lunes, 26 de septiembre de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 16


IMAGEN DE UN ALMA (13ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y
publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

Dios no era sólo su partida y su llegada: Dios era su vida. ¡Cuántas partidas conoció de los puertos terrenales, de las estaciones humosas! Y ¡cuántas llegadas! En plena infatuación del progreso, mientras se entonaban himnos a Satanás y cantos de victoria al vapor de una locomotora y un transatlántico, esta mujer no se dejó dominar nunca por semejantes exaltaciones. Se servía de todo, pero no paraba su mirada, y menos aún su corazón, en nada, con el resultado de que nunca rompía su consigna de silenciosa adoración a Dios siempre presente.
Dios era su mar y su nave, su viento y su vela, su mástil y su remo. La llevaba Dios.
Su faz –siempre, pero más en sus últimos años– transparentaba y como traslucía una jovialidad siempre igual, más intensa y descubierta en la oración, velada y opaca en su acción. Nuestra carne poco puede reflejar el alma, y aún menos a Dios; sólo nos da unos indicios: es pesada, es segura, es infranqueable y no transmutable. Sólo más allá de la muerte y más allá del Juicio adquirirá también ella las dotes del espíritu por una prodigiosa intervención divina. Pero en la Beata Cabrini no llamaba ni atraía la atención la persona física, sino más bien la luz que en ella se reflejaba y reverberaba, una luz no hecha como ésta nuestra luz, tal vez igual de bella, pero tan mudable, oblicua, ambigua; una luz que sus hijas y cuantos la trataron entreveían más que veían, mas una luz real, a menudo insostenible.
Esta luz nacía de su absoluta confianza en Dios. Estaba próxima a Él, y no temblaba más que del propio pecado.
No se mostró ansiosa ni perpleja por el éxito de sus empresas, y no sintió ningún terror por la falta de éxito. No se atemorizó ante ninguna fuerza adversa. En su avanzar había un hálito del ímpetu de Pablo y de Francisco Javier. Ni tierras nuevas ni violencias la detuvieron ni la asustaron. En las dificultades se concentraba y tendía a superarlas, pero no lloriqueaba ni cedía. “Dificultades, dificultades. ¡Bromas de chiquillos”, esto escribía a sus hijas, temerosas por ella[1].
* * *


[1] Ibíd., pág. 254.

lunes, 19 de septiembre de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 15


IMAGEN DE UN ALMA (12ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

Si no hablaba de la alegría de su amor, todavía menos de los sufrimientos de su amor. Quien ama sabe que en sus cuatro quintas partes el amor es sufrimiento presente, pero la otra quinta parte es esperanza de alegría, y la esperanza ya es gloria. No es fácil dar cuenta de los sufrimientos encontrados en el camino de su amor y de su acción: los escondió y cubrió asiduamente con su asidua sonrisa. Quien estuvo cerca de ella no la vio nunca impacientarse, pero casi siempre la vio padecer. Los padecimientos de San Pablo y de San Francisco Javier: el extremo de la fuerza, pedido al cuerpo; el alma abrasada por el ardor y no obstante exacta en la acción; mil pensamientos, mil terrores, siempre en peligro por todas partes, siempre para gastarse sin límites, siempre para dolerse de que todavía no bastaba.
Si ésta era su alma, ésta quería que fuese el alma de sus hijas. En ellas educaba todo, pero en especial la voluntad. Las tomaba como eran, las hacía como quería. Apenas habían pisado el umbral de su casa, pidiéndole convertirse en sus hijas, las acogía con una dulzura severa. Poco después, lenta, pero progresivamente, las sometía a una disciplina de voluntaria entrega al Señor, que las despojaba y vaciaba de todo ánimo y semblante terrenal, las rehacía de nuevo. De la antigua jovencita, de la mujer toda ímpetus y giros personales, toda expresiones e impresiones efímeras, no quedaba más que la sombra de la nueva criatura, y no tenía que quedar más que la sombra indestructible. La oración oral y mental (tuvo una inmensa estima a la meditación); la obediencia de todas las horas y de todos los afectos; la energía en el trabajo, cualquiera que fuese, con tal de querido por Dios, acababan por enervar a la criatura natural y por desautorizarla, para dar fuerza a la criatura sobrenatural y hacerla predominante.
Esta actitud, asumida en su interior, la adoptó también en el gobierno y en la guía de sus hijas; fue una solicitud de capitán[1].

