jueves, 26 de noviembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (5ta parte)

 



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018




Capítulo 14:

Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





Así había sucedido también con las hijas de la Condesa de Cesnola, la señora que había ayudado a Madre Cabrini en la primera misión de los Estados Unidos. A pesar de su simpatía por la Congregación, Madre Cabrini primero solicitó a una de las hijas, Gabriella, que había decidido entrar en un convento; de hecho la joven hizo su periodo de postulantado, pero pronto quiso salir y volver a ser libre. Madre Cabrini manifestó sentirse apenada:

“He sentido mucho la salida de Gabriella. Su mamá me decía que la habría dejado un par de años más para hacerle sentir un poco de piedad y distanciarla de aquellos jóvenes con los que no quería que se relacionara y ha hecho de todo para conseguir su intento. Lo siento mucho por Gabriella[1] porque es buena. En fin… cuando veas a Gabriella la saludas de mi parte y le dices que lo siento de veras, porque después de haber hecho bien los dos años, habría querido que fuera más fiel a su Jesús que tanto la ama. Dile que sea buena, retirada y se conserve siempre toda pura y toda de Jesús.”[2]

Después dejó que la joven fuese una de las voluntarias “pro tempore” sin ser parte de la Congregación, pero insistía a las Hermanas que estuvieran cercanas a ella, la saludaran y se informaran con frecuencia de cómo estaba. Cuando Madre Cabrini insistía con una laica para que se decidiera a entrar entre las Misioneras, era porque veía la capacidad de desapego de la familia y de los bienes familiares. A veces parecía como si Madre Cabrini estuviera más interesada en la dote. Eran tiempos difíciles y la congregación necesitaba recursos económicos y sobre todo Religiosas cultas y válidas para la misión; sin embargo la Madre era severísima con todas las jóvenes que entraban en que tuvieran la capacidad de hacerse “verdaderas Misioneras”. A una Superiora que le preguntaba si podía aceptar algunas jóvenes con alguna condición, como estar cerca de la familia, poder trabajar en algún campo, etc., respondía un rotundo “no”: las Religiosas tenían que ser observantes de las Reglas todas y sin excepción.

Así había sucedido también con una de las hermanas Jaggi[3], de Torino, que después entraron ambas como Misioneras. Pero la señorita Carolina (después, Sor Giulia) tenía muchas vacilaciones y Madre Cabrini la invitó a decidir entrar o dejarlo. Las señoritas Jaggi eran propietarias de algunos bienes en Torino: tenían que renunciar a todo si querían hacerse Religiosas. De forma diferente podían, desde fuera, seguir colaborando con el Instituto en modos diversos.



[1] Hija de la Condesa Reid di Cesnola, cfr. nb 110

[2] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 774

[3] Sor Maurizia Jaggi (1857-1920) e Sor Giulia Jaggi (1885-1909), ambas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús.





jueves, 19 de noviembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (4ta parte)

 

Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018



Capítulo 14:

Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





Sin embargo Madre Cabrini, despertando los talentos de las personas, comprendía que no todos podían tener vocación a la vida religiosa y les motivaba a ser misioneras con su profesionalidad, sus talentos y sus capacidades.

En la fundación del Hospital Columbus de Chicago confió en la profesionalidad del Dr. Murphy como Director General, sin exigirle otra cosa que su deber y una estrecha observancia del Reglamento:

“Cuando llegué, el distinguido profesor Murphy, presidente del Hospital, me preguntó cómo había encontrado a mis niños. Con esto quería aludir a los muchos doctores que allí trabajan día y noche. Con satisfacción por mi parte y por la suya, pude responderle que estaba contenta. Y eso que aquí no se trata de niños, sino de médicos y cirujanos de todas las edades, algunos de ellos verdaderas celebridades mundiales. Es una maravilla ver cómo todos se someten al reglamento que yo, después de haber estudiado bien las condiciones del país, les he impuesto y que exijo que se observe estrictamente.”[1]

Un ejemplo significativo de su capacidad para evaluar los talentos de los demás, lo tenemos en las relaciones que Madre Cabrini tuvo con Doña Elena Arellano[2], una rica señora que ayudó a la Madre en la fundación de Nicaragua y que parecía que quisiera entrar entre las Misioneras del Sagrado Corazón como Religiosa. Madre Cabrini, conociéndola, en un primer momento la animó a entrar, podría llegar a ser una buena Misionera; pero luego dejó de animarla, viendo que Elena Arellano podía ser misionera permaneciendo como una laica libre.

