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"Un domingo iba yo a la segunda Misa en la catedral de Diriamba. Por la misma vereda venía un señor que había asistido a la primera celebración. Cuando estamos frente a frente me mira cargado de odio y me dice, poniéndose muy cerca de mi cara: ¡comunista! Así eran las cosas, de tal modo que cuando la secundaria pasó a ser con orientación agrotécnica, mucha gente sacó a sus hijos del Colegio. Lo consideraron un acto con inclinación política".
Las hermanas, sobre todo las nicaragüenses y las guatemaltecas, pero también las que no eran centroamericanas, no se amedrentaron. Siempre, la tierra de misión se convierte en la propia patria. Las necesidades se veían venir y había que poner el hombro. Los varones iban a los combates, las fuerzas de "la contra" tenían cerradas las fronteras con Honduras y El Salvador y no podía entrar a Nicaragua mano de obra para recolectar el maíz. Las mujeres tomaron la posta y con ellas, las Hermanas. Codo a codo con el pueblo, acopiando todo lo que se podía para evitar una hambruna que, como siempre en tiempos de guerra, es una amenaza más. Entonces, la oración se lleva al campo de trabajo, el Angelus se reza viendo caer el sol entre los surcos, con el sudor de todo el día pegado a la piel y a veces, con las balaceras como telón de fondo. La comunión es con el pueblo mismo, con las mujeres curtidas que acarrean a sus hijos entre los cafetales.
"La Hermana María Barbagallo era la Regional. Ella estaba atenta y trabajando en todo, en la vacunación, en la educación, en la recolección del café. Salió al campo con otras hermanas para la colecta del café y del algodón. Se fue a cosechar porque había que cubrir la mano de obra faltante. Era una necesidad económica para el país levantar la cosecha. Nosotras íbamos por el bien del pueblo. Había que estar al lado, había que hacer eso. Son opciones que van forjando un estilo de devoción, de unión con Dios, de ver su voluntad de tal forma que no se puede eludir".
Colegio La Inmaculada en Diriamba
Diriamba y el Colegio La inmaculada fueron preámbulo y, al mismo tiempo, punto de quiebre. A partir de ahí Matilde sintió que su espíritu misionero volvía a dar un giro y esta vez, definitivo.
"En mi vida consagrada, todo lo
vivido en Nicaragua, especialmente en Matiguás, fue un despertar misionero
totalmente distinto. Distinto a la catequesis, a los colegios... a todo".
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