Se percataba con una milagrosa perspicacia de las bobas vanidades sensibles, de las astenias y atonías de la voluntad, de los atascos de los sentimientos, toda llena de una gloriosa alegría, con una robusta gracia. El suyo era un espíritu de actividad. Algo como un vuelo animaba sus acciones; un vuelo silencioso, como todos los vuelos altos, pero veloz y a larguísimas distancias. “Desasíos y poneos las alas”[2]: esta frase, tal vez la más grande de las suyas, compendia su doctrina. Desasirse, intrépidamente, de todo lo que no es Dios, y ponerse las alas.
Una inquietud sobrenatural, una voluntad hecha de divino amor, no son todavía toda la Madre Cabrini. Dios le concedió –regalo nupcial del amor– una confianza en El, más allá de todo límite.
Se movía de una punta a otra de la tierra, quería como sabe querer quien sabe que es Dios quien quiere, pero ni en su persona ni en su rostro había nada de afanoso, nada de inestable, nada de duro y cortante. Parecía el retrato de la paz, toda recogida y quieta en una dulzura ultramundana y sobrehumana.
Hacía lo factible, y sabía que había hecho bien poco: si hacía algo, Dios lo hacía. Ella, como solía decir, era espectadora; una pobre, lenta, miope espectadora. Estas no eran frases hechas, modestia formularia: eran su exacta persuasión.
* * *

[1] De tanta resolución daba ejemplo ella misma. Se narra en la biografía citada: “En junio de 1892, la Misión de Nueva Orleans se encontraba en gran estrechez. La Madre llamó a una Hermana y le dijo que saldría con ella para la cuestación. Aquella hija suya le suplicó que renunciase a tal propósito y le hizo considerar cómo sufriría su salud con aquel calor sofocante. –No, hija, voy yo también –respondió la Madre– ¿Sabes?, siento un poco de repugnancia de este oficio y quiero vencerla; no quiero que mis hijas hagan lo que no hace su Madre. Salió, en efecto, y el Señor bendijo ampliamente su sacrificio” (págs. 291-292).
[2] Tra un’onda e l’altra, o. c., pág. 22.

lunes, 12 de septiembre de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 14


