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El origen de la Casa del Niño fue una
inundación. El deslave se llevó la vivienda de una familia y el padre Aguilera
acogió a los chicos en la casa parroquial. Con el tiempo, fueron llegando otros
y más tarde, otros más. Las personas de la comisión parroquial, al ver que la
cantidad se incrementaba, convocaron a mujeres y profesionales y así nació la
Casa del Niño. Al comienzo, se albergaron chicos sin discapacidades.
Empezaron a llegar criaturas con discapacidades mentales más que físicas. Algunos habían sufrido mucha violencia intrafamiliar.
Los más desatendidos eran los más
grandes. Había más o menos treinta, de los cuales seis eran discapacitados.
Iban a una escuela especial donde practicaban actividades que ellos podían
desarrollar. La casa se fue agrandando por partes. Cuando yo llegué eran ciento
treinta y con el tiempo, teníamos trescientos. Yo viví un año arriba y estaba
con todos. Después, viendo que los mayores no tenían buena contención, nadie
les preparaba la comida de la noche ni se ocupaban bien de la ropa, hablé con
el padre Aguilera y le dije que ya comprendía de qué se trataba el trabajo, y
que como los más grandes no tenían una persona permanente, podía hacerme cargo
de una de las casitas. Me dio una casa y me puso a cargo de más de veinte
chicos. Todos varones. Teníamos tres cuartos con cuchetas para ellos y una
piecita para mí. Una señora venía durante el día y a la noche, yo les cocinaba.
Muchas veces, no tenía que darles para comer. Hubo épocas muy difíciles. Le
pedí a la Provincial que lo que percibía de jubilación me lo diera a mí y con eso
compraba panes, fiambre y les hacía mate cocido y un sándwich a cada uno y así
fuimos adelante. Los organicé para que los que estaban mejor se ocuparan de la
limpieza, de lavar los platos y les fui dando responsabilidades. No fue fácil.
No estaban acostumbrados y cuando empecé a distribuirles los trabajos, lo
tomaban en broma y se burlaban. Finalmente llegamos. Terminaron las vacaciones.
Muchos de ellos no tenían documento de identidad y empecé a ocuparme de eso.
Algunos no quisieron empezar el secundario. Decidí que fueran a la escuela
técnica. En dos años ya serían capaces de hacer trabajos de carpintería,
plomería y otras tareas manuales. Costó mucho, pero conseguí que todos hicieran
algo. En la escuela a la que iban había huertas que proveían lo que almorzaban.
Fui haciendo averiguaciones y descubrí que algunos tenían familia. No entendía
por qué, siendo así, ellos estaban en la Casa del Niño. Empecé un trabajo para
conectarlos con sus familias. Muchos de ellos no quisieron restablecer el vínculo.
Había verdaderos dramas. Para hacer las cosas bien, había que arreglar la
cuestión legal. Al no tener familia o haber sido abandonados, tenían que estar
bajo juez. Ahí empezó el trabajo de ir a los tribunales y hablar con los
jueces".
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