Sería un error pensar
que los meses de vacaciones lo eran también para la Hermana Virginia. Pasadas
las fiestas de Navidad y Año nuevo y el retiro anual que rigurosamente hacía
junto a las Hermanas, se preparaba para partir.
Durante el año
recibía muchas donaciones que, como se ha visto, llevaba para cubrir las
necesidades del barrio, pero al mismo tiempo, iba separando ropas y calzado
para esta otra misión que emprendía cuando las actividades escolares
terminaban. Sabía que el Instituto debía contar con muchas almas consagradas
que llevasen el amor del Corazón de Jesús hasta los lugares más ignotos, y a
eso se abocaba. Tenía comunicación con sacerdotes de provincias argentinas
alejadas de Buenos Aires; recibía noticias del lugar geográfico y de las
necesidades materiales y espirituales de la zona, y decidía qué rumbo tomar en
los meses de enero y febrero. Iba en auxilio de esa gente, pero también tenía
en sus objetivos despertar, con su testimonio, vocaciones misioneras.
La solían acompañar jóvenes de Villa Amelia que se preparaban todo el año para eso; otras veces partían con ella aspirantes, postulantes y alguna otra Hermana. El viaje se hacía en tren e indefectiblemente, un vagón, llevaba gran cantidad de bolsas conteniendo lo colectado para proveer a las personas. Siempre, casi dos días de viaje hasta algún centro urbano: Posadas, La Rioja, Salta, Catamarca, y después, largos trayectos en camión, carro, o aquel medio con el que fuera posible alcanzar el lugar de destino.
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