al Padre por la salvación de la humanidad, es una nueva fuerza para la
misión. Madre Cabrini tiene una pequeña oración que es una obra maestra de
síntesis eucarística-misionera:
“¡Amado
mío, que has querido por tu bondad hacerme Misionera de tu Corazón, instrúyeme,
mientras estoy a los pies de tu Tabernáculo y yo me instruiré. Revélame los
prodigios de tu amor, las maravillas de tu sabiduría en este Sacramento, y yo
las contaré a todas las gentes, para que todos te conozcan más y más te amen.”[1]
No
se detiene aquí la fuerza de la plegaria eucarística, también es necesario
poner atención constantemente a la presencia de Jesús en el propio corazón,
incluso con la “comunión espiritual”:
“Estas
perlas preciosas están escondidas a los sabios y a los prudentes del mundo; los
desdichados las tienen ante sus ojos, pero no las ven; oyen hablar de ellas,
pero no las entienden, porque tienen tapados los oídos de la fe humilde y del
deber de corresponder al amor. Si todos, o por lo menos, algunos entendieran
los tesoros que tenemos en el Santísimo Sacramento, ¡qué grandeza, qué riqueza,
qué dulzura, qué gozo! ¡Padre, Pastor, oh Jesús, qué admirables son tus obras,
qué amables tus ternuras! Tú estás en el Santísimo Sacramento por mí, tú estás
por todos en la Hostia, estás todo en todas y en cada una de sus partes. ¡Cómo
eres Tú! ¡Todo de todos y Todo de cada uno! Ese celo y esa ternura que tienes
por tu Iglesia Universal, las tienes igualmente por cada una de las almas
unidas a su santa Madre Iglesia. Uno es el cuerpo místico de ésta, como es su
cuerpo real y sustancial que está en el cielo y en la Eucaristía. No se puede,
por lo tanto, participar en tu mesa, si primero no se es antes miembro de tu
Iglesia; ni nadie puede venir a tu Iglesia, si tú, en tu misericordia, no lo
atraes y lo agregas ¡Oh misterio, condescendencia, Sacramento! Oh sí, nosotros
diremos a todas las gentes: Venid y ved las obras del Señor, “qui posuit
prodigia super terram” (que hizo prodigios en la tierra). Pero para atraer las
misericordias de Dios sobre la tierra, para que todos se unan a la Santa
Iglesia católica, a este árbol de vida que salva, ¿qué haremos nosotras,
Misioneras, también pobres, pequeñas, miserables, capaces de nada y, lo que es
más, en un círculo tan restringido, para el bien de tantas almas? Nosotras
comulgaremos frecuentemente, con todo fervor y obtendremos todo cuanto necesitan
nuestros amados hermanos pecadores. Nosotros somos indignas; pero acercándonos
a nuestro Jesús, recibiéndole, Él nos dará el beso de paz, mientras nosotras le
daremos nuestro amor filial; nos calentará con su amor, nos purificará con su
sangre, nos vivificará con su latido, nos decorará y embellecerá con sus
gracias. “In me manet et yo en eo” (Permanece en mí y yo en Él). En la comunión
se alcanza el fin del amor, Dios está en el alma sacramentalmente; ¡qué momento
inefable! Dios la toca, la aprieta en su seno, y viendo y contemplando su
imagen, se complace en ella. Ve la obra de sus manos, la obra de la cruz y se
complace en ella, se complace mucho. ¡Oh Dios, alma! ¡qué unión, el alma está
en Dios y Dios está en el alma![2]
En
la plegaria eucarística, la celebración y la adoración, la comunidad cristiana
converge en el centro de salvación, celebra su vida, unifica sus actividades y
se hace partícipe de la vida del pueblo de Dios. Madre Cabrini señala que la
Eucaristía crea un ambiente de compañerismo, de fraternidad, de participación
en el plan de salvación y confía a las Misioneras su empeño en que el “celo
devorador” tenga su significado más profundo.
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