Capítulo 7:
A las religiosas de Roma que tomarían parte en la coronación de la Inmaculada, escribe:
“Felices vosotras que podéis participar personalmente en la coronación de la Inmaculada. ¡Qué bonito estímulo para animaros a la santidad! Orad por mí y por todas vuestras Hermanas en las misiones, para que todas nos podamos sentir animadas de los mismos sentimientos e imitar a nuestra dulce Madre a costa de cualquier sacrificio. ¡Qué felicidad trabajar de ahora en adelante como María Inmaculada, pensar como ella y amar a Jesús con puro y ardiente amor en compañía de nuestra querida y celestial Madre![1]
Madre Cabrini no pierde ocasión de referirse a María Santísima como nuestro modelo y el canal de la gracia:
“Preparad bien vuestro corazón para recibir a Jesús Niño en vuestras almas y preparaos de tal modo que pueda aportar a la Casa Madre y a todo el Instituto las más electas gracias de santificación. Si queréis prepararos bien uníos a María Santísima meditando a menudo y profundamente sus virtudes mediante las cuales supo atraer del cielo a la tierra a nuestro amado Esposo. Mirad su humildad mientras se declara sierva cuando el ángel la preconiza Madre de Dios. Mirad su resignación a los deseos del Altísimo cuando dice “Fiat”, con el “Fiat” se sometía a aquella serie de penas que en su vida encontraría para cumplir una obra tan grande. Mirad su caridad cuando a todos se sometió por el gran amor que tenía a Dios y a todos los pecadores, especialmente por aquellas, sus pobres hijas que un día aspirarían, correspondiendo a la gracia de la vocación, a ser Misioneras del Corazón de su amado Hijo y Dios. ¡Hijas, qué bien nos enseña María a disponer nuestro corazón! ¿Tenemos nosotras esas tres sublimes virtudes que Jesús quiere de cada una de nosotras, en la medida de las santas inspiraciones y llamadas internas?”[2]
Y recuerda:
“Recordad,
hijas queridas, que no basta con habitar en la tierra santa para que se os
pueda llamar santas, es necesario vivir como santas, según la observancia, y en
el ejercicio de todas las virtudes. Ciertamente que no puede decirse santa
quien pertenece a la familia de los santos, sino sólo a quien camina sobre las
huellas de los santos. Es nuestro divino Maestro y Esposo quien nos dice: “No
todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que
haga la voluntad de mi Padre celestial” ¿y cuál es la voluntad del Padre sobre
mí? Que se cumplan sus deseos, expresados en las santas Reglas, en los votos y
en las demás obligaciones propias de nuestro Instituto. Si queréis haceros
santas, hijas queridas, tenéis que estimar mucho las santas Reglas y considerar
la observancia de las mismas como precio de vuestra eterna predestinación. Sed
vírgenes prudentes, y mantened siempre encendida la lámpara de la fe,
correspondiendo a las leyes que habéis profesado. Sed fieles, observantes,
tanto en lo mucho como en lo poco, mientras el querido Jesús os prepara incalculables
bienes.”[3]
[1] Cfr. Epistolario, Vol 4°, Lett. n. 1443
[2] Cfr. Epistolario, Vol 1°, Lett. n. 294
[3] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 485-486
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