Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo
Codogno 2018
Capítulo 14:
Una espiritualidad eclesial para Laicos
Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini
En 1996 Juan Pablo II, después de una
compleja elaboración de los diversos componentes de la Vida Consagrada y de los
Institutos Seculares, y la contribución de muchas partes del mundo católico,
publicaba la Exhortación Apostólica Vita
Consecrata.
La exhortación, rica de contenidos teológicos, bíblicos y espirituales, abría espacios interesantes para el futuro de la vida religiosa en la comprensión de los difíciles momentos que toda la Iglesia estaba atravesando. Sin dejar los valores fundamentales que caracterizan la vida religiosa, la exhortación destacaba lo que luego hizo escuela: la fidelidad creativa al carisma fundacional:
“Se invita a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial.”[1]
Las Misioneras del Sagrado Corazón de
Jesús, desde la fundación, también con los límites de la mentalidad del siglo
XIX, tuvieron que adaptar su misión a las diferentes circunstancias que los
acontecimientos históricos provocaban; de modo que incluso Madre Cabrini se
convenció de abrir hospitales para los emigrantes italianos, mientras que al
principio se había ocupado sobre todo de la educación y la pastoral. Más tarde,
las guerras europeas, las inundaciones y los terremotos en América Latina, las
leyes y las convulsiones políticas en las diferentes zonas misioneras,
demandaban cambios misioneros, y las mismas dificultades de la Iglesia
permitieron que las Misioneras se ocuparan de otras formas de evangelización,
como demuestran los orfanatos para niños irlandeses en Argentina, la acogida de
los huérfanos españoles en Inglaterra, los ambulatorios en los campos de
Nicaragua y Guatemala, y más recientemente, las comunidades insertas en América
Latina.
Pero lo que siempre ha caracterizado a la misión cabriniana ha sido la colaboración con los laicos de toda condición para realizar las obras o actividades que no podían llevarse a cabo sólo por las Hermanas. Esta colaboración era intensa sobre todo en el quehacer misionero, aunque el tiempo ha demostrado que los laicos colaboradores también han ido asumiendo el espíritu, o sea, el estilo apostólico de las Hermanas Misioneras. Así, cuando la necesidad se hizo más apremiante, también desde el punto de vista histórico y por la rápida disminución de las vocaciones religiosas, casi de forma natural, los laicos pasaron a formar parte de la misión Cabriniana, anticipándose a cuanto Juan Pablo II ha escrito en la misma Exhortación Apostólica:
“Debido
a las nuevas situaciones, no pocos Institutos han llegado a la convicción de
que su carisma puede ser compartido con los laicos. Estos son invitados por
tanto a participar de manera más intensa en la espiritualidad y en la misión
del Instituto mismo…”[2]
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