Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús
Madre cabrini dirá en una de tantas referencias al Sagrado
Corazón:
“Mi
Jesús, tengo sed de Ti, Padre mío, de Ti mi Esposo, de Ti mi amor, de Ti mi
amado.”[1]
y explica:
Las
Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús deben participar de la amplitud de este
Corazón Divino que todo lo abarca, todo lo comprende, todo lo anima, todo lo
une y concentra junto a sí. Esto es precisamente lo que nos anima en las
momentáneas separaciones y lo que nos hace fuertes de su misma fortaleza, lo
que nos comunica toda gracia. Él es nuestro verdadero Tesoro; amémoslo con todo
el corazón, sirvámosle fielmente, hagámosle conocer a todos, y a todos animemos
a despegarse de las criaturas, de todas las cosas, de sí mismos, para lograr
poseer su perfecto amor, que es un Paraíso anticipado. Todos vuestros afectos,
hijas, concéntrense en este hermoso Corazón y seréis siempre verdaderamente
felices.”[2]
Por tanto “el Corazón de Jesús se convierte en el símbolo de su
amor fiel, eterno y definitivo, como aquel ratificado por la Alianza que Dios
ha querido establecer con su pueblo; un amor universal, tal que no excluye ni
siquiera a los enemigos, que se expresa en su conciencia cuando se cumple su
hora. Y esto sucede al final de sus días en la tierra, en la Última Cena con la
institución de la Eucaristía, en el Calvario con la inmolación sobre la cruz
libremente querida y con el don de su Madre y de la Iglesia.”[3]
Madre Cabrini recalca en todos sus escritos y referencias
apostólicas y en su enseñanza a las Religiosas, el misterio del amor de Dios
por la humanidad y por cada uno de nosotros. La presencia de Dios “en el centro
del propio corazón”,[4] la configuración necesaria de nuestro corazón con el Corazón de
Cristo, experiencia que se imagina vivida por ella misma con el “cambio de
corazón”, expresa el tema de la alianza con Dios en la consagración a Él, el
culto a la Eucaristía, la inserción en la vida y Pasión de Cristo y por lo
tanto, en el misterio de la Redención, en la mística de la reparación y en el
mandato a la misión de la evangelización como la expresión última de dar gloria
a Dios.
…
Su vida y su misión son expresión de esta intensa doctrina no
elaborada teológicamente, sino vivida y experimentada en la experiencia
cotidiana. Inserta en el Corazón de Jesús, Madre Cabrini invita a aprender la
doctrina del amor de Dios:
“Esta
alma, hecha cada vez más bella por Jesús, escucha sus confidencias, y las gusta
porque son más puras y preciosas que la plata y el oro; escucha los preceptos
de su Amado y siente que le dan vida y salud, porque están llenos de un bálsamo
fragante de gracia y de celestial sabiduría. ¡Oh dulce Jesús!, debe exclamar
esta alma, ¡ilumina mi mente, da luz a mi intelecto; tu gracia me socorra, a
fin de que, rápidamente, yo recorra los senderos de tus amables órdenes! No
permitas que yo tropiece por el camino, hazme robusta con tu virtud, a fin de
que cumpla fielmente tus santos deseos.”[5]
La escucha a la que alude Madre Cabrini nace no sólo del
convencimiento de la presencia de Dios en nosotros, sino también de una
presencia activa que nos orienta:
“Procurad
vivir siempre ocultas en el Corazón Santísimo de Jesús como en una escuela
donde se aprende el verdadero amor que hace santas las almas,”[6]
dejando sin embargo la libertad de elegir lo que hacemos en cada
momento con la participación de todas nuestras facultades, ya que interactúan
con su voluntad salvífica:
“Suplicad
a Jesús que haga resonar su voz en vuestras almas, de manera que podáis
entender bien todo lo que quiere de vosotras. Suplicadle que os conceda
conocerlo para amarlo, amarlo para poseerlo, poseerlo para gozarlo.”[7]
[1] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 235
[2] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 21-22
[3] Cfr. Francesca Marietti, “Il cuore di Gesú”, ed. Ancora, 1991, pág.
40-45
[4] Cfr. “Pensamientos y Propósitos”, pág. 59
[5] Cfr. “Entre una y otra ola”, pág. 163
[6] Cfr. “La Stella del Mattino”, pág. 134, n. 27
[7] Cfr. “La Stella del Mattino”, pág. 121, n. 14