Capítulo 6:
“Todo lo puedo en Aquél que me conforta”:
Perderse para encontrarse en Dios
La confianza debe ser una actitud constante
que acompañe cada acto de nuestra vida y es el apoyo que hace ir hacia
adelante, es un ejercicio de fe:
“Hacedlo
con empeño y no os canséis por las dificultades que, naturalmente, se
encuentran. Cuando os digan que no, tenéis que continuar mejor, como si dijeran
que sí, y golpeando siempre el mismo clavo, al final entrará. Lo más importante
es que vuestra confianza no disminuya, es más, debe crecer ante las
dificultades, porque precisamente ese es el estilo de los santos. “Si tenéis fe
como un grano de mostaza, transportaréis las montañas”. Ánimo pues, siempre
adelante, por muchas que sean las dificultades, reíos de ellas y poned mayor
empeño”.[1]
Pero la confianza no es un medio eficaz
para el propio éxito sino en una mínima parte, porque a la larga las personas
experimentan su propia debilidad y llegan a sentir la frustración del fracaso.
La confianza a la que alude Madre Cabrini está unida al “celo devorador” por el
Reino de Dios:
“¡Qué
grato es al Espíritu Santo ver almas fervorosas que se empeñan en dilatar el
Reino de Jesucristo! Es un obsequio divino que nosotras le hacemos cada
vez que inducimos a un pecador a su conversión; cada vez que insertamos en los
corazones de los católicos un conocimiento, una idea más clara de Jesús.
Trabajad, trabajad incansablemente sin cansaros por la salvación de las almas;
porque la gracia de Espíritu Santo trabaja con vosotras, reza con vosotras, os
comunica sus luces, sus gracias y sus tesoros.
Si
sois verdaderamente celosas, os iluminará de veras con su luz divina, os
asistirá en vuestras obras y trabajos, os sostendrá en los riesgos, os
defenderá de los enemigos internos y externos y os confirmará en su virtud.
Tened confianza, una gran confianza; fe y confianza, hijas mías, y oración
constante, y el Espíritu Santo con su inmensa caridad se difundirá en nuestros
corazones, en nuestras almas, para hacerlas fuertes de su misma fortaleza”.[2]
La confianza en el Corazón de Jesús es
siempre portadora de valentía, de deseo de bondad, de optimismo.
Pero es particularmente esencial en las
dificultades:
“Mientras
seamos fieles a nuestra vocación, Jesús siempre estará en medio de nosotras, el
pecho nos arderá y nos quemará el corazón de gran amor divino. Quizá, Jesús,
alguna vez, probará nuestra fe y nuestro amor permitiendo la tentación y la
tribulación; pero si somos fieles a nuestro juramento y si, confiadas, le
invocamos, no olvidando que la fuente y la causa de todo bien está en medio de
nosotras, Él pronto nos consolará y nos dejará inundadas de su luz y de celeste
gozo”.[3]
[1] Cfr. Epistolario, Vol 3°, Lett. n. 983
[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 238-239
[3] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 368
El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí.
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