Al norte, en el departamento de
Matagalpa, a 180 km. de Managua, está Matiguás. Enclavada en la llanura, en las
primeras estribaciones de la Cordillera Dariense, era en los años 80, una zona
de frontera peligrosa y con combates permanentes. La ciudad tendría por
entonces unos cinco mil habitantes.
La revolución sandinista había
entrado en Managua el 19 de junio de 1979 para terminar con la sangrienta dictadura
de la dinastía Somoza. Hoy vemos que Daniel Ortega resultó un fraude, tan
sanguinario y perverso como el peor de los dictadores, pero en esa época, la
esperanza estaba puesta en él que, de uno u otro modo, era una de las cabezas
del movimiento. A partir de ese mismo año, Nicaragua se había transformado en
terreno de experimentación de una modalidad de lucha llamada "guerra de
baja intensidad". Este era el nombre dado por la administración Reagan
desde los Estados Unidos, aliados de las dictaduras centroamericanas a ese tipo
de conflicto. La guerra de baja intensidad consistía en establecer embargo
económico, cerco diplomático y agresiones militares. Violencia y destrucción
eran los elementos básicos. Por otro lado, las Fuerzas Sandinistas de Liberación
Nacional habían inspirado su movimiento en el tipo de lucha implementado por
Fidel Castro y el Che Guevara en Cuba; este movimiento revolucionario basaba su
fuerza en la lucha armada rural y en la subestimación de la resistencia urbana.
Estos sistemas siempre acarrean para
los pueblos que los padecen, enormes costos en vidas humanas, agudización del
sufrimiento de los más pobres como resultado de la pérdida progresiva de la
economía autóctona y problemas de abastecimiento de todo tipo a causa del bloqueo.
Al pueblo de Nicaragua el enfrentamiento armado le costó más de 50 mil muertes,
la destrucción de gran parte de su estructura y la obstaculización del
desarrollo que la revolución quería impulsar.
Matiguás fue una de las poblaciones
que se vio más afectada. La producción cafetera prácticamente se perdió, y la
lechera, que era otra de sus magras fuentes, desapareció.
La Comunidad del lugar se había
formado ya. Las Hnas. Felicia y Gloria trabajaban en la evangelización, y
Nieves, como enfermera, estaba a cargo de la parte de salud.
La congregación de sacerdotes
regenteaba el Colegio San Francisco. Durante la revolución, cayó una bomba y
destruyó casi la totalidad del edificio; el fuego se llevó los libros de
administración, los registros y todo quedó en medio de un desastre. Fue
entonces cuando los sacerdotes le pidieron a las Misioneras del Sagrado Corazón
que se hicieran cargo del Colegio mientras ellos comenzaban la construcción de
un nuevo edificio.
Colegio San Francisco de Asís en Matiguás |
Los católicos del lugar eran casi
todos partidarios somocistas, también lo eran los profesionales. La comunidad
de los franciscanos estaba, evidentemente, dividida. El que más cercano estaba
al pueblo pobre y a los ideales de la revolución era un cura italiano llamado
Mauro Iacomelli, comprometido a fondo con la lucha social.
Fue en esa época cuando Matilde llegó
a Matiguás. La habían destinado como superiora de la comunidad y para que
asumiera la dirección del Colegio.
Las Hermanas de la región, en ese
momento liderada por la Hna. María Barbagallo, consideraron la situación y
decidieron que lo conveniente sería darle al colegio una orientación agraria.
Ya habían tenido la experiencia en La Inmaculada de Diriamba. Así nació el CBP,
Ciclo Básico de Producción, con especialidad en ganadería.
La zona era rica en la producción de
café, pero el suelo arcilloso nunca había permitido el crecimiento de una buena
pastura. A pesar de eso, algo podía hacerse con la cría de ganado vacuno.
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