jueves, 29 de julio de 2021

Hna. Virginia - Episodio 6: Acuérdate Virginia (1ra parte)

 


La misión de Villa Amelia ha sido hasta el final de sus días, su desvelo. Se transparenta en sus escritos, en sus propósitos y en sus súplicas, el ansia por lograr un equilibrio entre la vida comunitaria y las urgencias del apostolado en el barrio; entre el compartir tiempo y oración con las Hermanas y el correr a subsanar las necesidades materiales y espirituales de las familias pobres que le habían sido confiadas.

Más de una vez le pidió a las Superioras, más bien les insistió, el establecimiento de una comunidad pequeña capaz de insertarse y convivir en medio de esa gente, pero no lo pudo ver en vida. La Hermana Josefina Cejas colaboró con ella mientras la salud se lo permitió, sobre todo en la escuela, pero la comunidad quedó en su deseo.

Solamente después de su partida a la casa del Padre, y seguramente por su sueño hecho intercesión ya en presencia de Dios, se estableció en el barrio una pequeña comunidad, justamente allí, en el lugar y entre las personas por las que Virginia hubiese dado y, en cierto modo, dio su vida.

Tal vez, la insistencia de una comunidad en el barrio tenía como objetivo, quizás inconsciente, posibilitarle a ella la convivencia y las prácticas de piedad junto a las Hermanas. No siempre llegaba a tiempo para compartir la liturgia de las horas, y eso la mortificaba mucho además de que, alguna vez, le fue reprochado.

En el retiro de febrero de 1987 escribe que debe trabajar mucho más para mantener y fortalecer el vínculo con su comunidad, porque cuando el vínculo se debilita o se corta, los proyectos misioneros dejan de ser del Instituto y pasan a ser individuales. Se propone centrarse más en su capacidad de adaptación y se repite incansablemente aquello que aconsejaba la Madre:

"El deseo de hacer penitencia para sofrenar las pasiones me parece adecuado, pero la penitencia que más me gusta para una religiosa es aquella de estar en perfecta Comunidad sin sobresalir jamás en nada"; Cartas, Vol. II, pág. 666.

Y por otro lado, aquello de:

"Trabajen con celo cada vez más creciente por el bien de las almas (...)"; Cartas, Vol., pág. 479.

¡El tan difícil equilibrio!

Ella expresa así lo que la mortifica interiormente:

"Jesús, mi Salvador, tengo hambre de tu Palabra y también tengo hambre y sed de propagarla a todos mis hermanos, de todo el mundo. Mi hambre no se saciará hasta que en la tierra haya un solo hermano que no te conozca, ame y sirva. Piensa que eres Misionera, mensajera del Mensaje de Cristo, que es el Mensaje de salvación".

Y se lamenta:

"Jesús, me duele muchísimo que, como religiosa misionera, muchas veces pierdo la ocasión de anunciar tu mensaje, tu Buena Noticia. ¡Cuántas veces converso con mis hermanos largo tiempo y no te introduzco a Ti, aprovechando la ocasión para que te conozcan!"

Y al mismo tiempo, se exige recordar que debe:

"Fomentar la ternura en fraternidad; ser maternal, no olvidar que el contacto humano vale más que el tiempo. Cuando mi hermano me necesita no tengo que excusarme con la falta de tiempo. El afecto es una moneda que debemos hacer circular, es muy valiosa, no la pongamos a plazo fijo; debemos dar y recibir ternura. Cuando ayude a mis hermanos ofreciendo lo material que necesitan, no debo olvidarme que lo más importante es entregarle mi corazón, mi afecto, mi palabra cariñosa y llena de comprensión".

Es evidente que Virginia afinaba sus armas en los retiros, ajustaba su espiritualidad y su psiquis para salir a la misión teniendo claros los objetivos y las actitudes con las que debía acompañar sus acciones para que fuese coherente su relación, tanto con las hermanas como con las personas con las que trataba apostólicamente.

"Procuraré en mi misión - escribe durante los ejercicios del mes de febrero de 1984 - fomentar la promoción individual y social de mis hermanos, trabajando sin descanso, con coraje y sin miedo, por la justicia, la unidad y la paz. Corregir el mal, pero con caridad, dulzura y comprensión. Nunca aprobaré el pecado en mis hermanos - escribe después de meditar sobre la misericordia del Padre - lo reconoceré, siempre condenaré el pecado, pero nunca, nunca a mi prójimo. Pensaré en las causas que lo puedan provocar, porque no siempre es obra de la maldad".



jueves, 22 de julio de 2021

Hna. Virginia - Episodio 5: Gratuidad del servicio (2da parte)

 


Algo muy particular llama la atención cuando se leen las reflexiones de la Hermana Virginia, escritas durante los retiros espirituales. Ella hace sus meditaciones con una evidente apertura espiritual pero al mismo tiempo, con una fina inteligencia que le era absolutamente natural. Hace sus reflexiones y se nombra a sí misma, se reprocha llamándose por su propio nombre como si eso le pusiera más luz a lo que ella vivía como defectos, o como si reforzara la intensa voluntad que ponía al hacerse sus propósitos.

