jueves, 31 de octubre de 2019

"Liberaos y alzad el vuelo" (8va Parte)






Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 2:
“Liberaos y alzad el vuelo”
En el misterio de Dios




La virtud de la esperanza es una de las tres virtudes teologales que son fundamentales en la vida de cada cristiano. La esperanza cristiana ennoblece todas las buenas “esperanzas” humanas, todos los sueños que se puedan tener para nuestro crecimiento como personas y como cristianos, porque purifica la esperanza que está únicamente anclada en la tierra y la adapta al Reino de Dios. Madre Cabrini fue maestra en esta dinámica. Ante el temor de que sus sueños, aunque buenos, fuesen sólo ilusiones o gusto personal e incluso ambición, los sometía siempre a la ley de la obediencia a la Iglesia y evitaba la precipitación en tomar decisiones porque no quería otra cosa que lo que Dios quería. Pero la virtud de la esperanza que da alas para correr tras la voluntad de Dios, es sobre todo fundamental en los momentos de oscuridad y de perplejidad. Esto significa que, en el camino de la fe, se debe continuar perseverante en las promesas de Jesús durante la oscuridad y cuando todo parece contrario a la realización de nuestras esperanzas. Esta experiencia fue vivida por S. F. Cabrini de modo más intenso cuando, joven y cargada de esperanzas, se vio obligada a permanecer durante seis largos años en la miserable Casa de la Providencia, sin ver la luz de un túnel aparentemente sin salida.[1]
La purificación de la voluntad y de las esperanzas humanas está encerrada en la palabra “desligados”, que está indicando la liberación de los lazos que ciñen “falsas esperanzas” sin duración, para lanzarnos hacia horizontes ilimitados de trascendencia, es decir, del conocimiento de Dios por amor, en la mediación de la identificación con la esperanza de Jesús, sus sentimientos, sus criterios y su proyecto:

“El elogio más espléndido que se puede entretejer sobre esta tierra a una mujer... es ser la verdadera Esposa del Corazón Santísimo de Jesús. La verdadera Esposa del Corazón de Jesús, como águila, pasea sobre la altura de los montes a los que no pueden llegar la mayor parte de las mujeres católicas, porque la verdadera Esposa de Cristo sale de los senderos ordinarios y camina por caminos que revelan la virtud no común que, mediante la fe viva y la gracia de Dios, ha conquistado. Sí, la verdadera Esposa de Cristo se encuentra en una esfera particular que supera en excelencia a todas las otras de un modo verdaderamente inefable”.[2]

Le escribe a una Religiosa para que ayude a otras Hermanas a vivir esta mística que ayuda a la adhesión absoluta a los intereses de Dios:

“... amad mucho a Jesús y vivid totalmente abandonadas en su Divino Corazón. Decid frecuentemente: mi Jesús es para mí y yo soy toda para Él, me gusta y me gustará todo lo que a Él le gusta”.[3]



[1] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 165
[2] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 85
[3] Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. 953


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jueves, 24 de octubre de 2019

"Liberaos y alzad el vuelo" (7ma Parte)






Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 2:
“Liberaos y alzad el vuelo”
En el misterio de Dios




Frecuentemente el saludo que Madre Cabrini ponía al final de sus cartas era:

“El buen Jesús te bendiga y por su Santísimo nombre, te dé un alto grado de santidad que te haga volar a aquella altura donde uno se olvida de la tierra y de sus miserias”.[1]

Volar permite también mirar las cosas de manera más amplia, más objetiva, más general, favorece las condiciones para discernir mejor los acontecimientos, para resistir las manipulaciones de la verdad, para no tomar decisiones precipitadas, para explorar las diversas posibilidades:

“Aprendamos en las dificultades a sobrevolar instantáneamente un poco más para arriba del techo de nuestras miradas, porque, más arriba aún, siempre está preparada la gracia, adecuada a cuanto necesitamos en el desempeño de nuestro oficio y en la práctica de cada virtud y deber”.[2]

Y así describe el alma despegada de todo el que se encuentra en la privilegiada situación de tener una óptica nueva:

“... es valiente en las empresas. Firme y constante en el bien, no la veréis nunca torcer ni a derecha ni a izquierda. Las alabanzas no la exaltan, las humillaciones no la abaten, las contradicciones no la aterrorizan, las tempestades no la sumergen. Prudente como la serpiente, nunca hace caso de las sirenas halagadoras que intentan perderla. Tiene fino discernimiento, sano juicio, y dondequiera ve siempre claro y limpio, cumple siempre con su deber que lleva a cabo independientemente del respeto humano. Se ve claramente que ella sólo se ha fijado en Dios y a Él solo se entrega con toda el alma y todas las fuerzas”.[3]