IMAGEN DE UN ALMA (11ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

Otra insidia contra la voluntad puede nacer del desarreglo de la inteligencia. La curiosidad intelectual no guiada es como la voracidad en la alimentación: no nutre, sino que ofende a la inteligencia, quiere su cerca y su pudor, como un cuerpo, como un poder.
Fue tan trabajadora y tan diestra la Beata Cabrini en privar a la voluntad de cualquier pretexto de desviarse de Dios, que jamás permitió demorarse en la oración como en un ocio, en un reposo, en una pausa, en un sueño. Que la oración no sea un estanque quieto, sino un manantial continuo. ¡Cuántas veces sucede, si no sabe uno defenderse, que las aguas que no se han sabido dirigir y encaminar al bien refluyen y se estancan, por así decir, en la oración! A la oración van a acabar reproches no asimilados, melancolías no ahuyentadas, complacencias no cortadas, sentimientos no confesados. La oración se convierte en ángulo de cita de todos los afectos contrariados de nuestro corazón. Pero eso no es la oración: es la hora de la oración, rendida a la reunión de todas las ingeniosidades, morosidades y debilidades del corazón. Parece que se ora, pero en realidad se rumian resentimientos o afectos. Parece ardor de amor a Dios lo que es algo muy diverso: ardor de la ira, del amor propio, de la simpatía, de la amistad, tal vez incluso de un inicio de pasión. La Beata Cabrini quiso que la plegaria fuese plegaria: meditación, si es meditación; conversación con Dios, si es conversación con Dios. La forma en que ella oraba y enseñó a orar a sus hijas era cosa limpísima, tersa, nítida. Su oración desemponzoñaba el organismo del ánimo, no lo congestionaba; elevaba, no apesadumbraba; lo obtenía de sí, no lo imprimía en la mente. Y ninguna glotonería de favores espirituales, ningún ansia de quién sabe qué misticismo, ninguna manía, ningún desvarío.
Tan obediente, tan unida, tan limpia, la voluntad puede tender a su Bien, a Dios. Puede amar. No otra cosa, sino este amor de Dios, era su alma. Amor de todas las horas, de todas las acciones, de todos los pensamientos, de todos los afectos. Oraba y amaba. Trabajaba y amaba. Viajaba y amaba. Hablaba y amaba. Sonreía y amaba. No la vieron nunca sus hijas sin ver al Dios amado. Si Dios es amor, la Beata se convirtió, a su vez, en amor.
Pero de este amor, como ocurre cuando el amor es grande verdadero, mantuvo la Madre un pudor celosísimo. No conseguimos imaginárnosla hablando de él. Hablaba de Dios, no de su amor por El: esto le parecía debilísimo, indigno. Servía a Dios, pero no ponía el acento en su servicio. Le parecía ser una sirvienta inútil y dañosa. Hacer todo, pero pensar que no se ha hecho nada para lo que Dios se merece: he aquí su constante sentimiento. Y ¡ay de quien hubiese querido detenerse un instante en su persona y no en Dios! Omnia in ómnibus era Dios para ella. Detestaba, por tanto, lánguidos abandonos llamativos en este amor. Ya hemos visto que guardó secretísimamente en su corazón su ternura divina.
Aquí, en la tierra, necesitaba no gozar de Dios, sino padecerlo. En la tierra, Cristo se sumergió en la cruz por Sí mismo y por cuantos con El quieran ser crucificados a mayor gloria de Dios y salud del alma. Para la Beata Cabrini, el amor tenía que ser y era el arco tenso con el que se dispara la acción. Actuar y padecer: he aquí por qué caminos y de qué modo podía amar.

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lunes, 5 de septiembre de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 13


