Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018
Codogno 2018
Capítulo 4:
"Ardientemente, velozmente":
El ritmo del amor
“Correré por la senda
de tus mandamientos
cuando me ensanches el corazón”.
(Sal 118,32)
Escuchar la voz de Dios que habla al
corazón de cada persona que se deja formar y transformar por su gracia, por Los
criterios del Evangelio y la misión de Jesucristo, implica un compromiso
inmediato con el proyecto que Dios tiene: la salvación del mundo. De nada
serviría el amor, la dedicación y la búsqueda de su voluntad, si todo esto no
se convirtiera en servicio a Dios, en respuesta inmediata, gozosa y ferviente,
con el deseo de hacer posible el anuncio del Reino que, en primer lugar, tiene
que convertir el corazón para hacerlo apto al anuncio evangélico. Y esto, Madre
Cabrini lo quiere hacer “ardientemente, velozmente”.
En el salmo 118, 32, leemos: “Correré por
la senda de tus mandamientos, cuando ensanches mi corazón”. Ninguna frase mejor
que esta se adapta a la experiencia misionera de Santa Francisca Cabrini.
El “correr”, verbo de acción, es muy
apropiado al ritmo que ella tiene, al punto de hacerle decir:
“Con
tu gracia, amado Jesús, yo correré detrás de Ti hasta el fin de la carrera, y
esto para siempre. Ayúdame Jesús, porque yo quiero hacerlo ardientemente,
velozmente.”[1]
Esta carrera es la vida de la misionera
movida por la pasión del Reino de Dios, de la caridad que urge (cfr. 2Cor 5,14),
de la necesidad de llevar la luz y la paz a la oscuridad de los conflictos del
mundo.
“Lo
que podemos hacer hoy no lo dejemos para mañana. Para mañana Dios le ha
preparado otras gracias al alma fiel.”[2]
Pero es también la urgencia de acoger la
voluntad de Dios en la propia vida y de ejecutarla en seguida, con fervor:
“Haz
Jesús que yo corra veloz tras tus huellas sometida y seducida por tu amor. Las
grandezas y las riquezas de los inmensos mares desaparecen ante el profundo y
admirable misterio de tu amor.”[3]
Es la conciencia urgente del “tiempo que pasa”:
“La
vida es breve, unos días y nos hallaremos en el umbral dela eternidad; ¿cómo
quisiéramos entonces haber pasado los años de nuestra vida religiosa?”[4]
“… sed buenas, haceos santas a costa de
cualquier sacrificio, pero pronto, que el tiempo de vida es breve y en menos
que se piensa se va.”[5]
Por esto el tiempo, como el talento del
Evangelio (Mt 25,15), debe ser empleado sin demora “porque es una preciosa moneda”[6]. La misión de Madre Cabrini
se articula en esta triple dimensión: el Reino de Dios, el deseo de ejecutar su
voluntad y la importancia de utilizar bien el tiempo que Dios nos concede.
“Dulce
Jesús… ilumina mi mente, da luz a mi inteligencia; tu gracia me socorra, a fin
de que yo recorra alegremente los senderos de tus amables órdenes…”[7]
y añade hablando del alma religiosa que:
“para
esta bella alma consagrada a Dios, cualquier indicación de Jesús tiene una
importancia incalculable; ella no sólo ejecuta cuanto continuamente le manda,
sino que busca prever con júbilo sus deseos; tiene como alas en los pies para
volar donde la voluntad celestial la requiere…”[8]
Decía en su segundo viaje a Nueva York:
“Si
el Corazón de Jesús me diera los medios para construir un barco, fundaría
entonces sobre el mar la nave “Cristóforo” (portadora de Cristo) y recorrería
todos los mares con una comunidad, grande o pequeña, para ir llevando el nombre
de Jesucristo a todos los pueblos que todavía no le conocen o le han olvidado.”[9]
El deseo de llegar a todos los pueblos le
induce a soñar con poder construir un navío. Y respaldada por la bendición del
Santo Padre pudo decir:
“yo
corro confiada por todas partes, el temor nunca sorprende mi espíritu, por
difícil que encuentre el camino y por muchos obstáculos que se me pongan
delante.”[10]
Este es “el amor en efervescencia” que obra
en ella y que debe obrar en cada Misionera para gloria de Dios:
“Trabajad
con ardor, y el ferviente amor os hará actuar con fortaleza y esplendor… Y así
es precisamente como la Religiosa, sostenida y llevada por su Amado, hace a
cada hora obras grandes con una rapidez y facilidad admirables.”[11]
La gracia que llena el alma de su fuerza,
provoca primero el deseo de cumplir las órdenes divinas y después el impulso de
comunicar a otros la experiencia vivida:
“Un
ardiente deseo me lleva a volar con gran entusiasmo a la perfección de vuestra
ley…”[12]
por eso pide la gracia de poder hacerlo:
“Dilata,
Jesús amado, las fibras de mi ser, y haz que yo me pueda lanzar mejor hacia Ti,
haz que pueda trabajar mucho por Ti y que pueda conducir a muchas almas a tu Divino
Corazón.”[13]
E insiste:
“Deseo
conocer todos mis defectos y corregirlos, deseo vestirme de las bellas virtudes
religiosas, deseo recorrer tus admirables caminos. Tú, Jesús amado, eres como
un gigante que corre por el camino y yo quiero seguirte.”[14]
Pero:
“El
monte de la perfección está alto, pero se llega con buena voluntad y valentía; ¡qué
bella es la cima de aquel monte! Deprisa, deprisa para llegar.”[15]
[1] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 183
[2] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 107
[3] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 196
[4] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 101
[5] Cfr. Epistolario, Vol. 1°, Lett. n. 85
[6] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 69
[7] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 163
[8] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 163
[9] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 25
[10] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 366
[11] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 410-411
[12] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 129
[13] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 130
[14] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 124
[15] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 425
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