Las alas que nos elevan hacia arriba porque son atraídas por la luz de Dios, son también según Madre Cabrini, las alas de la “confiada esperanza”. La esperanza es de hecho un estado del alma que hace posibles cosas aparentemente imposibles. Es una fuerza interior que nos hace asumir el riesgo en las empresas difíciles, porque nos hace audaces y valientes en medio de dificultades graves:

“Confiad contra toda esperanza y nunca seréis confundidas. Repetid a menudo: In te, Domine, esperavi, non confundar en aeternum (En ti Señor esperé, no quedaré confundido eternamente). Y diciéndolo de corazón, alargaréis las alas de la esperanza confiada que alegra el espíritu”.[4]




[1] Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. n. 840
[2] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 478
[3] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 180
[4] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 70


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jueves, 17 de octubre de 2019

"Liberaos y alzad el vuelo" (6ta Parte)






Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 2:
“Liberaos y alzad el vuelo”
En el misterio de Dios




El fruto del “desapego”, o sea, de lo que impide el camino a Dios, es la libertad propia de la Misionera que debe estar siempre lista para volar:

“¡Qué hermoso ver almas que como palomas vuelan sobre la tierra, beneficiándolas sin enredarse en las marañas de la misma! Vuelan, vuelan con afán siempre nuevo de hacer el bien; vuelan sin descanso, o diré mejor, sin darse cuenta del cansancio, aún cuando le faltan las fuerzas materiales: una aureola de luz celestial las circunda a ellas y a sus obras, y sus benéficos influjos son siempre de gran provecho, porque están marcados siempre por la bendición de Dios”.[1]

No sería posible tratar en serio del Reino de Dios, si el corazón se sintiera atado por lazos, que, aunque sutiles, no fuesen evangélicos:

“Sí, ¡hijas mías!, apoyaos en vuestro Amado, porque el alma abandonada en las manos de Jesús, en todos los momentos de su vida, se ve no sólo sostenida por Él, sino llevada por el mismo Jesús. Y es de esta forma precisamente como la Religiosa, sostenida y llevada por su Amado, hace muchas y grandes obras con una rapidez y facilidad admirables. La verdadera Esposa tiene alas en los pies, y sus manos están hechas al torno, por la rapidez y la perfección con que obra para consolar a su amado Jesús y procurarle mayor gloria con la salvación de las almas”.[2]

A menudo es necesario “volar” porque esto evita encontrarse con las turbulencias y las intemperies:

“Sed palomas, hijas mías, pero intentad volar hasta dónde llega el águila, la cual no se posa ni sobre los cerros ni sobre los montes más bajos, sino que llega a las cordilleras y, allá en la roca viva, se refugia de las turbulencias y de las intemperies. Unida siempre a Jesús, qué bien se está y se trabaja sin cansarse, con todo el entusiasmo, como aquellos que disfrutan de la verdadera libertad de los hijos de Dios que se han dominado por completo a sí mismos”.[3]

Al mismo tiempo alivia de tantas aflicciones:

“Volad, volad muy alto por caridad, dejad los aires pesados de las miserias humanas que os oprimen el espíritu y vivid siempre en Dios”.[4]

En los salmos se encuentra con frecuencia la expresión: “me refugio a la sombra de tus alas” (cfr. Sal 17; 54; 60; 62; 67; 103), también en expresiones cabrinianas las alas son el refugio en Dios que nos elevan de muchos problemas y tristezas de la tierra para encontrar descanso en Dios:

“El alma generosa sale valientemente de sí misma, se eleva sobre todas las miserias de la tierra, y vuela, vuela siempre como paloma, siempre en alto hasta que finalmente se para y descansa en Dios”.[5]

Pero la referencia más cercana al espíritu de Madre Cabrini es aquella de Isaías: “... cuantos esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, levantan las alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan” (Is 40,31). Casi del mismo modo se expresa Madre Cabrini cuando alude al “bello espectáculo de ver las almas que vuelan, vuelan con ansia siempre nueva sin cansarse”, porque “vuelan sobre la tierra sin entrometerse en los enredos de la misma”, porque están libres de tensiones inútiles y emplean las energías correctamente. Estas personas consiguen tener las alas del Amor que les hace volar sobre las miserias de la tierra:

“Amando fuerte y suavemente a mi Amado huiré siempre del mal y me elevaré sobre el fango y la miseria de la tierra sin darme cuenta de que paso por ellas, y siempre me encontraré en una vía luminosa de paz y de dulzura”.[6]


[1] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 341-342
[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 411
[3] Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. n. 848
[4] Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. n. 1029
[5] Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. n. 1192
[6] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 125


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jueves, 10 de octubre de 2019

"Liberaos y alzad el vuelo" (5ta Parte)






Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 2:
“Liberaos y alzad el vuelo”
En el misterio de Dios




Como dice San Pablo también Madre Cabrini invita a “caminar en el Señor Jesucristo... arraigados y edificados en Él” (Cfr. Col 2,6).

