Capítulo 7:
En las reglas del Instituto están
sintetizadas las virtudes que motivan el amor a Dios, a la propia vocación, al
Reino, a los propios votos, pero también al propio deber, al respeto a los demás,
a una disciplina comprometida y sostenida por la virtud de la fortaleza. A esta
virtud Madre Cabrini dedica muchas recomendaciones, porque ésta no es sólo una
cualidad natural que se adquiere con la buena voluntad, sino que es un don
procede del Espíritu Santo.
En una de sus “strenne” que están llenas de exhortaciones similares dice:
“Las ramas robustas significaban la robustez y el impulso de la Misionera poseída del Espíritu Santo, la cual produce continuos frutos de perfección y de verdadera gloria de Dios.”[1]
Ya había dicho que…
“el amor ferviente hará actuar con fortaleza y esplendor.”[2]
La santidad como aspiración constante, como una experiencia de fe que crece en el amor, como un encuentro con Dios y en la esperanza de que sus promesas se harán realidad, es el objetivo principal que la Madre Cabrini puso al comienzo de las Reglas escritas en 1883:
“El
amabilísimo Corazón de Jesús con el fuego de su ardiente caridad, inflame las
almas de estas Vírgenes que se unen en Sociedad para atender el doble fin del
Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús: el de perfeccionar
sus almas con las virtudes evangélicas y el de procurar la salvación del mayor
número de almas… María Santísima bajo el título de las Gracias, bendiga,
socorra y guíe con su maternal afecto esta Sociedad e incremente en cada obra
que tiende a la mejora espiritual, el bien de la Santa Iglesia y la gloria de
Dios.”[3]
[1] Cfr. La Stella del Mattino, pág. 77
[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 410
[3] Cfr. Prime Regole 1883
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