Así escribe a la superiora de Granada:

“¿Y Doña Elena? ¿está decidida a entrar ahora? Si tiene una sola duda todavía, es mejor que espere un poco. Dile que parece que será mejor esperar a ver si puede reubicar a los padres primero, porque una vez entrada no debe pensar más en nada, excepto en su perfeccionamiento espiritual. Por tanto que lo piense bien y cuando, después de serias reflexiones se sienta inspirada a abandonar todo: parientes, amigos, relaciones y hasta las obras buenas que podría hacer, entonces podrá entrar; de otra forma, es mejor que espere. Si después, un día hubiera decidido precisamente abandonar todo otro pensamiento y decidiera entrar, recordad que no tiene que pensar en el interés ni saber nada de los intereses, si o se derrumbaría ella misma y tal vez también el Instituto. Esto es una llamada para ti en todo caso. Yo no estoy todavía completamente convencida de que haya abandonado todo intento de pensar en otras cosas, porque he visto demasiados cambios en pocos meses y si tú estás atenta, verás que, tal vez todavía es así; que los pensamientos de una semana no son los mismos que los de la otra.”[3]

De hecho, después de haber insistido todavía durante algún tiempo, Madre Cabrini se convenció de que Doña Elena Arellano era más indicada para vivir como laica cristiana. Después del destierro de las Misioneras, la señora continuó con su obra de beneficencia y de formación, recurriendo a diferentes estrategias para garantizar la educación católica en Nicaragua frecuentemente dirigida por gobiernos de tendencia masónica.



[1] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 575

[2] Elena Arellano (1836-1911): Noble dama nicaragüense que ayudó a Santa Francisca Cabrini en la fundación de Nicaragua en 1891. No pudiendo hacerse religiosa, se dedicó a las obras de caridad, ayudando a todas las Congregaciones Religiosas masculinas y femeninas que llegaron a Nicaragua, compartiendo con ellas sufrimientos y esperanzas, y también sus recursos económicos, su inteligencia y su creatividad apostólica. Está en curso la documentación para la causa de beatificación.

[3] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 560




jueves, 12 de noviembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (3ra parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018



Capítulo 14:

Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





También deseaba que ellas (las alumnas del magisterio) fueran colaboradoras con la oración y en la acción:

“Vosotras, mis buenas hijas, en vuestra gran misión de educadoras, sois las primeras colaboradoras de las Misioneras del Sagrado Corazón y por esta razón formáis parte tan querida de mi corazón en la gran familia que Jesús me ha confiado. Espero mucho de vosotras; de vosotras esperan también, no sólo la patria y la Religión, sino todo el mundo. Ahora ya no es necesario ser Misionera para recorrer el mundo.”[1]

Además, Madre Cabrini les exhortaba a ser colaboradoras en la pastoral vocacional y a tener presente siempre las enseñanzas del Evangelio aprendidas, en parte, a través de las Misioneras del Sagrado Corazón:

“A Él, pues, dirijamos nuestras almas creadas por Él y para Él, esas almas en las que Él ha infundido una fuerte atracción por todo lo que es bello y grande, como prueba de nuestro origen y del fin para el que fuimos creados. Elevémonos sobre las cosas de la tierra y, ya que no podemos volar, sobrevolémoslas por lo menos. El fin recto de nuestro obrar es la varita mágica que convierte en oro purísimo todo cuanto tocamos; las virtudes cristianas que practicamos hacen despuntar flores perfumadas por donde pasamos. Y mientras, fieles a los divinos mandatos y a las enseñanzas de la santa Iglesia, vamos cumpliendo la misión, aunque modesta, que se nos ha asignado, los ángeles alejan de nuestro camino los peligros, fielmente anotan nuestras buenas obras y nos acompañan hasta que estemos con Dios, donde el gozo será completo y eterna la alegría.

Mis amadas señoritas, no voy a darles ahora un sermón, porque muchos habrán oído en estos años pasados en su colegio. El camino ya lo conocen; se les han dado las armas para combatir cuando sea necesario. Les diré entonces la firme certeza que tengo en mi corazón de que, aún después de haber abandonado el Instituto que les ha acogido, instruido y amado, se mostrarán siempre y en todo dignas de la misión a la que Dios les llama, que impartirán a los demás cuanto se les ha enseñado, recordando siempre que la vida es breve y desaparece como la sombra; que el cuerpo muere, pero que el alma es una sola y está destinada a vivir eternamente en el estado de gloria o de pena que en vida hayamos preparado.”[2]



[1] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 558

[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 541-542




jueves, 5 de noviembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (2da parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018


Capítulo 14:



Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini



En el 1990 un nutrido grupo de colaboradores laicos de las Misioneras Cabrinianas fueron llamados a participar en el Capítulo General (en otro tiempo exclusivamente reservado a las Religiosas) para aquellos aspectos que concernían a la Misión.

