Madre Cabrini y los Migrantes de hoy
Arzobispo Silvano M. Tomasi, c.s.
Nuncio Apostólico, Secretario Delegado, Dicasterio de la Santa Sede para el
Servicio del Desarrollo Humano Integral.
En la “Época de las migraciones” en la que vivimos, un número de personas
sin precedentes, se ven obligadas a abandonar sus tierras. La pobreza extrema,
la violencia y las guerras prolongadas, los desastres naturales o los cambios
climáticos extremos, producen millones de solicitantes de asilo de inmigrantes.
Las estadísticas son
fríos indicadores que ocultan los rostros humanos marcados por el dolor causado
por el abandono del querido ambiente familiar, de los miembros de la propia
familia y de las preciadas tradiciones. Las estadísticas, sin embargo, nos dan
una idea del tamaño de un fenómeno social. El Alto Comisionado para los
Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR) nos dice que en la actualidad los 65
millones de personas obligadas a huir, constituyen el número más alto desde la
segunda guerra mundial, y que 21
millones de ellos corresponden a la definición de refugiado según la Convención
de 1951 y el Protocolo sobre el estatuto de los refugiados de 1967. Además, 250
millones de personas, como afirma el Banco Mundial, viven y trabajan en un país
distinto del que nacieron. Si a esto añadimos 700 millones de migrantes
internos, el resultado es que una de cada siete personas del mundo es un
migrante. Las desigualdades económicas y demográficas, la falta de respeto a
los derechos humanos fundamentales y los conflictos de todo tipo siguen
manteniendo un flujo constante de migrantes. Es evidente que la migración no es
un fenómeno social excepcional, sino un componente estructural de nuestro
mundo. La indiferencia general a esta masa de personas en movimiento sería una
negación de nuestra responsabilidad de mostrarles la solidaridad en un momento
de vulnerabilidad y necesidad.
La respuesta a la
intrincada cuestión de los solicitantes de asilo, de los refugiados, de los
migrantes necesitados, de las personas desplazadas dentro de sus propios
países, se puede encontrar en el ejemplo de los santos de los migrantes,
personas especiales de mente abierta, de una generosidad excepcional e ideas
creativas. Inspirándose en el Evangelio, estos santos encontraron la motivación
y la fuerza para actuar: San John Neumann, arzobispo de Filadelfia, EE.UU.;
Santa Mary MacKillop en Australia; beato Giovanni Battista Scalabrini, para los
migrantes italianos y otros: y la Patrona de los Emigrantes, Santa Francisca
Saverio Cabrini.
Los principios de los
Santos de los Migrantes, que han dedicado sus vidas y sus talentos a su
progreso humano y espiritual, son para nosotros una lección útil y eficaz. En
particular, Santa Francisca Cabrini ha desarrollado un enfoque dinámico que
sigue siendo válido en el cambiante contexto socio-político actual. Lo que
llevó a Madre Cabrini a ocuparse de los emigrantes, no fue una decisión
improvisada, sino más bien un proceso de toma de conciencia y empatía con los
más necesitados.
El primer paso fue un vivo sentido de Misión. La Madre Cabrini quería compartir su experiencia del Amor de Dios con las personas necesitadas. Cuando las Hermanas del Hospital Columbus de Nueva York escribieron al Delegado Apostólico de Washington D.C., el 25 de marzo de 1914, solicitando una carta de felicitación con motivo del vigésimo quinto aniversario de su llegada a los Estados Unidos, la dimensión misionera se perfiló con claridad: “El 31 de mayo de 1889, la Fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, Madre Francesca Saverio Cabrini, con 6 de sus hijas, vio la realización del ideal tan deseado: las Misiones…”.
El análisis de los
documentos de los primeros años de actividades de Madre Cabrini, muestra
inmediatamente su personalidad determinada y decidida por el amor a Jesús y,
debido a esto, su sentido de Misión creativa y dinámica.
El segundo paso, fue sugerido a Madre
Cabrini y a sus primeras Hermanas, encarnar su sentido de Misión en la sociedad
italiana de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se acababa de alcanzar la
unidad política italiana y cuando las desigualdades sociales eran muy fuertes.
Se había abandonado la educación de las jóvenes, y por eso Madre Cabrini abrió
escuelas para ellas. En una carta del 3 de diciembre de 1890, el párroco de
Codogno, Antonio Serrati, describe, como testigo directo, la evolución de las
formas de apostolado y las funciones que se adoptaron gradualmente. Escribe:
“Un grupo de almas piadosas y generosas se reunieron y se
instalaron en Codogno, hace dos años, con el nombre de Asociación de las
Misioneras del Sagrado Corazón, para prestar ayuda a las jóvenes abandonadas e
inculcar una educación moral e intelectual en las personas. La Asociación en
los últimos años ha establecido otras sedes en Milán, Roma, en la llanura de
Cremona, Piacenza y otras zonas en los alrededores de Lodi”.
Los primeros esfuerzos
de Madre Cabrini se dirigieron a la ayuda espiritual y humana de la “juventud abandonada”. Más tarde, sin
embargo, la cuestión de los emigrantes tocó los corazones de las Hermanas. El
deseo de la Misión encontró muy pronto terreno fértil. Así, Serrati, que fue
testigo del nacimiento del instituto de Madre Cabrini en su parroquia y lo
sostuvo activamente, describe la causa inmediata que llevó a Madre Cabrini a
moverse en la dirección de los migrantes:
“El espectáculo de miles y miles de emigrantes italianos,
que casi todas las semanas atraviesan la estación de Codogno en busca de un
incierto trozo de pan en la lejana América, conmovió el corazón de las
Misioneras del Sagrado Corazón. El pensamiento de lo que, por desgracia,
corresponde a la realidad de los hechos, a saber, el estado de abandono en que
se encontraban nuestros compatriotas en aquellas tierras lejanas, sin nadie
para educar a sus hijos, para asistirles en caso de enfermedad, para guiarlos
en un idioma comprensible para ellos, para darles una palabra de consuelo en la
adversidad y en la desesperación, a menudo causada por el desengaño ante la
gente que, escuchando sólo la voz de los intereses y no la de la caridad,
quiere explotar su miseria para afligirlos de cualquier modo; todo eso despertó
en sus corazones, formados en la religión y el patriotismo, el deseo de
ofrecerse a ellos, y proporcionarles, en la tierra del exilio, su asistencia.
