Gran misión de Buenos Aires
El 24 de octubre de
1959 toma posesión del Arzobispado de Buenos Aires el Cardenal Antonio
Caggiano. En el transcurso de ese acto, anunció la realización “de una empresa espiritual de vasto alcance,
con el fin de renovar la vida cristiana de la Arquidiócesis y, si fuera
posible, del Gran Buenos Aires”. Para que esto fuese posible, dijo, se
formaría una "legión de misioneros”.
Esta empresa espiritual abarcaría, además de la Capital Federal, las
Arquidiócesis de San Isidro, Morón, Lomas de Zamora y parte de la diócesis de
La Plata. El objetivo de la gran misión era "la
renovación de la vida cristiana y el mejoramiento espiritual de los católicos
porque de ello depende también, el bienestar de la Nación".
El destino eran ocho
millones de almas, especialmente niños sin bautizar, sin haber recibido los
sacramentos, personas enfermas y extranjeros.
La realidad mundial
estaba enrareciéndose con las ideas marxistas y la fe católica decaía. El gran
flujo de inmigrantes italianos, españoles, judíos y de muchas otras latitudes
hizo que tuvieran que hacinarse en conventillos superpoblados. Esta corriente
de personas que llegaban, en su mayoría, en condiciones más que paupérrimas, se
fue derivando en dos vertientes. Los que habían conseguido horas de trabajo que
rayaban en la explotación, se arrimaban a una clase social que no llegaba a ser
la media pero que, con todo el esfuerzo, habían conseguido una vivienda propia
o uno o dos cuartos en viviendas comunes (conventillos). La otra vertiente, que
por distintas razones no conseguía algún tipo de progreso, se alejaba del
centro urbano para ir a ocupar la periferia y formar lo que a mediados de los
años treinta, se empezó a conocer como "villas miserias" y más tarde,
como "barrios de emergencia”. Lo cierto fue que ante la carencia de una
ideología basada en elementos de carácter tradicional cristiano, comenzó a
expandirse de manera manifiesta el pensamiento de neta raíz marxista. Tal vez,
por temor, todo se exageró un poco, pero ese cúmulo de situaciones más cercanas
o más lejanas, crearon la necesidad de encarar una renovación en la
espiritualidad y en los fundamentos religiosos del pueblo que, por todo lo que
se ha enumerado, había sufrido un deterioro tanto en lo cualitativo como en lo
cuantitativo.
Se previó la
colaboración de dos mil quinientos misioneros, tanto del país como extranjeros,
sobre todo españoles y se abrieron dos mil centros misionales en un radio de
cuatro mil quinientos kilómetros cuadrados. En este ámbito se concentraba el
40% de la población del país. De esa población, el noventa por ciento se decía
católico pero gran parte, padecía una marcada ignorancia religiosa.
Las hermanas de
nuestro Instituto también fueron convocadas y recibieron como campo de misión
el barrio de Budge y La Salada. Ambas zonas eran paupérrimas, con viviendas más
que precarias, hechas de chapa y rezagos de plástico y enclavadas en medio de
calles que permanentemente, estaban llenas de barro.
La población de estos
barrios estaba compuesta por emigrantes en su mayoría latinoamericanos,
provenientes de Paraguay y Bolivia.
Las hermanas enviadas
emprendieron la misión con gran espíritu y entusiasmo y sin decaer ni un solo
instante, la llevaron adelante. La misión general había sido puesta bajo la
advocación de Nuestra Señora de Luján.
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