Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018
Capítulo 3:
"Suene, suene tu voz…":
En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús
En la escuela del Sagrado Corazón, Madre
Cabrini aprendió sobre todo la obediencia, y es en este contexto que desafía a
cada Misionera a tener el valor de hacer lo que Dios quiere. Tratándose de un
Voto que se pronuncia al inicio de la vida religiosa, se puede suponer que las
dificultades que de él se derivan son inherentes al tipo de misión a la que
cada misionera puede ser enviada. Madre Cabrini insiste sobre la adhesión a la
Voluntad de Dios y al desprendimiento de los propios esquemas y sobre todo al
amor por el Reino de Dios. Invita continuamente a la escucha del Corazón de
Jesús:
El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí
“Mirad,
hijas, nosotras tenemos que fijarnos siempre en Él y de Él esperar la consigna,
para correr a su señal en la dirección que su mente, iluminada por el divino
espíritu, le señala como aquella que más rápidamente alcanza la dilatación del
Reino de Dios sobre la tierra.”[1]
Este amor apasionado justifica las
dificultades y hace suave la obediencia:
“Suene,
suene tu voz, que yo entienda lo que Tú quieres de mí, que yo pueda encontrarte
siempre para amarte, te conozca para imitarte, te ame para poseerte, te posea
para gozarte. Tú quieres, mi Jesús, que yo te busque siempre con todo mi
afecto, quieres que te encuentre, que te conozca, que te ame, que te
glorifique, procurando con todas las fuerzas que de ti me vienen, servirte y
honrarte si es posible por todos. Sí, Bondad infinita, me hiciste Misionera de
tu Divino Corazón por pura misericordia, y yo lo debo hacer y lo haré mediante
tu ayuda, que nunca me falta. Suene tu voz y yo me lanzaré hasta los últimos
confines del mundo a hacer todo lo que Tú quieres, porque el sonido de tu voz
obra los prodigios más maravillosos. En tu nombre, Señor, y encerrada en tu
hermoso Corazón, yo lo puedo todo. Omnia possum in Eo qui me confortat.”[2]
La obediencia es una virtud estrechamente
relacionada con el amor y, fuera de esta relación, puede ser un problema
insoluble
En una carta escrita en 1907 sobre la
aprobación definitiva de las Reglas, Madre Cabrini resume los puntos esenciales
de la espiritualidad del Instituto y reserva a la obediencia una larga
reflexión:
“El
amor más puro ha inspirado el sacrificio de Jesús, y amor es lo que quiere de
la Misionera de su Divino Corazón, amor ardiente que no retroceda ante ningún
sacrificio, amor fuerte que la empuje a la destrucción de sí misma.
La
obediencia fue la virtud característica de Jesús y tiene que ser la de su
Misionera. Amor y obediencia enlazadas, juntas por el santo nudo de la bella y
querida sencillez, que trabaja sin creer que se sacrifica y no por esto se
siente sacrificada, y teniendo los ojos y el corazón fijos en Dios, se olvida
de sí, para no vivir más que en Dios y para Dios.
Hijas,
el amor de Jesús para con nosotras ha sido probado a costa del sacrificio de sí
mismo: -sea tal el nuestro- la voluntad de Jesús, o sea la santa obediencia y
la gloria de Dios sean en el móvil de cada una de nuestras acciones, el arma
potente con la que trabajamos para destruir nuestro amor propio y cuanto en
nosotras se opone a hacernos dignas de ser las consoladoras de su Divino
Corazón.”[3]
Y entonces el “espíritu” de
obediencia deriva del Amor aquel al que aluden Madre Cabrini:
“Los
nobles del mundo tienen sus escudos, en los cuales se recuerda su ilustre
pasado o algún hecho glorioso; yo quisiera que en el escudo de la Misionera del
Sagrado Corazón de Jesús estuvieran escritas claramente aquellas hermosas y
verdaderamente gloriosas palabras que Jesús decía de sí mismo: “Ego quae
placita sunt ei facio semper” (Hago siempre lo que le agrada a Él).
¡Obediencia, es una palabra revelada, es un rayo de luz viva que desciende
sobre nosotras del Padre de las luces; es una manifestación de su divina
voluntad! Dios hace lo que quiere de las almas obedientes: ellas son el gozo de
su Dulcísimo Corazón. A las almas obedientes Dios les comunica de buen grado
sus luces, las regala con sus dones y gracias; sobre ellas hace resplandecer
los rayos de su rostro y las hace completamente dichosas de su suerte.
Vosotras, hijas queridas, como Misioneras que sois, tenéis necesidad de haceros
idóneas para ganar almas al Corazón de Jesús; pues bien, procurad conseguir el
verdadero espíritu de obediencia, porque, por medio de tales almas, es como
Jesús cumple en la tierra sus sublimes designios y grandes obras. Él goza
estando con ellas y las guía con su sabiduría, las ilumina con su luz, las
conforta con su gracia y las hace administradoras de todos sus bienes. Sí,
hijas, quien es obediente a Jesús, consiguiendo su espíritu de obediencia,
logra que todas las criaturas le sean igualmente obedientes, para conducirlas
al Reino de Jesucristo.”[4]
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