IMAGEN DE UN ALMA (10ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

Obediente a Dios, concorde con muchas otras, la voluntad de la Madre Cabrini se educó a través de toda una formación de naturaleza particular. Quiso, para sí y para sus hijas, un severísimo desapego de todo lo que constituye el vano espectáculo del mundo. Todo lo que en el mundo pudiese dar testimonio de Dios y ayudar el alma hacia Dios, bien venido. Pero el mundo se convierte bastante a menudo en un facilísimo cómplice de rebelión contra Dios; por lo menos, de olvido; cooperan con él la carne o la soberbia. Mejor y más seguro es ignorarlo.
Separó, pues, su voluntad de la fascinación de los sentidos. Pero la liberó también de los más íntimos y tremendos lazos de los sentimientos. Esa vida oscura o a media luz de nuestros sentimientos, que se esconde en nosotros, súbita, intrincada, potentísima, logró dominarla en sí misma y la quería dominada en sus hijas. No estudiada, que es tarea de moralistas y artistas, y tampoco erradicada, que sería culpa y es imposible, pero sí dominada. El corazón de la mujer, más sujeto a la enfermedad de los sentimientos, es más capaz, si quiere, de dominar y sanar éstos. No toleraba ninguna capitulación ante este otro mundo secreto, pero vivísimo, que hay en nosotros y que a veces nos seduce más que el mundo exterior. Fuera blandas extravagancias, fuera pesadas tristezas, fuera complacencias sentimentales, bastante más graves que las complacencias sensibles. Fuera las nostalgias, las vueltas sobre sí mismo, las indagaciones sobre sí mismo. Fuera, incluso en la plegaria y la mortificación, esas mórbidas ternuras que nos hacen tan amables a nosotros mismos, tan dignos de admiración y de solemne piedad. Innumerables pasajes de sus escritos y actos de su vida nos hablan de la prontitud con que la Beata cortaba de inmediato, en su primer palpitar en el exterior, estos estados de ánimo hechos de meros sentimientos. Una Hermana a la que llevó consigo a América, al saludar a los suyos en el puerto, les explicaba de qué buen grado hacía el sacrificio de la partida. La Beata la oyó y la interrumpió: “Quédate, hijita, quédate. Dios no quiere que lleves contigo sacrificios tan graves”[1]. Y la hizo quedarse. La sola sombra en su incauta Hermana de un sentimiento que la impulsaba a tenerse por sacrificada le pareció indigna de Cristo, que hace y no echa en cara.
Por este lado, si fuera posible estudiarla como es debido, la fuerza de la Beata Cabrini tal vez se nos aparecería como fría a nuestro común sentir. Pero gran parte de la crucifixión cristiana, necesaria a un cristiano si quiere santificarse, está aquí, y la Beata Cabrini no pretendía hacer zalamerías o retórica espiritual en el gobierno y el dominio de los sentimientos. Las hijas suyas que la conocieron hablan de con qué resolución y exactitud les sorprendía en una pequeña debilidad de este género y cómo la cortaba inexorablemente, incluso duramente.
La Beata sabía que los sentimientos son una fuerza, una dulce fuerza, a veces infinitamente poderosa, pero tienen que servir y no tiranizar el alma, y jamás, en ningún caso, deben alzar la voz.
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[1] De testimonios orales.

lunes, 29 de agosto de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 12


IMAGEN DE UN ALMA (9ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

Pocas almas en el mundo contemporáneo, absolutamente dominado por la velocidad mecánica, sintieron como la Beata la velocidad de Dios en las almas y en el mundo de la salvación; pocas padecieron lo mismo que ella esta fuga de nuestra vida y el rayo de la acción divina en nosotros.
El primer componente de la fuerza que fue la Madre es su divina inquietud, su perpetuo vivir sin sueño, ni cansancio, ni muerte.
Inquietud que no fue descontento, afán de aventuras, inspiración fantástica, sino meditada voluntad. Sometió su instinto natural a su voluntad, convertida en sobrenatural y concorde colaboradora de Dios.
Es su voluntad lo que preside su movimiento. La diferencia entre el hombre natural y el hombre sobrenatural está en que uno sigue la pendiente de sus instintos, y a éstos somete su voluntad, y el otro sube y remonta esta pendiente y los esclaviza a la voluntad, hecha régimen del hombre.
Conocemos por la historia a hombres de una voluntad formidable, pero que hicieron servir la voluntad a una pasión. La misma pasión agrandaba la voluntad, la quería fuerte. En los santos, la voluntad no es de la carne, y sólo es de Dios.
La voluntad de la Beata Cabrini merecería ser estudiada aparte. ¡Cuántos testimonios y pruebas tenemos de cómo sabía hacer de su fuerza un componente admirable, mejor, la soberana dirigente!
Para que su voluntad no se dispersase, la educó para obedecer. No hay ancla más firme que la que agarra a lo divino en el móvil mar de lo humano. La obediencia es esta ancla. Sin la obediencia, a un alma no le es posible ni el movimiento.
“¡Obediencia!, ¡oh, cara palabra!... ¡Obediencia!, palabra revelada, rayo de viva luz que desciende sobre nosotros desde el Padre de las luces, manifestación de la Divina voluntad por medio de sus representantes en la tierra. Quien sabe hacer la voluntad de Dios siente gran paz, gusta de un Paraíso anticipado en la propia alma”[1].
Ya de jovencísima, se hizo conducir sólo por la obediencia. En su labor fundacional, fundó la Congregación obedeciendo a su obispo. Como misionera, con una palabra del Papa cambió de rumbo, no dirigiéndose ya a China, sino hacia los Estados Unidos. Sus decisiones obedecían a su vocación, a la Iglesia, a Dios. Como superiora general de la Congregación, todas sus órdenes eran otras tantas obediencias al espíritu de la Congregación y de la Iglesia.
La obediencia ajustó y consolidó su voluntad. Pero a menudo, las voluntades fuertes se vuelven solitarias, autoritarias, arbitrarias, desdeñan de la compañía. La Madre Cabrini no quería su gloria, sino la de Dios. Comprendió que por sí sola habría realizado bien poco. Para que su voluntad no se empobreciese y no se volviese mezquina, creó el Instituto, aunó muchas otras voluntades educadas como la suya. Se rodeó, por así decir, de tantas madres Cabrinis como hijas. Este haz de voluntades concordes, dirigidas al mismo blanco, no habría sido fácil desatarlo, ni siquiera con su muerte. Más allá de la muerte estaría vivo, tal vez aún más vivo.
* * *


