El comienzo de año del 2020, nos encontró “inocentes”, haciendo planificaciones anuales, llenando agendas, elaborando propuestas. Digo inocentes, pero también reflexiono: el 2020 nos sacudió, nos corrió de nuestra pretensión omnipotente y del engaño de pensar que podemos manejar todo. Mirando hacia atrás, a veces nos reímos del breve optimismo con el que encaramos la última Cuaresma.
El inicio del 2021 nos encuentra alertas, con una experiencia que nos enseñó a ser más prudentes, a ir de a poco, a planificar quincenalmente, a no tener pretensiones ambiciosas desmedidas. Quizás aprendimos que, en realidad, nunca habíamos controlado el tiempo, la salud y la vida. Salía bien muchas veces, lo que agendábamos luego sucedía; pero nada más. Quizás lo vivido vino a regalarnos un poco más de humildad, de humanidad.
Si queremos hacer una analogía, el 2020 puede haber sido una “gran Cuaresma”: un tiempo de reflexión, transformación, silencio, generosidad, aislamiento, y ¿por qué no? un tiempo de dolor, sacrificio y sufrimiento.
Para el Cristianismo, la Cuaresma no es un tiempo aislado, es “un camino hacia”, es un modo de predisponerse y prepararse para algo más grande. La Cuaresma siempre mira hacia la Pascua, de hecho, no tendría sentido sin ella.
Si el 2020 fue una “gran Cuaresma”, tal vez el 2021 en esta “nueva normalidad” de la que tanto nos hablan, podría ser una “gran Pascua”: un tiempo en el que la vida sigue, pero distinta, un tiempo en el que celebramos la vida renovada, nos reencontramos con quienes éramos pero de una nueva y más profunda manera… ¿Estamos igual que el año pasado? Probablemente no. Cualquier persona podría pensar “soy la misma y al mismo tiempo no”.
Esto puede recordarnos a Jesús resucitado, se va apareciendo y, aunque es el mismo, la Vida Nueva lo ha transformado. No lo reconocen inicialmente, ¡y eso que no tenía puesto barbijo! Pero su Resurrección no fue un “borrón y cuenta nueva”, en su cuerpo seguía teniendo las huellas de lo que había vivido en la Pasión. Sus heridas le recuerdan lo que experimentó.
Muchas personas, siguen teniendo las huellas del 2020 en sus cuerpos, en sus familias, en sus casas (se han enfermado, han perdido el trabajo, se han separado de seres queridos y hasta han atravesado pérdidas irreversibles). Han encarnado este tiempo complejo, y hoy ya no son iguales.
Quizás este 2021 podemos vivirlo con “espíritu pascual”: valorando; dando gracias; transformando; reacomodándonos en esta vida nueva en la que descubrimos la alegría de volver a encontrarnos con los lugares y personas que extrañábamos, en la que creativamente buscamos la manera de estar cerca, en la que disfrutamos cada momento, sin saber si se volverá a repetir (como si alguna vez hubiésemos tenido tantas certezas…). Si este 2021 lo atravesamos de una manera más amorosa, solidaria, comprometida y empática, la Pascua ya no serán solo 50 días sino un estilo de vida. Y esta es la propuesta de Jesús: no una fiesta para simplemente “recordar y celebrar”, sino una propuesta de vida para encarnar y compartir.
La
Pascua es la fiesta de la Vida, del Amor, de la Justicia, del Perdón, de la
Cercanía. Nos invita a salir del sepulcro del aislamiento, de la tristeza, del
egoísmo, del miedo, de la violencia, a salir de nuestras oscuridades; para
llenarlas de la Luz que ilumina todo aquello con lo que se encuentra. Que en
este 2021 seamos “luz” para nuestro entorno, que se alegren al vernos, que
compartamos lo mejor que somos y tenemos, que crezcamos no solo en edad y
estatura, y que construyamos muchos momentos para celebrar y agradecer.
JUNTO A JESÚS,
“RENOVEMOS NUESTRA FE, ESPERANZA Y CARIDAD”.
PAULA
RAIKER
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