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lunes, 22 de noviembre de 2021

Hna. Matilde - Episodio 7: "Matiguás" (Octava parte)

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"Cuando había una emergencia que no podían solucionar en el pueblo, Nieves salía para Matagalpa con el jeep. Y las amenazas seguían: ¡Cuidado, Nieves y Matilde, que cruzan las montañas llevando heridos! ¡Que tengan cuidado! Casi siempre una de nosotras acompañaba a Nieves. Un jueves Santo me dijo: Yo no voy a la celebración, hay un chiquito de dos años al que una bala perdida le atravesó los intestinos y acá no tenemos los medios, lo tengo que llevar a Matagalpa. Y era así: primero lo primero. Había que estar al servicio. A cualquier hora. A las cuatro de la mañana golpeaban la puerta diciendo que había un herido y salíamos. No se pensaba si era de la contra o de los sandinistas o una mujer que estaba por dar a luz. Era una persona y se salía a socorrerla. Matiguás era punto neurálgico. No la ciudad, sino la montaña. Era un sitio geográfico estratégico porque está justo en el centro y además, un lugar muy cercano al que Sandino había empezado la revolución. Después de la visita del Papa, quisieron ponernos a resguardo. Volvíamos, además, destruidas moral y espiritualmente por todo lo que había pasado en Managua; volvíamos en el jeep, no por Matagalpa sino por Boaco porque era más corto. Hacía mucho calor, había mucha tierra y al entrar al pueblo notamos que estaba todo demasiado silencioso. Ni bien nos bajamos vino uno de los sandinistas a avisarnos que la situación era peligrosa, que estaba todo rodeado por los contras. Como todos los campesinos habían ido a Managua a ver al Papa, no había guardias que estuvieran atentos para avisar que se acercaban. Los contras bajaron y bajaron y si atacaban a la noche, no había refuerzos para contrarrestar esa embestida. Y nos dijo: si atacan, lo primero que van a hacer es tomar al Instituto y a ustedes. Así fue que nos pidió que armásemos un bolso con poca ropa, nos pusiésemos zapatillas porque nos iban a llevar a un refugio para protegernos, a nosotras y a una chica de quinto año, Magdalena, que estaba embarazada. Para llegar, van a tener que caminar bastante, por eso vayan con calzado liviano, nos dijo. En media hora vendría a buscarnos. Nieves dijo que ella no se iba al refugio, porque si iba a haber combate, también iba a haber heridos. Dijo que se iba ya mismo para el dispensario. Ana Gilma inmediatamente dijo que la acompañaba. Yo decidí quedarme en casa para preparar todo por si había heridos. Cuando vinieron a buscarnos, le dijimos que no nos íbamos. Fui a la secretaría, y pensando en que no nos pasara lo que les había pasado a los franciscanos que en ese bombardeo perdieron todo, saqué los libros y los documentos del Instituto, los puse en una bolsa y los colgué en un gallinero que seguramente, no iban a revisar ni iban a tirar bombas en ese lugar. Vinieron algunas vecinas, sacamos todos los muebles de la sala; también hicimos lugar en la capilla. Nos trajeron unos rollos de gasa y empezamos a preparar apósitos. Estuvimos toda la noche así. Los sandinistas empezaron a recorrer el pueblo con un altavoz, pidiéndole a la gente que estuviera atenta, que había que salvar al pueblo. Pasaban por casa a preguntarnos si estábamos bien. Le preparamos café para los que estaban patrullando. A eso de las cuatro de la mañana, vinieron a tranquilizarnos, a decirnos que nos fuéramos a dormir, que ya habían llegado refuerzos y que no iban a atacar. Pero a partir de eso, del otro lado del río empezaron los combates. Empezaron a faltar los chicos al colegio y por unos meses, se escucharon tiroteos. En un momento, los sandinistas, como había sequía, tiraron combustible y prendieron fuego la montaña. ¡Los mismos chicos sandinistas se dolían de los que habían muerto quemados! Habían caído en una emboscada. Un día fui a Río Blanco, 45 km más allá de Matiguás, para el lado de las montañas. Fui para promocionar el Instituto y atraer alumnos para la escuela de agronomía.

Al otro día muy temprano quiero salir; tenía pensado volver con el lechero. Pregunto si había llegado y me dijeron que no, que era imposible salir. Me dijeron que no me moviera del pueblo porque algo estaba pasando. Algo más tarde me encontré con unas enfermeras que querían volver porque a la noche tenían una fiesta en Matagalpa. Se volvían caminando y me decidí volver con ellas. Las personas que vivían a la salida del pueblo y nos veían pasar, nos decían que no nos fuéramos, que era una imprudencia. En una parte del camino tuvimos que cruzar por un lugar donde había un arroyo y un montecito. Temblábamos de miedo, porque esos eran lugares propicios para que se escondieran los combatientes. Por suerte, no estaban ahí y llegamos a Matagalpa como a las nueve de la noche. Ahí supe que había habido combate fuertísimo cerca de Matagalpa y Río Blanco entre los que bajaban de la montaña y los que estaban en la base. Uno se tenía que mover así, con el peligro de encontrarse en medio de la balacera en cualquier momento. Otra vez, también en Río Blanco, me quedé a dormir en casa de unas religiosas. A las cuatro de la mañana ya estaba en pie para salir y encontrar con quien volver, un camión, algo. Mientras esperaba, me había comprado unas naranjas para comer, veo pasar unos camiones llenos de muertos y otro, con heridos. Me estremecí profundamente con eso y la gente comentaba que había habido un combate muy fuerte entre Río Blanco y Matiguás. Después de un buen rato, paró un jeep en el que viajaban dos religiosas y un sacerdote y ellos tenían un salvoconducto para pasar entre los sandinistas. Llegué a Matiguás a media tarde y Nieves me dijo que había cometido una gran imprudencia; que el combate había sido terrible y que el hospital estaba lleno de heridos y los más, eran los contras, porque habían perdido esa batalla".

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