Capítulo 4:
"Ardientemente, velozmente":
El ritmo del amor
Madre Cabrini deseaba sobre todo que no se
perdiera el tiempo en inútiles consideraciones sobre los propios errores, le
preocupaba que el precioso tiempo de Dios se perdiera en consideraciones
narcisistas:
“Vamos,
hijas, equivocarse, podemos equivocarnos todas, pero pongámonos ahora con todo
empeño a correr por el camino de la perfecta observancia para complacer a
nuestro Jesús y a su Divino Corazón.”[1]
No es que Madre Cabrini subestimase las
demoras en el camino de la santidad y, aunque exhortaba a “no perder tiempo para hacerse santas enseguida porque el tiempo pasa y
la eternidad viene”[2], deseaba que:
“La
paz de Dios siempre está con las Religiosas humildes, despegadas de todo y más
de sí mismas, con aquellas que, a semejanza de Jesús, buscan correr como
gigantes en el camino de su perfección, sin estar mirando si están en sembrados
de espinas o de rosas, que para nosotras tiene que ser todo uno, basta que los
lirios siempre nos acompañen.”[3]
Sin duda sentía la dificultad de tener una
gran misión que llevar a cabo con un pequeño ejército de religiosas jóvenes, a
veces desconcertadas por la crisis del crecimiento. Insiste:
“Sed
palomas, hijas mías, pero buscad volar hasta donde llega el águila, la cual no
se para ni en los cerros ni en los montes más bajos, sino que llega a las
cordilleras, y allá, en la roca viva, se pone al refugio de las turbulencias y
de las intemperies. Siempre unidas a Jesús, qué bien se está y cómo se trabaja
sin cansancio, con todo el impulso propio de aquellos que gozan la verdadera
libertad de los hijos de Dios por haberse dominado a sí mismos enteramente.”[4]
Porque:
“Nosotras,
como Misioneras, tenemos que correr por todo el mundo para iluminarlo con la
santa religión, pero no podemos si todavía no tenemos las alas de la sólida
virtud.”[5]
También es por esto por lo que no se debe:
“perder
tiempo con paradas, o inútiles consideraciones sobre sí mismo…”[6]
También la virtud de la obediencia requiere
rapidez en la ejecución de la voluntad de Dios:
“la
rapidez en la obediencia indica el ardor de vuestro amor, porque el pie y la
mano corren veloces cuando el espíritu es ferviente.”[7]
[1] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 604
[2] Cfr. Epistolario, Vol. 4°, Lett. n. 1373
[3] Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. n. 1025
[4] Cfr. Epistolario, Vol. 3°, Lett. n. 848
[5] Cfr. Epistolario, Vol. 1°, Lett. n. 61
[6] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 742