Capítulo 14:
Una espiritualidad eclesial para Laicos
Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini
También deseaba que ellas (las alumnas del magisterio) fueran colaboradoras con la oración y en la acción:
“Vosotras, mis buenas hijas, en vuestra gran misión de educadoras, sois las primeras colaboradoras de las Misioneras del Sagrado Corazón y por esta razón formáis parte tan querida de mi corazón en la gran familia que Jesús me ha confiado. Espero mucho de vosotras; de vosotras esperan también, no sólo la patria y la Religión, sino todo el mundo. Ahora ya no es necesario ser Misionera para recorrer el mundo.”[1]
Además, Madre Cabrini les exhortaba a ser colaboradoras en la pastoral vocacional y a tener presente siempre las enseñanzas del Evangelio aprendidas, en parte, a través de las Misioneras del Sagrado Corazón:
“A
Él, pues, dirijamos nuestras almas creadas por Él y para Él, esas almas en las
que Él ha infundido una fuerte atracción por todo lo que es bello y grande,
como prueba de nuestro origen y del fin para el que fuimos creados. Elevémonos
sobre las cosas de la tierra y, ya que no podemos volar, sobrevolémoslas por lo
menos. El fin recto de nuestro obrar es la varita mágica que convierte en oro
purísimo todo cuanto tocamos; las virtudes cristianas que practicamos hacen
despuntar flores perfumadas por donde pasamos. Y mientras, fieles a los divinos
mandatos y a las enseñanzas de la santa Iglesia, vamos cumpliendo la misión,
aunque modesta, que se nos ha asignado, los ángeles alejan de nuestro camino
los peligros, fielmente anotan nuestras buenas obras y nos acompañan hasta que
estemos con Dios, donde el gozo será completo y eterna la alegría.
Mis
amadas señoritas, no voy a darles ahora un sermón, porque muchos habrán oído en
estos años pasados en su colegio. El camino ya lo conocen; se les han dado las
armas para combatir cuando sea necesario. Les diré entonces la firme certeza
que tengo en mi corazón de que, aún después de haber abandonado el Instituto
que les ha acogido, instruido y amado, se mostrarán siempre y en todo dignas de
la misión a la que Dios les llama, que impartirán a los demás cuanto se les ha
enseñado, recordando siempre que la vida es breve y desaparece como la sombra;
que el cuerpo muere, pero que el alma es una sola y está destinada a vivir
eternamente en el estado de gloria o de pena que en vida hayamos preparado.”[2]
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