Después de pedir consejo a su Excelencia el obispo de
Piacenza, fue dirigida como campo de acción a los Estados Unidos de América”.
La educación y
formación de las jóvenes se convirtió en un objetivo pionero. Escuelas,
orfanatos, catequesis, dispensarios, se desarrollaron en una multitud de
servicios; de modo que: “mientras se
procura el bien espiritual de las almas de los italianos como exiliados en esas
tierras lejanas, se les dará asistencia moral, intelectual y material, y será
también una fuente de honor para nuestro país.”
Este tercer paso muestra los amplios
horizontes en los que Madre Cabrini se movía mientras consolidaba el compromiso
con el cuidado de los inmigrantes. Confirma las prioridades de su apostolado
después de su primera experiencia directa con los inmigrantes de Nueva York,
donde llegó en 1889. El 3 de diciembre de 1890 escribió a Ernesto Schiaparelli,
fundador de la Asociación Nacional para ayudar a los misioneros italianos:
“El fin de este Instituto no es sólo procurar la difusión de la educación
cristiana y civil en las jóvenes necesitadas y cualquier otro compromiso en
beneficio de la gente aquí en Italia, donde se cuenta con un buen número de
sedes; sino que es principalmente consagrarnos nosotras mismas para el bien de
los emigrantes italianos que van a tierra extranjera y a los que les faltan los
bienes materiales y la ayuda moral que les hagan la vida más fácil y agradable.
Estas actividades fueron apoyadas y protegidas de manera especial por su
Excelencia Monseñor Scalabrini, Obispo de Piacenza, que, efectivamente, me
animo a empezar mi Misión de caridad en Nueva York, donde ya hay tres sedes de
este Instituto, y cuyos miembros se podrían considerar valientes colaboradores
de las Misioneras, enviados allí con el mismo propósito por el Obispo de
Piacenza. Cuánto bien hacen en esas regiones lejanas lo expresarían de forma
más apropiada los que disfrutan de sus beneficios. Basta decir que, de muchos lugares
de América, llegan peticiones para difundir una institución tan beneficiosa.”
A pesar de las
constantes dificultades para encontrar fondos para iniciar y sostener las
numerosas iniciativas llevadas a cabo para satisfacer las muchas necesidades de
los inmigrantes, Madre Cabrini nunca dejó de extender la presencia de su
Instituto. Muy pronto se multiplicaron las escuelas, orfanatos y hospitales, y
no sólo en los Estados unidos. Se inauguraron nuevas fundaciones en Nicaragua (1891),
Río de Janeiro (1894), Buenos Aires (1895), Madrid (1896), Londres (1898),
todas ellas caracterizadas por el deseo de educar y por una dinámica caridad.
Sin embargo, el interés por los inmigrantes en Estados Unidos, no quedó
archivado. Desde Nueva York, las Misioneras del Sagrado Corazón llegaron a la
comunidad de inmigrantes de Nueva Orleans (1892), Denver (1902), Seattle,
Chicago… y para Madre Cabrini “fue un
gran consuelo ver… el bien hecho por nuestras iniciativas en favor de los inmigrantes.”
Mirando el futuro de estas comunidades, Madre Cabrini apoyó una integración
progresiva en la sociedad de acogida. Quería buenos cristianos, pero también
buenos ciudadanos.
En el apostolado entre
los inmigrantes las dificultades eran muchas y complejas: la pobreza de los
italianos recién llegados; el apego a una forma de devoción religiosa distante
de la organización institucional de los Obispos y las administraciones, en su óptica
y tradiciones; el desconocimiento de la lengua local y de las costumbres. Este
contexto provocó también otros malentendidos y crisis en la planificación de la
actividad pastoral.
En respuesta, Madre Cabrini
-el cuarto paso- adoptó una
estrategia ganadora, contactó personalmente con los inmigrantes, estableció
relaciones humanas que infundieron confianza y amor. De este modo, las
Misioneras del Sagrado Corazón visitaron a las familias de inmigrantes en sus
miserables casas, cuidaron personalmente de sus hijos y los educaron, visitaron
a los italianos en las prisiones de Nueva York y en las minas en Colorado. No
fue un enfoque de gestión o burocrático, sino un estilo atractivo y eficaz que
tocó los corazones.
En esta “época de las
migraciones”, la situación de las personas que cruzan a lo largo y ancho el
planeta, ha cambiado y es global. Madre Cabrini no escribió un manual sobre la
migración, sino que dedicó su vida a los migrantes y de esta vida podemos
aprender nosotros. La importancia del ejemplo de Madre Cabrini y de su método
continúa y es aplicable a las sociedades contemporáneas que, por el impacto de
las nuevas llegadas, son cada vez más heterogéneas y necesitan comprensión
mutua, un sentimiento genuino de integración y de bienvenida. Nativos e
inmigrantes pueden construir un futuro común de paz y enriquecimiento mutuo si
hay mujeres y hombres que, como Madre Cabrini, tienen un corazón de madre lleno
de compasión y amor evangélico.