Es un camino de conversión que, en la experiencia mística de quien quiere entrar en el amor de Dios, necesita la purificación necesaria por la que se pierde interés por muchas cosas, por las cosas “de la tierra”: “si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Cfr. Col 3,1-2).

“Sea el alma fiel a las incesantes iniciativas del amor divino, sumergiéndose en Dios en el perfecto desasimiento de todo, y pronto no correrá, sino que volará, por el recto y seguro camino de esa perfección, que es alegría inefable para el alma que por él se adentra”.[1]

A este respecto se ve con claridad que, en el proyecto espiritual de Madre Cabrini, el desapego es imprescindible para “penetrar” en los misterios de Dios. Tal desapego ayuda a elevarse sobre otras miradas e intereses haciendo eficaz la acción misionera:

“Destacaos de todo y más de vosotras mismas, de vuestro modo de ver, de vuestras ideas, para poder ser dignas, en la verdadera humildad, de penetrar en los sublimes misterios del amor divino que ha llegado a sacrificarse de tal manera por nosotras. Elevaos al amor del Corazón de Jesús, quemaos por él y buscad la manera de que se inflamen también todos cuantos os rodean, entonces no llevaréis en vano el nombre de Misioneras de este Divino Corazón”.[2]

Sin embargo, aunque para Madre Cabrini la experiencia del “desapego” es radical, semejante a la noche de la que hablan los autores místicos, la connotación más expresiva de esta experiencia es el “volar” para hacer lo que Dios quiere, e incluso en sus visiones interiores, Madre Cabrini describe sus deseos de acercarse al misterio de Dios:

“Otra vez se vio como transportada por su Ángel custodio a un extenso campo de luz, desde donde se veían las puertas del cielo formadas por otras tantas luces resplandecientes, y entendió que, para acercarse a ellas, necesitaba volar sobre algunas nubes a una belleza extraordinaria sin pisar la tierra, que no se veía desde allí; y con tal visión quedó muy iluminada la mente de esta persona y comprendió que, para llegar a aquellas puertas bienaventuradas, era necesario desprenderse absolutamente de todo, purificar cada vez más los afectos del corazón y padecer voluntariamente, identificándose en todo a la santísima voluntad de Dios. Hubiera querido después explicar cuanto había visto, pero hubo de decir con Pablo: “Vi cosas que el ojo humano no vio nunca; entendí cosas que la mente humana no puede concebir”. Sólo decía sentirse dispuesta a cualquier sacrificio por amor a su amado Jesús”.[3]




[1] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 102 y también, La Stella del Mattino, pág. 110, n. 29
[2] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 693
[3] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 56-57, n. 14


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jueves, 3 de octubre de 2019

"Liberaos y alzad el vuelo" (4ta Parte)







Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 2:
“Liberaos y alzad el vuelo”
En el misterio de Dios





Los impedimentos son los gustos y los placeres inmoderados, las propias ideas cuando se convierten en ídolos, las ambiciones, el orgullo, que Madre Cabrini llama “la propia excelencia”, los proyectos propios cuando éstos son incompatibles con el proyecto de Dios, los afectos desordenados y todo cuanto nos hace egocentristas y narcisistas, impidiéndonos la apertura a los demás y al Otro. A pesar de que esto pueda parecer excesivo, trascender las mil tentaciones de las que son objeto nuestros sentimientos, para respirar el aire de Dios, sus criterios e intereses, es el ejercicio que nos habilita para el encuentro extraordinario con la santidad de Dios:

“Amando fuerte y suavemente a mi amado, huiré siempre del mal, es más, volaré sobre el barro y las miserias de la tierra sin darme cuenta de pasar por ellas y siempre me encontraré en un camino luminoso de paz y serenidad”.[1]

Y significa también someterse con amor a la ley de la disciplina interior:

“Mientras que el alma se mantiene unida a Dios mediante la observancia perfecta, permanece bajo el dominio de la gracia y la naturaleza no puede luchar contra ella, salvo cuando se aflojan los nudos de su consagración. Procuremos no ser indignas de los primeros cristianos, los cuales se sentían íntimamente persuadidos de que un cristiano tiene que ser una persona celestial, la cual no vive en la tierra sino por necesidad, siempre preparada a sacrificar bienes, amigos, parientes, patria, reputación y la vida misma, cuando los intereses de Dios y de la propia alma, lo requieren; no tiene que escuchar a seguir los movimientos de la naturaleza corrompida, sino abandonarse enteramente a la impresión de la gracia, dejándose conducir por el espíritu de Dios y regirse en todo por los principios sobrenaturales”.[2]



[1] Cfr. Pensamientos y Propósitos, pág. 125
[2] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 195


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