Capítulo 5:
El "celo devorador":
Todo a la Mayor Gloria del Corazón SS. de Jesús
“Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, único
Dios verdadero,
y a tu enviado Jesucristo.
Yo te he glorificado en la
tierra,
llevando a cabo la obra que
me encomendaste”.
(Jn 17,3-4)
Como se ha reiterado tantas veces, en la
enseñanza de Madre Cabrini no hay lugar para las cosas abstractas, para las
palabras sin hechos, para las discusiones estériles y sin efectos. El fin de
cada pensamiento y de cada sentimiento tenía que ser el celo por la salvación
de las almas:
“El
celo por la salvación de las almas debe llenar totalmente mi corazón como
Salesiana Misionera del Sagrado Corazón de Jesús.”[1]
Tampoco hay lugar para una santidad etérea,
hecha de aspiraciones engañosas o de sueños heroicos, cuando no se es capaz de
aceptar la voluntad de Dios, siempre, en lo cotidiano, en la aceptación madura
del trabajo diario.
“No
importa hacer cosas grandes y excepcionales, sino que todo consiste en hacer
bien lo que Jesús quiere de nosotras, en el modo en que lo quiere y en las
circunstancias que Él quiere.”[2]
E incluso una atención obsesiva a la propia
perfección, con la mejor voluntad de agradar a Dios, es algo que vale la pena,
pero sólo si va acompañado de lo que ella llama
“celo
devorador para la Mayor Gloria de Dios y para la salvación de las almas.”[3]
Este celo devorador acompañó siempre la
obra cabriniana y el compromiso de sus Hijas. Las Religiosas, especialmente la
primera generación y parte de la segunda, tenían tan claro este objetivo, que no
había ocasión que no sirviera para este propósito. Siguiendo las enseñanzas de
Madre Cabrini, las Misioneras maduraron en gran profundidad espiritual, con
fuertes virtudes cristianas y heroica capacidad de ofrecerse a sí mismas para
la salvación de las almas. Madre Cabrini conocía las necesidades de la Iglesia
de su tiempo y quería ayudar con sus pocas fuerzas:
“Su
santidad León XIII, mirando desde lo alto de su trono a la cristiandad, las
llagas que la afligen, los males que deben eliminarse y el bien que se debe
promover, no ha encontrado nada mejor que confiar el mundo al Corazón de Jesús
con solemne consagración, a aquel Corazón Divino, llama del amor ardiente,
víctima de expiación por nuestros pecados y cuya ofrenda no puede dejar de ser
bienvenida en el cielo, mientras el mismo Padre eterno ha declarado hallar en
Él sus complacencias.
Misioneras
del Corazón de Jesús, responded al grito que ha salido del Vaticano y vibra a
través de los espacios en los más remotos territorios, grito al que no hay corazón
que no haya respondido. El mundo consagrado al Corazón de Jesús ¡quién sabe
cuántas gracias lloverán sobre él! Secundad el impulso que el Vicario de Cristo
os ha dado. Generosas, ardientes de caridad, disponeos a llevar, como lo habéis
prometido en vuestra consagración, el conocimiento del Corazón de Jesús hasta
los últimos confines de la tierra y a llamar afortunado a aquel día en que se
os dará sufrir mucho por una causa santa. Buscad nuevas reclutas para vuestras
filas, pero que sean almas generosas que se midan por la generosidad del
Corazón de Jesús, el cual como buen capitán, las conducirá por caminos
empinados y abruptos, frecuentemente les dará ocasión de combatir y, en la
posesión de su Reino gozoso que es el reino de paz y alegría, les dará a gustar
un sabor dulce como lo es el señor para aquellos que le han amado y servido.”[4]
[1] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 69
[2] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 190
[3] Cfr. Pensamientos y propósitos, pág. 160
[4] Cfr. Epistolario, Vol 3°, Lett. n. 987
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