Madre Cabrini y los Migrantes de hoy
Arzobispo Silvano M. Tomasi, c.s.
Nuncio Apostólico, Secretario Delegado, Dicasterio de la Santa Sede para el
Servicio del Desarrollo Humano Integral.
En la “Época de las migraciones” en la que vivimos, un número de personas
sin precedentes, se ven obligadas a abandonar sus tierras. La pobreza extrema,
la violencia y las guerras prolongadas, los desastres naturales o los cambios
climáticos extremos, producen millones de solicitantes de asilo de inmigrantes.


Los principios de los
Santos de los Migrantes, que han dedicado sus vidas y sus talentos a su
progreso humano y espiritual, son para nosotros una lección útil y eficaz. En
particular, Santa Francisca Cabrini ha desarrollado un enfoque dinámico que
sigue siendo válido en el cambiante contexto socio-político actual. Lo que
llevó a Madre Cabrini a ocuparse de los emigrantes, no fue una decisión
improvisada, sino más bien un proceso de toma de conciencia y empatía con los
más necesitados.
El primer paso fue un vivo sentido de Misión. La Madre Cabrini quería compartir su experiencia del Amor de Dios con las personas necesitadas. Cuando las Hermanas del Hospital Columbus de Nueva York escribieron al Delegado Apostólico de Washington D.C., el 25 de marzo de 1914, solicitando una carta de felicitación con motivo del vigésimo quinto aniversario de su llegada a los Estados Unidos, la dimensión misionera se perfiló con claridad: “El 31 de mayo de 1889, la Fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, Madre Francesca Saverio Cabrini, con 6 de sus hijas, vio la realización del ideal tan deseado: las Misiones…”.
El análisis de los
documentos de los primeros años de actividades de Madre Cabrini, muestra
inmediatamente su personalidad determinada y decidida por el amor a Jesús y,
debido a esto, su sentido de Misión creativa y dinámica.
El segundo paso, fue sugerido a Madre
Cabrini y a sus primeras Hermanas, encarnar su sentido de Misión en la sociedad
italiana de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se acababa de alcanzar la
unidad política italiana y cuando las desigualdades sociales eran muy fuertes.
Se había abandonado la educación de las jóvenes, y por eso Madre Cabrini abrió
escuelas para ellas. En una carta del 3 de diciembre de 1890, el párroco de
Codogno, Antonio Serrati, describe, como testigo directo, la evolución de las
formas de apostolado y las funciones que se adoptaron gradualmente. Escribe:
“Un grupo de almas piadosas y generosas se reunieron y se
instalaron en Codogno, hace dos años, con el nombre de Asociación de las
Misioneras del Sagrado Corazón, para prestar ayuda a las jóvenes abandonadas e
inculcar una educación moral e intelectual en las personas. La Asociación en
los últimos años ha establecido otras sedes en Milán, Roma, en la llanura de
Cremona, Piacenza y otras zonas en los alrededores de Lodi”.
Los primeros esfuerzos
de Madre Cabrini se dirigieron a la ayuda espiritual y humana de la “juventud abandonada”. Más tarde, sin
embargo, la cuestión de los emigrantes tocó los corazones de las Hermanas. El
deseo de la Misión encontró muy pronto terreno fértil. Así, Serrati, que fue
testigo del nacimiento del instituto de Madre Cabrini en su parroquia y lo
sostuvo activamente, describe la causa inmediata que llevó a Madre Cabrini a
moverse en la dirección de los migrantes:

Después de pedir consejo a su Excelencia el obispo de
Piacenza, fue dirigida como campo de acción a los Estados Unidos de América”.
La educación y
formación de las jóvenes se convirtió en un objetivo pionero. Escuelas,
orfanatos, catequesis, dispensarios, se desarrollaron en una multitud de
servicios; de modo que: “mientras se
procura el bien espiritual de las almas de los italianos como exiliados en esas
tierras lejanas, se les dará asistencia moral, intelectual y material, y será
también una fuente de honor para nuestro país.”

