jueves, 27 de agosto de 2020

María Santísima "Madre y Maestra" (4ta parte)

  

Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 7:

María Santísima “Madre y Maestra”:
Una escuela de feminidad




Madre Cabrini busca, de alguna manera, revivir en sí misma y hacer vivir a sus Religiosas, la intuición femenina de María Santísima en las bodas de Caná, cuando la falta de vino (Cfr. Jn 2,1-12) induce al Señor al primer milagro. Ella misma se encontró muchas veces frente a la dramática situación de mujeres, niños, familias, emigrantes tratados como delincuentes (como en el caso de New Orleans donde fueron injustamente masacrados once italianos inocentes) y tuvo que dar respuestas inmediatas que hicieran cambiar la opinión pública infectada ya del prejuicio de que todo el mal procedía de los inmigrados italianos. Visitando las cárceles donde estaban encerrados (injustamente o con razón) centenares de inmigrados, las minas donde con frecuencia los mismos mineros perdían la salud o la vida, o recogiendo e instruyendo millares de niños de la calle, fundando institutos y hospitales para dotarles de su espíritu de acogida, de maternidad, de respeto; fue un modo elocuente de “imitar María Santísima”, Madre de todos:

“María Santísima es nuestra Madre de Gracia. Su misión no se extiende a una sola tierra o nación. Ella es Madre de todos y su Misión se extiende hasta los últimos confines del mundo; todas las almas le pertenecen, por todas se interesa, para todas vive, por todas trabaja, por todos sufre y ora. Allí donde encontramos a María, encontramos a la Misericordia.”[1]

También desde este punto de vista la visión de la mujer de Madre Cabrini es nueva con respecto al tiempo que ella vivía, como dice una vez más Juan Pablo II:

“Las mujeres consagradas están llamadas de un modo especial a ser, a través de su entrega vivida en plenitud y con gozo, un signo de la ternura de Dios hacia el género humano y un testimonio particular del misterio de la Iglesia que es virgen, esposa y madre.”[2]

Pero también era necesario dar una imagen alternativa de una mujer evolucionada sin la necesidad de confundirse con las corrientes feministas de las cuales la misma Santa conoció la ambigüedad, para presentar la expresión sabia del plan definitivo de Dios:

“Escribid en vuestra alma la vida de María, sus sentimientos, sus costumbres, su inmaculada pureza, sus acciones, sus pasos, sus palabras, su forma de actuar, su compostura. Suplicad a Jesús que grabe, con el fuego de su Corazón, a María en vosotras, que os haga imagen viva de su Madre Inmaculada.”[3]

La frase que Madre Cabrini repite con frecuencia exhortando a las Misioneras “a ser una pequeña inmaculada” quiere significar la peculiaridad propia de las personas iluminadas por Dios, poseídas y transformadas por su gracia, conscientes de pertenecerle y por ello empeñadas en realizar su Proyecto:

“María es el libro misterioso de vuestra predestinación a la gloria… María os habla claro, como un libro abierto; leed siempre en este libro de oro, en el que encontraréis siempre nuevas doctrinas, renovadas riquezas, gracias nuevas. Confiad a María todos vuestros afectos para que nunca se inclinen hacia las creaturas, sino que vuelen siempre como ángeles puros, intactos, al Corazón de Jesús.”[4]


[1] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 110-111

[2] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Vida consagrada”, 57

[3] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 186

[4] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 186


jueves, 20 de agosto de 2020

María Santísima "Madre y Maestra" (3ra parte)

 

Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 7:

María Santísima “Madre y Maestra”:
Una escuela de feminidad




Rosarios, novenas, fiestas solemnes en honor de María Santísima a pesar de la desorbitada devoción de aquel tiempo, no son importantes para Madre Cabrini si no conducen a la imitación de las virtudes de María:

“Las demostraciones y las prácticas exteriores no son sino una vana apariencia, cuando no son la expresión de nuestro sacrificio a Dios que debe manifestarse en toda nuestra conducta.”[1]

 La virtud es esta feminidad excepcional, si se quiere, pero también concreta, de una mujer que, como la Misionera del Sagrado Corazón, tiene que asumir el compromiso de seguir al Maestro Jesús hasta las últimas consecuencias; vivir la misión en la responsabilidad plena y consciente, aceptando las contradicciones de cada día, siguiendo los criterios del Evangelio para presentar a la humanidad oprimida por las discriminaciones, prejuicios, opresiones ideológicas, culturales y sociales, una imagen de mujer nueva, como lo fue la Virgen María:

“Por lo tanto, si queremos estar a la altura de nuestra misión, alejemos las ligerezas, las vanidades, y recordemos que seremos auténticas mujeres sólo cuando, teniendo presente el principal deber que nos incumbe, seamos las verdaderas educadoras de la sociedad, los ángeles de la familia, las fieles imitadores de María Inmaculada.”[2]

En cierto sentido, Madre Cabrini anticipaba lo que Juan Pablo II repetía en su exhortación apostólica Vida Consagrada hablando de la promoción de la mujer en la evangelización:

“La Iglesia, que ha recibido de Cristo un mensaje de liberación, tiene la misión de difundirlo proféticamente, promoviendo una mentalidad y una conducta conformes a las intenciones del Señor. En este contexto la mujer consagrada, a partir de su experiencia de Iglesia y de mujer en la Iglesia, puede contribuir a eliminar ciertas visiones unilaterales, que no se ajustan al pleno reconocimiento de su dignidad, de su aportación específica a la vida y a la acción pastoral y misionera de la Iglesia. Por ello es legítimo que la mujer consagrada aspire a ver reconocida más claramente su identidad, su capacidad, su misión y su responsabilidad, tanto en la conciencia eclesial como en la vida cotidiana. También el futuro de la nueva evangelización, como de las otras formas de acción misionera, es impensable sin una renovada aportación de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas.”[3]


[1] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 195

[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 521

[3] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Vida consagrada”, 57




jueves, 13 de agosto de 2020

María Santísima "Madre y Maestra" (2da parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 7:

María Santísima “Madre y Maestra”:
Una escuela de feminidad




Madre Cabrini sin teorizar demasiado sobre el aspecto antropológico y teológico, ve a María como Maestra y Modelo de la Misionera y, por consiguiente, es en la imitación de la virtud de María Virgen la plena realización de la feminidad que cada mujer recibe como don y esta es la vocación de la Misionera del Sagrado Corazón. Los componentes fundamentales de este diseño son:
·         La adhesión y colaboración al proyecto de Dios a través de la maduración en la fe.
·         La apertura al Espíritu y a las necesidades de la humanidad sufriente.
·         La interiorización de las cualidades humanas, netamente femeninas, que hacen de María Santísima la mujer redimida que realiza plenamente el plan de salvación.

María Santísima es una discípula de Jesucristo y como tal debe ser imitada:

“María entró en todos los misterios del Divino Redentor; con Él debía compartir la gloria, los gozos, los dolores. Ella es la Virgen singular, la Mujer corredentora del género humano, la verdadera Madre de los vivientes. Todo en María es grande, providencial; la misión de María en el mundo tiene un carácter muy particular; ella viene al mundo como un sol resplandeciente; su luz es inmensa, sus esplendores celestiales, su belleza divina. ¡De cuántas gracias aparece llena sobre la tierra nuestra Madre, que en el primer instante de su existencia fue abundantemente colmada por el amantísimo Dios! María desde el primer instante fue gigante en gracia y perfección, y creciendo cada día más y elevándose en lo alto como varita prodigiosa de incienso, ¡cuántos ejemplos nos ha dejado! Si imitáramos a ese sublime modelo, a ese águila real siempre fija en Dios ¡qué suerte la nuestra! Seremos verdaderas religiosas, óptimas Misioneras del Divino Corazón.”[1]

La mujer para Madre es esta reina que el cristianismo ha hecho libre y que ella misma con sus Religiosas ha tratado de lograr en lo concreto de la vida misionera:

“… qué agradecidas tenemos que estar al cristianismo que ha elevado el destino de la mujer, devolviéndole sus derechos, desconocidos en las naciones antiguas. Hasta que María Inmaculada, la mujer por excelencia, celebrada por los Profetas, suspirada por los patriarcas, por las gentes, aurora del Sol de justicia, no apareció sobre la tierra ¿qué era la mujer? Pero nació María, esta nueva Eva, verdadera Madre de los vivientes, elegida por Dios para ser corredentora del género humano, y he aquí una nueva era que surge para la mujer, ya no esclava, sino igual al hombre, ya no sierva, sino ama y señora entre los muros domésticos, no ya objeto de desprecio y de diversión, sino elevada a la dignidad que le conviene, como madre y educadora y en cuyo regazo se forman las generaciones.”[2]

Es frecuente en Madre Cabrini hablar de “reinas”:

“Vosotras sois las afortunadas Esposas de Jesús, y por esto habéis sido hechas reinas de todos los tesoros del Esposo. Sed pues reinas tutelando los derechos del Reino de vuestro "Rey y Señor.”[3]

E insiste:

“Las vírgenes son las esposas elegidas del Rey, por eso son también reinas que se sientan en la predilección y en el ministerio de paz. Si son reinas deben, por tanto, tener un pueblo sobre el que ejercer la celestial misión de paz.”[4]

La modestia, la serenidad, la diligencia en el propio deber, la rapidez en el servicio a los demás, la intuición pronta e inteligente, no son más que la expresión de una “compostura” capaz de expresar la belleza femenina que acoge, conforta, intuye, comprende y emprende iniciativas, movida por el deseo de mostrar el rostro materno de Dios:

