Capítulo 7:
María Santísima es aquella en la que siempre se ha realizado, por la gracia que ha madurado en ella, el comportamiento ético y cristiano que Madre Cabrini deseaba para sí misma y para sus Religiosas. Y la ayuda para llegar a esta madurez es necesario pedírselo a María Santísima:
“María es la Esposa predilecta del Espíritu Santo, y ¿qué no puede una esposa fiel y pura en el corazón de su esposo? Encomendaos a nuestra Madre para obtener todos los dones y las gracias que os faltan. Si vuestra alma es como caña azotada por el viento, volveos a María que es la Torre de David de donde penden grandes escudos. Con su ayuda obtendréis el don de la Fortaleza.”[1]
Por otra parte el proyecto de internacionalidad que Madre Cabrini tuvo siempre, le urgía a hacer de sus Misioneras mujeres capaces de amar sin condiciones:
“… haz que siempre continúen bien todas y apenas veas la necesidad, llama a la Hermana o aquella otra para corregirla. Procura tratarlas según sus caracteres. Por ejemplo: a la francesa la ganarás no contradiciéndola y no permitiendo a ninguna mantener sus propias razones frente de ella, así también que nadie le gaste bromas por su forma de hablar ni por otras cosas, verás que entonces se hará también buena. Hay que darse cuenta de que ciertamente los franceses son de carácter diferente al nuestro… Pronto aceptaré una alemana muy hábil… Ella también tendrá carácter diferente, es necesario que aprendamos a conciliarlas a todas y hacer que las nuestras sepan adaptarse a las extranjeras, de lo contrario no podremos ir al extranjero para las Misiones.”[2]
En el proyecto cabriniano de la mujer madura está María Santísima como modelo de santidad, fin éste hacia el cual está orientada toda la vida cristiana y en particular la vida de la Misionera que tiene que “ir santa a la misión”[3], o sea, siempre “con la lámpara encendida” adhiriéndose con sencillez a las exigencias de su vocación:
“La ciencia de los santos no consiste más que en conocer a Dios y en conocerse a sí mismo; en comprender cuál es la meta de nuestra vida, y cuáles son los medios adecuados para alcanzarla. La práctica de esta ciencia se resume en tres palabras: Amor a Dios y al prójimo, humildad verdadera y cumplimiento de las obligaciones de nuestro estado.”[4]
Pero la santidad es un empeño constante de apertura a Dios que implica no perder nunca la visión del Reino y rectificar continuamente el rumbo para no encallar en aguas estancadas e infecundas.
“Somos
Misioneras y la Misionera no tiene que retroceder ante las dificultades y
peligros, al contrario, confiada en Jesús y apoyada en María, no siente las
dificultades…”[5]
[1] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 212
[2] Cfr. Epistolario, Vol 1°, Lett. n. 290
[3] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 131
[4] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 214
[5] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 262