[1] Tra un’onda e l’altra, pág. 272.

lunes, 22 de agosto de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 11


IMAGEN DE UN ALMA (8ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

La Beata Cabrini fue digna hija de su pueblo. Por los efectos se ve, sin embargo, que su inquietud fue otra cosa, que no era como la de sus paisanos. Su inquietud era análoga a la de Jesús en su vida pública. Jesús no tuvo casa. La Beata Cabrini no estuvo jamás en ninguna casa como si fuese a quedarse. Estaba siempre de paso, fuese donde fuese: que cada uno considere lo que trasluce ese sentimiento. “Cuando estudiaba de niña la geografía, que, junto con la historia, me gustaba más que cualquier otra materia…”[1]; cuando estudiaba geografía e historia, le gustaban: un día recorrería el mundo y ningún lugar le gustaría por más tiempo que el instante en que lo veía. Para ella, como para San Pablo, no pasaba solamente el tiempo, sino que transit figura juius mundi.
Caminó hasta la muerte y murió en una casa en la que estaba de paso. Así, de improviso, sin grandes preparativos ni siquiera para esta última partida: “El Sagrado Corazón se da tanta prisa en hacer las cosas que no consigo seguirle”[2]. ¡Y quería construir, para llevarla ella, la nave “Cristóforo”!
Escribió a sus hijas: “¡Vamos, adelante todas, por caridad!, porque la vida es muy breve y si no nos damos prisa al final no encontraremos nada… ¡Aprisa, aprisa y alegremente, hijas mías!”[3]. Más: “Tendremos que correr todos para iluminar a las almas que no conocen a Jesucristo: si no lo podemos hacer porque no tenemos todavía las alas de la firme virtud, oremos, al menos, ¡suframos!”[4]. El tema de las alas y del vuelo es frecuentísimo en la Beata: aquí vemos qué es lo que entendía por alas. Más: “Es demasiado pequeño el mundo para que tengamos que limitarnos a un solo punto: yo querría abrazarlo todo y llegar a todas partes”[5]. En una carta escribía: “Me doy cuenta de que el mundo entero es demasiado pequeño para satisfacer mis deseos y no me concederé paz hasta que sobre el Instituto no se ponga jamás el sol, para poder ofrecer así una continua alabanza al Sagrado Corazón de Jesús. Creced y multiplicaos, porque la aflicción que sufro en mis viajes es demasiada al ver cuántas extremas necesidades hay a las que no puedo remediar por falta de gente”[6].
Y escribía, orando: “Con tu gracia, amantísimo Jesús, correré detrás de ti hasta el final de la carrera, y esto por siempre, por siempre. Ayúdame, ¡oh, Jesús!, porque quiero hacerlo ardientemente, velozmente”[7].
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[1] Tra un’onda e l’altra, pág. 440.
[2] Processi, pág. 127.
[3] La Madre F. S. Cabrini, o. c., pág. 9.
[4] Ibíd., pág. 202.
[5] Ibíd., pág. 79.
[6] Ibíd., pág. 133.
[7] Cfr. esta obra, pág. 183.