En el retiro espiritual de diciembre de 1979 a enero de 1980, en el cuarto día, meditando sobre María como servidora, escribe:

"El servicio de María es gratuito. Es neto, limpio, transparente; no lo hizo para ganarse el cielo, para recibir retribuciones, sino por puro amor. Yo también debo ser servidora como Jesús y María. ¡Cómo me gusta ese adjetivo! Virginia, la servidora. Pero ayúdame, María, a serlo como tú; a ponerme siempre al servicio de mis hermanos, que es ponerse al servicio de Cristo. Servidora del que necesita alimento, vestido, medicina. Servidora del que sufre una enfermedad física; servidora del que tiene problemas de cualquier clase que sea; servidora universal de todos los ancianos, jóvenes, niños, mujeres, varones, sin distinción alguna. Servidora permanente de mis hermanos, todo el día a disposición de ellos. También los serviré con mi oración".

Y como propósito:

“Procuraré que mi servicio sea por amor; mi servicio no debe ser un trueque ni un negocio. Amo a Cristo, sirvo a Cristo por amor".

En el retiro de Cuaresma de 1982 anota:

"Mi servicio debe ser gratuito, no esperar nada, no crear deudas. Ayudo porque es mi hermano (...). En mi prójimo está Cristo, pero el servicio no especula con la salvación, no busca recompensa. Mi servicio debe ser permanente, sin horario".

Y se repite a sí misma reforzando su propósito:

"Recuerda, Virginia, que tu servicio debe ser permanente, sin horario, siempre dispuesta a ayudar a los hermanos, siempre con la misma sonrisa, con las mismas atenciones, como al mismo Cristo, sin tener en cuenta las frases de ingratitud que brotan de los labios de los necesitados, palabras no pensadas que no nacen del corazón, sino que son fruto de las grandes necesidades y que pronto se olvidan".

Otra vez aparece claro el espíritu, la palabra de la Santa Madre:

"María Santísima es el modelo perfecto de la religiosa, estúdienla hijitas mías, hagan esfuerzos por imitarla y encontrarán un Paraíso anticipado"; Cartas, Vol. I, pág. 212.

"Si reproducen en ustedes las hermosas virtudes de María Santísima Inmaculada, serán entonces verdaderas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús", Cartas, Vol. 4, pág.281.

El quinto día del mismo retiro, meditando sobre María Inmaculada como corredentora, asociada a Cristo en la obra de salvación, Virginia escribe:

"Examinar mi vida (...) ¿Ayudo a Jesús a redimir el mundo con la cruz? (...) ¡Qué vergüenza, Virginia! Al examinarme compruebo que soy cobarde, poco austera, poco mortificada, huyo de la cruz en vez de buscarla y abrazarme a ella para cooperar en la redención de los hermanos. Madre mía, María, tu estuviste junto a la cruz; yo también quiero estar, pero soy cobarde, no sé sufrir, por eso te pido que tu me lleves; dame la mano como supongo que se la diste a Juan".

En otro retiro espiritual de julio de 1975, y meditando sobre la vocación religiosa, dice:

"Virginia, piensa en tu vocación religiosa. ¿La vives? ¿La realizas? De lo contrario, todo sería en vano. ¡Qué triste! ¡Cómo defraudo a Jesús cuando Virginia religiosa está, pero no ES! ¡Atención, Virginia, que por tu consagración debes ser signo escatológico! Piensa que eres una persona consagrada a Dios, al servicio de la Iglesia (...) Después del segundo día de mis ejercicios espirituales, a pesar de la paz, la confianza y alegría que siento, me pesa sobremanera lo poco que hago y lo mal que lo hago. ¡Ay, Jesús mío! Ten piedad de mí; perdón y misericordia. ¡Cuánta soberbia, egoísmo, pereza, negligencia, amor propio, respeto humano! ¡Cuánta despreocupación en el servirte y en servir a mis hermanos! (...) Ayúdame Señor, quiero seguir adelante mejorando con tu ayuda y con tu gracia"

"Acuérdate, Virginia, que tu fuerza evangelizadora y tu actividad apostólica dependen de tu oración (...). No te olvides, Virginia, que en tu hermana debes ver a Jesús, a una hija muy amada del Padre".

