Para Virginia el tiempo era siempre escaso y el ocio o el descanso, una pérdida.
"Ya habrá tiempo de descansar en el Paraíso”.
Eso respondía siempre
que alguien le decía que la veía exhausta o que tenía que tomarse un tiempo de
reposo.
Y ya lo decía la Madre:
"Trabajemos hijas, trabajemos mucho que es una pena que haya una Misionera que ame el descanso aunque sea un poco. El lugar de descanso de la Misionera está reservado en el Paraíso, no en la tierra. Sería una desgracia que la Misionera se tomase un descanso en la tierra". (Carta 747, Bue nos Aires, 24/2/1896, pág.605, Tomo 2).
Al pie de las
responsabilidades asumidas, haciéndose cargo de cada detalle y conociendo a
cada persona, cada familia, cada necesidad, llegaba al barrio apenas empezado
el día. Sabía quiénes eran los padres que salían a trabajar y dejaban durmiendo
a sus hijos. Virginia entraba a las viviendas, los despertaba, incitaba a los
hermanos mayores a ocuparse de los más chicos y los esperaba en la escuela
controlando estrictamente la asistencia y recurriendo a una fuerte reprimenda
para con quienes no cumplieran.
No era distinta con
los adultos. Con los varones que bebían o eran golpeadores con sus hijos y con
las mujeres, se plantaba y los exhortaba imponiendo siempre respeto. ¡Gastar
dinero en bebidas cuando la casilla tiene piso de tierra y techo de cartón y
los chicos andan descalzos! Hacía falta mano fuerte, carácter inflexible y un
seguimiento estricto para que, aunque fuera lento el resultado, la misión
progresara, la gente fuera entendiendo que merecía una vida digna y de ejemplo
para los menores.
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