lunes, 15 de agosto de 2016

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 10


IMAGEN DE UN ALMA (7ª Parte)

Prefacio a la selección antológica hecha por Giuseppe De Luca de escritos de la Madre Cabrini y publicada en 1938 con el título “Palabras sueltas”

Uno de estos años visité Codogno[1]. Las nuevas casas con los antiguos muros de la población vieja… Por aquellos huertos solitarios y ricos, por aquellos zaguanes, por aquellas angostas escalerillas y aquellas habitaciones de techo bajo y ventanitas cuadradas, pedía la facultad de ver, con la fantasía, a la treintañera Beata que allí, en 1880, empezó su obra. En un ángulo, un cuadro desgarrado de San Francisco Javier*: ¿nació de aquí la inspiración de llamarse Saverio? Póngase atención, no Saveria, sino Saverio. Trataba de quitarme de los ojos de la mente la imagen de la Beata en los últimos años: bellísima de imperiosa dulzura, pero ya madura y derrotada por el Amor, pronta a la muerte. En cambio, fijaba la imagen juvenil: de complexión no redonda, pero casi; magra, tensa, con los ojos húmedos, de una asaeteadora. Y esta imagen la volvía a colocar, la hacía moverse en el área de su primera fundación en Codogno. La veía en la Iglesia, frente a frente con las criaturas de la Congregación, en sus primeros contactos y fricciones con el mundo. Inútilmente. Todo se me resolvía en un juego fantástico, y luego no sabía más.
De ese paso desde el alma suya a muchas almas no sabemos nada.
Al escrutar a los santos, no pudiendo “ver” a Dios ni el alma, nos vemos obligados a considerarlos como una energía, como una fuerza. La indagación, el análisis, no podrá llegar a lo invisible, pero sí al límite extremo de lo visible, es decir, a ese punto a cuyo otro lado está Dios.
Puestos ante esta “fuerza” que fue la Madre Cabrini, preguntémonos cuáles fueron sus componentes.
“La Madre, pensando en los primeros años de su vida, no tuvo jamás ocasión de manifestar remordimientos y duelos; puede decirse que resumía la vida de la infancia diciendo que obedecía, callaba y observaba desde el rincón en que trabajaba”[2].
Fue externamente, y hasta el final, tranquilísima. Nada en sus andares, en su forma de hablar, en sus quehaceres, traicionaba prisa, furia, ímpetu desordenado, impulsos instintivos, precipitación y transportes de sentimientos imprevistos. Lo que parecía de niña, parecía de mayor. Fue ya naturalmente tranquila. Obedecía, callaba, observaba, trabajaba.
Pero dentro de esa ceniza de quietud ardía un fuego que poco después se esparcería por el mundo. El nacido en Sant’Angelo es por naturaleza aventurero. Con su aspecto paciente, pacífico, plácido, apenas se siente con algo de fuerza cuando abandona a su madre, la casa, Sant’Angelo, y parte. Ni siquiera él sabe hacia dónde. Lo que le importa es partir. Hay quien viaja para llegar, y quien lo hace para partir. Puede proporcionar placer llegar a un sitio nuevo, pero un placer aún mayor puede nacer de abandonar un sitio viejo. De gente de Sant’Angelo, me decía el párroco, está lleno el mundo. Por todas partes se los encuentra: dicen allí que Cristobal Colón los halló en América.
* * *



[1] 1938
* Nota del traductor: Saverio, en italiano.
[2] Processi, pág. 202.