 


jueves, 15 de julio de 2021

Hna. Virginia - Episodio 5: Gratuidad del servicio (1ra parte)

 


Con mucha frecuencia Virginia hablaba de "honestidad intelectual". Usaba esta expresión para referirse al espíritu fundacional y su vigencia actualizada en la misión.

"Debemos continuar en nuestro tiempo aquello que la fundadora quiso hacer en su tiempo. Es indispensable la fidelidad al fundador y a sus ideales..."

Hace falta

"...mucha honestidad intelectual para descubrir en el Instituto lo que es perenne (el espíritu) y lo que no lo es. Los principios básicos de los fundadores, su lenguaje, no deben ser formas monolíticas, sino semillas vivas".

Se preguntaba una y otra vez buscando esa honestidad que la obsesionaba:

"¿Trabajo con amor de Dios y honestidad de espíritu para reconstruir el reino de Dios en el mundo actual, en el país en el cual vivo y en la parcela (misión), en la que me toca actuar? ¿Llego al hombre (mi hermano), sin quedarme en el hombre, sino que con una misión más elevada lo llevo a conocer su destino y a amar a Dios? ¿Mi misión como cristiana y como religiosa es (...) auténtica y diáfana? ¿Soy testigo de Cristo en el mundo de hoy?"

Y se propone, pidiendo el auxilio de Cristo:

"Jesús, ayúdame a cumplir este propósito que siempre renuevo, pero que no lo cumplo como Misionera del Sagrado Corazón. Solamente un ansia, un anhelo, una preocupación debe ser predicar el Evangelio, tus enseñanzas cada día, cada hora, siempre, siempre. Siempre que hable con alguien o visite una casa, cualquiera sea el tema, no me retiraré sin haber hablado de Jesús, de sus enseñanzas, de su doctrina. Mi dicha más grande es que todos se enamoren de Cristo (...)".

Su gozo como el de la Santa Madre era,

“(...) cultivar bien aquellas almas que les han sido confiadas", Cartas, Vol. I, pág. 47.

Hay un testimonio que así lo confirma. Durante la guerra de Malvinas, un muchacho de Villa Amelia, Daniel Castro, fue convocado a luchar en el frente de batalla. Daniel había cursado sus estudios en la escuela del barrio y aún conserva una carta que la Hermana Virginia le hizo escribir a quienes fueran sus maestros. Su intención era que en medio de semejante situación, absurda y terrible, sintiera cómo el recuerdo y el afecto de su gente le llegaba. A esa carta, la Hermana Virginia le adjuntó una esquela. Ya se ha dicho lo que ella pensaba de esa guerra y cómo había reaccionado al respecto en la comunidad, sin embargo, no alude a lo político. Ella le escribe:

"No te olvides: sea el Evangelio la norma de tu vida, tu libro de cabecera, tu libro más conocido, más leído, más meditado, más vivido. Jesús es nuestro Maestro y Modelo. Invoca siempre a nuestra Madre, la Virgen María; no te sueltes de su mano, ella será siempre tu guía y tu protección".



jueves, 8 de julio de 2021

Hna. Virginia - Episodio 4: Más allá de lo habitual (6ta parte)

 


Así como Madre Cabrini no dudaba en montarse a lomo de mula, subir al apretujado pasaje de una diligencia o hacer frente a ríos caudalosos con precarias embarcaciones, Virginia, sin el menor temor, se internaba en los montes en los que no pocas veces había que abrirse paso a machete limpio, enfrentaba el peligro de la existencia de arañas y serpientes. Y se sentía pequeña, sin embargo, impotente, y clamaba por almas que llevadas por el ardor misionero, saliesen a labrar lo inhóspito de esos lugares; a saciar la sed espiritual de esas almas perdidas, no solamente en el espacio físico, sino también en el abandono de su vida interior.

"Cuánto necesitamos muchas jóvenes que movidas por un gran amor a Cristo, se alisten en las filas de las misioneras, empujadas y animadas por el celo incontenible de nuestra Santa Madre, sientan el deseo ardiente y la inquietud de que Cristo sea conocido por todos nuestros hermanos. Conocido no solamente en las ciudades, sino en las zonas donde su nombre aún es poco conocido o, lo que es peor, desconocido. No escribo más porque me tiembla la mano y los ojos se me llenan de lágrimas... Madre Cabrini, por favor, mándanos y guía muchas jóvenes llenas de tu espíritu misionero, dispuestas a cualquier sacrificio para llevar la Buena Noticia a todos nuestros hermanos".