“Sin embargo, hijas queridas, si queréis honrar digna e íntimamente a María Inmaculada y estar seguras de ser verdaderamente sus devotas, tenéis la obligación de imitar sus preclaras virtudes, lo más que sea posible a una creatura humana.
Yo quisiera que, contemplando vuestra Estrella Matutina, María Santísima, fueseis otro tanto inmaculadas. Pues bien, hijas, no dejéis nada con tal de acercaros a su imitación, seguras de que cualquier esfuerzo os será bien pagado. Fijad la mirada interior sobre la bella Inmaculada y, si todavía os parece no veros en ella por la cantidad de vanas e inútiles imaginaciones que os ofuscan la mente, escucha a San Anselmo que dice que María Santísima era dócil, hablaba poco, siempre estaba dispuesta, nunca se la vio reír y nunca se la vio turbarse. Perseveraba en la oración, en la lectura de las Sagradas Escrituras, en la mortificación y en toda obra virtuosa. San Ambrosio dice que su gesto no era flojo, su andar no afectado, su voz no era petulante; la compostura de su persona demostraba la belleza y la armonía de su interior. Era un espectáculo maravilloso verla con qué humildad, prontitud y diligencia desempeñaba los quehaceres domésticos, cómo atendía a todos con gran interés, pero siempre con suma tranquilidad y dulce paz.
Su frente estaba siempre serena y una modestia, más celeste que terrena, se trasparentaba en todos sus movimientos. Era parca en palabras y al mismo tiempo digna, prudente y pudorosa. En María Inmaculada todo estaba bien regulado.”[5]



[1] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 444-445
[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 520
[3] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 410
[4] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 160
[5] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 92-93




jueves, 6 de agosto de 2020

María Santísima "Madre y Maestra" (1ra parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 7:


María Santísima “Madre y Maestra”:
Una escuela de feminidad





“Jesús, al ver a su Madre
y junto a ella el discípulo que amaba,
dijo a su Madre:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Después dijo al discípulo:
“Ahí tienes a tu madre”.
Y desde aquella hora
el discípulo la recibió como algo propio”
(Jn 19,26-27)




Madre Cabrini tuvo una relación muy privilegiada y afectiva con María Santísima, cuya devoción, unida a los temas recurrentes de la Mariología de su tiempo, es parte integral de su espiritualidad y también por la personalización que de ellos hizo como mujer y como misionera. Escribía en el 1893:

“Sed vos mi Maestra y mi guía y haced que el Espíritu Santo descienda sobre mí para regular y ordenar todo mi interior, a fin de ser realmente templo vivo de Dios, donde Él pueda gozar y encontrar siempre sus complacencias”.[1]

El lenguaje más bien floral que Madre Cabrini usa hablando de la Madre de Jesús, no debe eclipsar el principal proyecto que ella tiene cuando señala a María Santísima como Fundadora del Instituto, Madre, Maestra y Modelo de cada Misionera del Sagrado Corazón. Tener a María santísima como Fundadora, dejaba a Madre Cabrini tranquila sobre el origen de su Instituto por cuya gestación debió sufrir mucho:

“¡Qué felicidad tan grande es la nuestra al tenerla por Madre y Fundadora de nuestro Instituto! Sí, ella ha sido la que lo ha fundado, porque mientras yo estaba titubeando si el Señor quería o no esta obra, muchos robaban a la Virgen de las Gracias, y yo también la rezaba y después de muchas plegarias el Obispo Gelmini me lo mandó. El Obispo Bersani, con la suavidad propia de su carácter, me indujo a cumplir sin dilación, y Monseñor Serrati y me echó una mano con gran fervor y entusiasmo, por lo que me encontré implicada sin posibilidad de echarme para atrás; por todo lo cual, de María Santísima de las Gracias surgió el Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón.”[2]

Y si en los momentos más complejos de su vida misionera, María Santísima aparecía como la “estrella”, “la guía segura”, es por esto que en la espiritualidad cabriniana la Virgen venía a reforzar la voluntad de Dios que guiaba los acontecimientos y, por lo tanto, no sólo su persona por lo audaz y emprendedora que pudiese parecer:

“¡Qué buena y qué amable es María! Ella es nuestra propicia estrella matutina, es nuestra verdadera guía y conductora en todas nuestras empresas, y es por eso que las Misioneras nada deben temer. Nuestra gran Madre Fundadora está cerca de Dios, está próxima, más bien ligada a Dios, por consiguiente todo lo puede, todo quiere, todo lo implora de Dios. ¡Qué grandeza de María! Ella fue constituida por el Señor como fuente de todas las gracias, canal, acueducto seguro de las Misericordias divinas, escalera del cielo, puerta del paraíso. María, hijas mías, es como aquel misterioso monte santo, monte sombreado por el Espíritu Santo, Monte de cuya cima nace un manantial de aguas límpidas que, dividiéndose en infinidad de riachuelos, riegan todo el mundo y por tanto nuestras casas, todas nuestras operaciones, siempre y cuando sepamos invocarla y mostrarnos verdaderas devotas suyas, con fe grande y con la imitación de sus bellas virtudes, dignas verdaderamente de una Misionera.”[3]


[1] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 135
[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 425
[3] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 351-352