Las Misioneras del Sagrado Corazón hacían así converger su ideal con cuanto decía la Encíclica del mismo Papa, Christifidelis laici:

“Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo.”[1]

Participar en el trabajo misionero no era sin embargo lo mismo que vivir la espiritualidad, pero cuando la formación permanente –insistentemente inculcada por el Concilio Vaticano II para los miembros de la vida religiosa– se hizo parte integrante de la misión, los colaboradores laicos empezaron a compartir con las Religiosas Misioneras el carisma de Madre Cabrini acogiendo aquellos aspectos eclesiales que más se adecuaban a su estado laical. En particular el carisma fundamentado en el amor y en la compasión del Corazón de Jesús, proponía que el estilo misionero debía tener una profunda dimensión de solidaridad con el sufrimiento de la humanidad, favoreciendo sobre todo las preferencias de Jesús: los pobres, los débiles, los pecadores y aquellos que son marginados y excluidos.

Naturalmente, el pensamiento de Madre Cabrini no fue directamente acuñado para esta nueva forma de colaboración pero sí lo era en esencia. Deseaba, por ejemplo, que las alumnas de magisterio que estudiaban con las Misioneras compartieran también la espiritualidad de las Misioneras:

“No es preciso que les recomiende la oración; sé que rezáis bien y de corazón. Y esto me consuela porque la oración es el arma poderosa que os debe defender y ayudar no sólo ahora, sino en toda vuestra vida. Ella es la llave de los tesoros celestiales, el canal por el que las gracias descienden hasta nosotras. Mientras oréis, estaréis seguras; como dice el Beato Canisio: “Quien reza está en el camino del cielo”. No olvidéis nunca esta coraza que os debe defender; esta poderosa arma que os asegura la victoria. Cuando os vayan bien las cosas, orad para que no os llenéis de la presunción que lleva tras de sí la caída. Orad también en el fracaso y volverá la confianza que nos hace fuertes en la fortaleza de Dios. Rogad por vosotras mismas, por las personas a vuestro cuidado, por las que os son queridas, por la sociedad, por la Iglesia. Haced de la oración una costumbre que, si lográis gustar la dulzura que hay en este íntimo intercambio entre el alma y Dios, no habrá para vosotras horas de desaliento y desesperación, ni las nubes turbarán por mucho tiempo el sereno horizonte de vuestras almas.”[2]

“Sin embargo de ustedes deseo dos cosas: primero, que recen siempre con el fervor que hasta ahora han demostrado. Dios ha puesto sólo en la mente del hombre esa chispa divina que se llama inteligencia; el poeta, el artista, el científico, le deben a Él el genio que les ha hecho grandes; y la Iglesia, entre otros gloriosos títulos que da al Espíritu Santo, lo llama Espíritu de sabiduría y de inteligencia. Conviene, pues, beber el agua del manantial; y tras haber trabajado diligentemente con aplicación y asiduidad, recurrid al Señor y esperad de Él memoria, inteligencia, éxito. Así hacía el famoso Cardenal Cisneros, al que se le encontraba a menudo recostado a los pies del Crucifijo mientras se ventilaban importantes cuestiones de Estado; y, preguntado por sus ministros por qué obraba así, respondía: “¡Orar es gobernar!” Recen, pues, no durante mucho tiempo si no les es posible, sino con fervor. El mundo actual que parece retroceder a grandes pasos hacia el paganismo, a pesar de sus progresos gigantescos en las ciencias y el comercio, ha olvidado el valor de la oración, ¡y ya casi no sabe ya lo que es! Y esto pasa porque con un sentimiento pagano, el hombre se ha hecho un dios de sí mismo y de las criaturas y ha perdido la noción de las relaciones y vínculos que deben existir entre él y Dios. Ese nuestro buen Dios que, como nos dice el niño pequeño que balbuceando recita el catecismo, creó el cielo y la tierra, ha sido casi expulsado de la creación; no hay ya en ella sitio para Él. El hombre ha hecho de sí un ídolo, lo adora, y no se preocupa de orar y adorar al verdadero y único Dios. ¿Qué tiene de sorprendente el que, después de esforzarse casi sobrehumanamente, la naturaleza débil y limitada, impotente para luchar por más tiempo o para conseguir cuanto quiere, se abandone a la desesperación, al suicidio o al delito? La oración hubiera evitado todo esto; la plegaria habría subido al cielo como incienso y habría hecho descender un copioso rocío de gracias que habrían restaurado el alma extraviada, devolviéndole la esperanza y la calma.

He aquí lo segundo que deseo para ustedes: ¡Estén tranquilas! Pongan su confianza en Dios, lo cual no es presunción, porque han estudiado durante el año como hijas valientes, esperen tranquilamente los exámenes sin alarmarse, sin agitarse. Estudien con calma, confíen en su Madre, María Inmaculada y todo irá bien. ¡Quien en ella espera no será nunca confundido!”[3]



[1] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Christifidelis Laici”, n. 33

[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 525-526

[3] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 532-534