Pareciera que la Madre le repitiera una y otra vez aquel deseo que expresara al pasar por Las Palmas, en su viaje de Buenos Aires a Barcelona:

"¡Oh! El deseo de esas Misiones parece que me devora de día y de noche; no quedaré satisfecha hasta que haya proporcionado a cada uno de esos pobres pueblos el socorro espiritual (...)"; pág. 200-201.

La Hermana Virginia tenía la gracia de una salud de hierro, pero si algo no andaba bien, sobre todo en sus piernas, sabía ofrecerlo y disimularlo para no dejar, ni un solo día, de acudir a aquello que el Señor había confiado a sus manos.

"Solamente Dios me conoce como soy, comprende el sacrificio que le ofrezco reteniendo las energías que siento, incontenibles. Solamente Jesús me entiende. Hay días en los que me parece que no puedo resistir. Realmente tenía razón aquel médico que le comentaba a la Madre Superiora: la vida de esta hermana consiste en permitirle desgastar el exceso de sus energías vitales y favorecer así su psiquis". (Carta a la Madre Provincial, sin fecha).

¿Qué es esto sino la fuerza del Corazón de Jesús?

"Ardan de amor en el Corazón de Jesús (...), ahí encontrarán la verdadera llama de amor, digna de una verdadera y buena religiosa". Cartas, vol. I, Pág. 454.



jueves, 1 de julio de 2021

Hna. Virginia - Episodio 4: Más allá de lo habitual (5ta parte)

 


La Hermana Virginia no dejaba a las Hermanas de la Comunidad sin noticias; le escribía de este modo a la Hermana Provincial contándole los progresos de la misión.

"...no le puedo expresar con palabras el gozo que siento; le aseguro y lo reafirmo que nuestra buena gente vive en estos lugares apartados de las ciudades y de los pueblos con escasa asistencia religiosa. Vive sedienta de Dios y, cuando alguien se acerca a llevarles el mensaje de la Buena y Alegre Noticia, hacen cualquier sacrificio para llegar (...) Son realmente el Evangelio viviente. Frente a ellos, y al escucharlos hablar, me avergüenzo, pues veo que en muchas circunstancias esta gente identifica a Cristo más que yo. Vengo a enseñar, pero mucho más aprendo de ellos lecciones que procuraré poner en práctica. Los pobres, cómo saben sufrir y valorar el sufrimiento. El cielo será su recompensa: dichosos de ellos".

La naturalidad de Virginia en el trato con gente tan simple, impactaba, pero a poco de observar, uno descubría que ahí estaba el secreto: abajarse hasta la situación de esas personas, hacer sentir que era una más y que nada la diferenciaba de ellos. Sus alpargatas deshilachadas, el hábito de fajina, un poco desteñido, el sentarse y aceptar algo de lo poco que tenían para ofrecer era el lenguaje más convincente; era, se diría, su 'don de lenguas' que abría los corazones y hacía comprender, si no el mensaje en sí, la profunda intención del bien.

En la misma carta a la Superiora Provincial, Virginia escribió:

"Qué importa la casa incómoda, los ratones que abundan y no dejan dormir, el calor excesivo, el agua, que en este lugar es muy sucia y que hay que beberla sin mirar para no ver lo que flota; comida de pobre, mosquitos, pulgas, cuyas picaduras no se ven pero son insoportables, etc. Todo esto no se siente, se lleva con alegría pensando que Cristo es conocido, amado y servido por tantos hermanos nuestros".

Aquella urgencia del Corazón de Cristo de la que hablaba la Santa Madre, Virginia la había hecho carne. En un párrafo siguiente de la misma carta se ve como su celo está traspasado por el carisma cabriniano:

"Si realmente amáramos a Cristo deberíamos vivir inquietas y preocupadas como Misioneras, hijas de Madre Cabrini, de que en el mundo haya todavía tantas almas que ignoran que el Hijo de Dios, Jesucristo, se entregó hasta morir en la Cruz para la salvación del género humano".

Remite, su reflexión a lo que la Madre escribiera:

"¡Qué sublime espectáculo el de las almas que vuelan sobre la tierra como palomas, haciendo el bien, sin enredarse en sus estorbos (...); que vuelan sin cansarse o, mejor dicho, sin darse cuenta del cansancio aun cuando le falten las fuerzas materiales..."; Viajes, de Buenos Aires a Barcelona, agosto de 1896, pág. 190.

Y la Hermana Virginia continúa su carta escribiendo:

"Me olvidaba decirle, querida Madre, que los primeros días visitamos las casas andando a pie; después, decidí seguir la tarea apostólica y el reparto de ropas, calzado y medicinas usando un carro tirado por bueyes que nos prestaron. Es cansador también, pero las piernas reposan, pues en esta zona, las casas están muy distanciadas".