Así fue que en febrero de 1979
Matilde llegó a Nicaragua.
Estaban las hermanas trabajando en la redacción de los Documentos en Roma y la Madre General habló con Matilde. Le comunicó que su pensamiento era mandarla a Nicaragua para que se hiciera cargo del seguimiento de las Junioras. La consulta en realidad era para saber si estaba dispuesta a ser parte activa del equipo de formación en Centro América.
"Con toda delicadeza la Madre General me preguntó cómo reaccionaría mi mamá, ya con una cierta edad, frente a un cambio así. Le dije que ella no diría nada porque, con dos hijas religiosas, tenía muy claro que se trataba de una misión. También le dije que, sin embargo, yo sabía que la formación no era lo mío. Nunca quise tener esa responsabilidad porque sabía que eso no era para mí".
El traslado se hizo igualmente. Pasó
un tiempo en Diriamba, pero muy poco trabajando en la formación. Sí, en cambio,
tomó la dirección del Colegio La Inmaculada, y trató de poner un poco en orden,
como si esto fuera siempre su destino, la economía de la región. La Hermana
María Barbagallo era regional en ese momento. Creyeron que era conveniente
darle un giro a la educación con la que se formaba en La Inmaculada y la
transformaron en escuela agrotécnica. Era un tiempo políticamente muy
convulsionado. El movimiento sandinista tomaba mayor fuerza y los combates
armados se sucedían en distintos pueblos y ciudades nicaragüenses.
Matilde recuerda que:
"Estando en Diriamba, nos quisieron dar armas y enseñar a manejarlas. Yo les dije que no, ¡ni loca! En ese momento, la mayor parte de las personas se preparaba para eso, estar armados para defenderse. Algunos, aunque no adherían totalmente al sandinismo, se acercaron al movimiento porque les ofrecían educación y salud. Se organizaban, y en ese momento creyeron sinceramente saber lo que era la libertad”.
De cualquier manera, Matilde siempre
tuvo la mirada atenta, no dejó nunca de ser observadora aguda y siempre puso en
oración las cosas que se le presentaban. Varios testimonios de quienes
convivieron en esa época afirman que muchas hermanas y también sacerdotes y
religiosos, estaban muy comprometidos con la causa de la revolución y que,
incluso el convento y lo que parecía ser auténtica vocación, fue usado para
trabajar desde ese lugar seguro como correo. ¿Hasta dónde podía uno estar
seguro? Estar junto al pueblo y compartir los deseos de libertad y de progreso
que la revolución traía era una cosa, pero involucrarse hasta llegar a niveles
que entraban en conflicto con la vida consagrada, entrañaba un peligro tanto
para quien lo hacía, como para la comunidad a la que pertenecía. Familiares de
algunas hermanas participaron activamente de la revolución y llegaron a estar
encarcelados. Ha pasado que algunas religiosas entre las más jóvenes
desaparecían durante días y después regresaban sin dar explicación alguna.
Nadie preguntaba nada. Suele ocurrir que tener información, se vuelve más
peligroso. Al respecto, Matilde es prudente, no da nombres, tampoco lo afirma
taxativamente; dice que “podría haber sido así". Cuenta, ella y también
otras hermanas que eran de la comunidad, que los tiroteos eran frecuentes por
las noches; que había movimientos raros por las calles e incluso frente al
Colegio. Pero no dice más. Deja en claro, sí, que había mucha gente que tenía
los ojos puestos en la comunidad, sobre todo la gente de mayor poder
adquisitivo y más conservadora, partidaria de la dictadura somocista.
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