La Hermana Virginia era consciente de sus reacciones apasionadas y sabía también, que cuando daba rienda suelta a lo que le provocaba aquello que veía y sufría afuera, podía herir. Por eso, sus propósitos se centraban con frecuencia en ese aspecto. En julio de 1977 escribió en su libreta:
"Procuraré evitar en lo posible los gestos de mal modo o de impaciencia. Jesús, mi Maestro, que pueda darme cuenta para evitarlos".
Y más adelante:
"Siempre que sea lícito, de acuerdo al Evangelio,
procuraré callar evitando de este modo discusiones, impaciencias y ruptura de
la paz". "Repetiré muchas veces (de 10 a 20 veces), por la noche,
antes de acostarme y por la mañana, antes de levantarme: nada ni nadie podrá en
este día turbar mi calma y mi paz".
Pero sus convicciones eran inamovibles y su relación cotidiana con la miseria injusta que padecía su gente, la reafirmaban en la lógica a seguir:
"No avalemos las injusticias con nuestro silencio".
El 1 de enero de 1988 se proponía:
"Seré siempre sincera, no faltaré a la verdad con mis hermanas (...) Nunca dejaré de decir la verdad por faltar a la caridad. Se puede insertar la vedad con la caridad. La verdad que diga a mi hermana o a mi prójimo no debe ser como una bofetada, sino como una caricia. Seré, con la gracia de Dios, auténtica, sincera y leal con los que me rodean".
Pero, además:
"En este día de retiro prometo, con tu ayuda y
gracia, frenar gestos y palabras de impaciencia, imitando tu mansedumbre y tu
paciencia".
Y de su propio puño y
letra:
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