jueves, 4 de junio de 2020

"Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (2da parte)



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018




Capítulo 6:
“Todo lo puedo en Aquél que me conforta”:
Perderse para encontrarse en Dios




Reconociendo cómo la experiencia de la propia fragilidad puede desalentar a los jóvenes a la hora de decidirse a donar sus vidas a Dios, les dirige un llamamiento desde la nave que la conduce a Nueva York:

“Tal vez alguna dirá: pero yo soy débil, pobre, ignorante y no me atrevo a tal empresa.  No temáis nada y como ya os he dicho desconfiad de vosotras y confiad en Jesús. Omnia possum in Eo qui me confortat. Con Dios haré cosas grandes. Quien nos llama es aquél mismo Jesús que dijo: “Sed perfectos como perfecto es mi Padre”. Y ¿cómo llegar a tal perfección? Con la gracia de Aquél que se digna imponérnosla. Con Dios se puede todo, y cuando la virgen es humilde, desconfía de sí y se confía por entero a Jesucristo, se hace poderosa y puede a cada instante repetir: Con Dios llevaré a cabo cosas grandes”.[1]

La confianza da también el valor de asumir la propia responsabilidad, de arriesgarse a fracasar, de pedirse a sí misma impulsos de creatividad, iniciativas, soluciones. Madre Cabrini atribuye esta valentía a la acción vigorosa del Espíritu Santo del que fue muy devota:

“El Espíritu Santo es un sol cuya luz se refleja en las almas justas, es un océano sin fondo y sin orillas, cuyas aguas son hermosas, brillantes, cristalinas, vitales, se difunden continuamente, abundantemente, en las almas que por su parte no ponen obstáculos, ni se oponen al Espíritu Paráclito. Las almas justas que viven en estas aguas saludables, siempre están alegres, joviales, seguras, pacíficas, llenas de confianza y de gran fe en Dios; no temen nada, todo lo emprenden con gran valor y sus empresas siempre son fecundas. Ellas son verdaderos cielos animados por Dios que relatan, con el ejercicio de sus virtudes y obras, las maravillas del Señor; ellas son el resplandor de la Iglesia, el honor de la humanidad, el aroma de Jesucristo, y forman las delicias de su Corazón Divino”.[2]



[1] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 160-161
[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 237-238

El capítulo completo lo encuentran en la carpeta "Material" o haciendo clic aquí.



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