“El fin de este Instituto no es sólo procurar la difusión de la educación
cristiana y civil en las jóvenes necesitadas y cualquier otro compromiso en
beneficio de la gente aquí en Italia, donde se cuenta con un buen número de
sedes; sino que es principalmente consagrarnos nosotras mismas para el bien de
los emigrantes italianos que van a tierra extranjera y a los que les faltan los
bienes materiales y la ayuda moral que les hagan la vida más fácil y agradable.
Estas actividades fueron apoyadas y protegidas de manera especial por su
Excelencia Monseñor Scalabrini, Obispo de Piacenza, que, efectivamente, me
animo a empezar mi Misión de caridad en Nueva York, donde ya hay tres sedes de
este Instituto, y cuyos miembros se podrían considerar valientes colaboradores
de las Misioneras, enviados allí con el mismo propósito por el Obispo de
Piacenza. Cuánto bien hacen en esas regiones lejanas lo expresarían de forma
más apropiada los que disfrutan de sus beneficios. Basta decir que, de muchos lugares
de América, llegan peticiones para difundir una institución tan beneficiosa.”
A pesar de las
constantes dificultades para encontrar fondos para iniciar y sostener las
numerosas iniciativas llevadas a cabo para satisfacer las muchas necesidades de
los inmigrantes, Madre Cabrini nunca dejó de extender la presencia de su
Instituto. Muy pronto se multiplicaron las escuelas, orfanatos y hospitales, y
no sólo en los Estados unidos. Se inauguraron nuevas fundaciones en Nicaragua (1891),
Río de Janeiro (1894), Buenos Aires (1895), Madrid (1896), Londres (1898),
todas ellas caracterizadas por el deseo de educar y por una dinámica caridad.
Sin embargo, el interés por los inmigrantes en Estados Unidos, no quedó
archivado. Desde Nueva York, las Misioneras del Sagrado Corazón llegaron a la
comunidad de inmigrantes de Nueva Orleans (1892), Denver (1902), Seattle,
Chicago… y para Madre Cabrini “fue un
gran consuelo ver… el bien hecho por nuestras iniciativas en favor de los inmigrantes.”
Mirando el futuro de estas comunidades, Madre Cabrini apoyó una integración
progresiva en la sociedad de acogida. Quería buenos cristianos, pero también
buenos ciudadanos.
En el apostolado entre
los inmigrantes las dificultades eran muchas y complejas: la pobreza de los
italianos recién llegados; el apego a una forma de devoción religiosa distante
de la organización institucional de los Obispos y las administraciones, en su óptica
y tradiciones; el desconocimiento de la lengua local y de las costumbres. Este
contexto provocó también otros malentendidos y crisis en la planificación de la
actividad pastoral.
En respuesta, Madre Cabrini
-el cuarto paso- adoptó una
estrategia ganadora, contactó personalmente con los inmigrantes, estableció
relaciones humanas que infundieron confianza y amor. De este modo, las
Misioneras del Sagrado Corazón visitaron a las familias de inmigrantes en sus
miserables casas, cuidaron personalmente de sus hijos y los educaron, visitaron
a los italianos en las prisiones de Nueva York y en las minas en Colorado. No
fue un enfoque de gestión o burocrático, sino un estilo atractivo y eficaz que
tocó los corazones.
En esta “época de las
migraciones”, la situación de las personas que cruzan a lo largo y ancho el
planeta, ha cambiado y es global. Madre Cabrini no escribió un manual sobre la
migración, sino que dedicó su vida a los migrantes y de esta vida podemos
aprender nosotros. La importancia del ejemplo de Madre Cabrini y de su método
continúa y es aplicable a las sociedades contemporáneas que, por el impacto de
las nuevas llegadas, son cada vez más heterogéneas y necesitan comprensión
mutua, un sentimiento genuino de integración y de bienvenida. Nativos e
inmigrantes pueden construir un futuro común de paz y enriquecimiento mutuo si
hay mujeres y hombres que, como Madre Cabrini, tienen un corazón de madre lleno
de compasión y amor evangélico.