Palabra de Dios
Antes
de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de
este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo,
los amó hasta el fin.
Durante
la Cena… se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató
a la cintura.
Luego
echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a
secárselos con la toalla que tenía en la cintura…
Después
de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo:
«¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes
me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy.
Si yo,
que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben
lavarse los pies unos a otros.
Les he
dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.
El texto concluye diciendo: “Les he dado el ejemplo, para que
hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,15). Se trata de “hacer algo que
hace Jesús”. ¿Y qué hace? Les lava los pies ¿y eso qué significa? Jesús les
presenta a los apóstoles un nuevo ángulo desde dónde ver las cosas: no desde el
lugar del que está sentado a la mesa, sino desde la perspectiva del que sirve,
del que no tiene lugar en la mesa, en palabras de Francisco: desde la
perspectiva del excluido, del “sobrante”. Es la misma idea que aparece en la
parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37). Hoy nuestra pregunta sigue siendo
la del maestro de la ley: ¿quién es nuestro prójimo? Y Jesús vuelve a
indicarnos que la pregunta está mal formulada, que no se trata de buscar al
prójimo entre los marginados para acercarnos a ellos y asistirlos, sino de
desplazarnos nosotros mismos al margen y poner a los otros en el centro. Por
eso, la pregunta final de Jesús es: “¿Cuál de los tres te parece que se portó
como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?” (Lc 10,36). La auténtica
cuestión es a quién queremos acercarnos y desde dónde…
Pablo Cicutti
Canción
Ofrecer solo se puede con los dedos abiertos,
con la mano extendida, con el pan libre y nuestro,
en camino hacia el otro como un vuelo.
No hay ofertorio con puños cerrados,
corazón posesivo, inversión
calculada.
Ofrecer solo se puede cuando nada se espera,
cuando el pan es de todos de la misma manera,
en la misma medida, el pan nuestro.
No hay ofertorio con puños cerrados,
corazón posesivo, inversión calculada.
Ofrecer solo se puede cuando es grande el deseo,
acortando distancias, afrontando silencios
en el vino compartido del encuentro.
(Grupo Al-Haraka)
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