Matiguás |
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La gente del pueblo vivía en un
estado de paz aparente, superficial podría decirse. Los más acaudalados tenían
fincas arriba y en las afueras: eran somocistas. Los más pobres eran mano de
obra muy barata; unos pocos llegaban a tener alguna vaca y una pequeña porción
de tierra: eran sandinistas. La aparente armonía en la que se vivía dejaba de
serlo cuando se desataban las luchas en la montaña. En épocas de combate los
correos iban y venían todo el tiempo. Matiguás era un punto neurálgico y de
referencia histórica, pues ahí cerca, Augusto César Sandino había comenzado la
revolución muchos años antes.
El pueblo que buscaba la liberación estaba liderado por los sandinistas, pero la Hna. Ana Gilma cuenta que el 80% de los habitantes, respondía al somocismo. La vecindad de la casa de las hermanas estaba formada en su mayoría por los contrarios a la revolución, los comúnmente conocidos como "contras". No así los más jóvenes, sobre todo los de menores recursos, que decididamente eran soldados dispuestos a todo, incluso a entregar la propia vida por una Nicaragua libre e igualitaria.
"Es muy difícil ver al pueblo que quiere ser libre y que en su seno está dividido. Es difícil equilibrar el destino de los más jóvenes que saben que su único futuro es la pobreza y encuentran el camino alternativo en la lucha armada. Se arriesgaba mucho, es verdad, pero estaban consiguiendo la posibilidad de educarse de tener acceso a algunos servicios de salud fundamentales, como las vacunas. Empezaban a ver los beneficios. No era una cosa armada así nomás. Hacía años que la revolución venía preparándose, que estaban concientizándose. En el momento más caliente de la revolución yo me acerqué a la comitiva y me ofrecí. Les dije que tenía un método para alfabetizar, el famoso método Bleger que había usado con las alumnas de Caballito, pero ellos tenían ya buenos libros traídos de Cuba. Un material muy bien editado. Todo estaba preparado, nada era improvisado y lo primero que hicieron fue encarar la alfabetización. Estuvieron veinte años preparándose mientras el dictador Somoza seguía matando a cuanto joven podía. Obviamente no íbamos a estar con la guerra, pero con las cosas que eran para el bien del pueblo, sí, ¡claro que sí! Estábamos con el pueblo, pero jamás tocamos un arma".
Nuevamente, Matilde poniéndose en la
piel de los que luchan por conseguir una vida digna. No está reñida la vida
religiosa con ese compromiso, y al lado de ella, Ana Gilma y Nieves se
solidarizaban con el pueblo, y cuando uno se solidariza con la búsqueda de la
justicia hace que la solidaridad se transforme en la ternura de los pueblos.
Para la Misionera del Sagrado Corazón
encarnarse en la realidad de la historia buscando la perspectiva ultraterrena a
través de la oración, es comprender el proyecto divino, dejarse abrazar por
Dios en la realidad que la circunda.
La consigna de aquel momento era:
entre cristianismo y revolución no hay contradicción; y otra: sin la
participación de la mujer, no hay revolución.
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