jueves, 31 de diciembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (10ma y última parte)

 


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018




Capítulo 14:


Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





Finalmente en el 2005 se convocó en Codogno una Comisión Internacional de laicas y laicos corresponsables de la misión que redactaron una primera síntesis de Espiritualidad Laical Cabriniana. En este documento se lee:

“Como laicos cabrinianos, arraigados en el Sagrado Corazón de Jesús, nos comprometemos a responder a la llamada del Evangelio para llevar el amor de Cristo a cada uno de nosotros y a los más necesitados. Intentamos cumplir fielmente este encargo mediante las misiones, ministerios y creando relaciones solidarias con los demás. El fundamento de estos actos de bien es nuestra relación auténtica y creciente con Dios en la persona de Jesucristo. Cuanta más presión ejercen las culturas en nuestro tiempo sobre nuestras expectativa, tanto más debemos esforzarnos para encontrar tiempo de escuchar la Palabra de Dios y para reflexionar, leyendo las Escrituras y los textos espirituales, y compartiendo nuestra fe.

Como Santa Francisca Cabrini también nosotros tenemos que poner las raíces en la realidad de nuestro tiempo. Nuestra espiritualidad está asociada a cada acontecimiento, acción y persona de nuestra tierra, caminando con Dios en nuestra Espiritualidad Cabriniana, con: “en una mano la Biblia y en la otra el periódico”. Así como nos beneficiamos de muchos aspectos de la modernidad, también debemos ser diligentes en reconocer, poner nombres y resistir a las fuerzas que no proceden de Dios y que nos impiden desempeñar nuestro fiel servicio.

Es nuestra convicción, como lo era para Madre Cabrini, que el Espíritu de Dios es una presencia viva y operante en nosotros que se revela en lo cotidiano. Es Espíritu de Dios nos habla en los momentos felices y en los momentos tristes y nuestro recorrido requiere una escucha continua para discernir atentamente qué pasos se requieren de nosotros en cada situación.

Una actitud de discernimiento continuo nos lleva a tomar decisiones diarias con un inteligente optimismo cristiano. En nuestro atuendo de peregrinos inspirados, preparados y valientes, bajo la guía del Espíritu Santo, discernimos la utilización de nuestros recursos, energía, tiempo, dotes y recursos financieros para responder a las diversas necesidades que encontramos. Valoramos los diversos dones que nos distinguen al uno del otro y nos esforzamos por utilizarlos responsablemente.

Somos constructores de relaciones a todos los niveles, en nuestras familias, comunidades, parroquias y ministerios. Con la ayuda de Dios somos portadores de esperanza, buscamos el bien de los demás en todas las situaciones con optimismo, animando a los demás y conservando un espíritu lleno de entusiasmo que proviene de saber que Dios guía nuestra vida y que nosotros somos sus discípulos, portadores de la Buena Nueva del Evangelio.”[1]

Así el espíritu de Santa Francisca Cabrini, difundido en la historia de las Misioneras del Sagrado Corazón, va haciéndose camino, realizando el ideal misionero que animó a la misma Santa. Sus palabras dirigidas a las alumnas del Magisterio en Roma en 1906, parecen escritas para la Familia Cabriniana de hoy:

“¡Si por lo menos pudiera llegar la voz de la Religión a todos esos pobrecillos y les enseñara a santificar, a ennoblecer tan fatigoso trabajo, a hacerlo fructuoso para la eternidad! De aquí veis la responsabilidad tremenda de quien intenta arrebatar a las clases trabajadoras el don de la fe, quitándole toda esperanza de vida futura, apagando en sus corazones la caridad para con Dios. En cuanto son eliminados estos principios sobrenaturales y los dictámenes de nuestra santa fe, ¿qué queda sino embrutecimiento y el desahogo de las más innobles pasiones? Rezad para que aumente el número de los operarios evangélicos y que éstos sean celosos y de buen espíritu, para que sus esfuerzos sean capaces de detener el materialismo, la incredulidad que, como éter sutilísimo se infiltra por doquier haciendo un daño grande, inmenso, irreparable. Orad para que todos los fieles, dóciles, escuchen la voz del Vicario de Jesucristo, Pío X, el cual, consciente de estos grandes males que intentan hacer derrumbarse a la sociedad desde sus cimientos, se ha propuesto restaurar todas las cosas en Cristo. Fuerte en la fortaleza de Dios, asistido como está por el Espíritu Santo, él no dejará de cumplir en la Iglesia la alta misión para la que Dios le ha elegido; pero, al mismo tiempo, cuántas fatigas debe pasar, cuántas preocupaciones, cuántas penas angustian su corazón, preocupan su mente en el arduo cumplimiento del deber… Que por lo menos se vea confortado por el amor y la obediencia de sus hijos y encuentre en todos esa cooperación que cada uno debe prestarle necesariamente; esta cooperación hará posible que se cumplan los santos designios del Papa y que se detenga este aluvión de males que amenazan con cubrir el mundo.”[2]



[1] Cfr. Documento Espiritualidad Laical Cabriniana

[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 552-553




jueves, 24 de diciembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (9na parte)

 

Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018



Capítulo 14:


Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





En las conclusiones del Capítulo General de 2002 se había llegado ya a tener un buen Voluntariado Cabriniano y a él se había dedicado un primer documento, mientras ya se estaba elaborando aquel de las Misioneras laicas (o laicos) Cabrinianas que deseaban una vida espiritual más intensa sobre las huellas de Santa Francisca Cabrini.

En aquellas conclusiones se lee:

“En la reflexión sobre la realidad de cada Provincia y Región, se ha examinado con alegría el camino recorrido.[1] Los objetivos elaborados a la luz de la nueva visión Misionera, han suscitado respuestas, humildes pero decididas, a los desafíos de la misión, de la vida religiosa y de la colaboración con los laicos. En esta experiencia rica en nuevas realizaciones e iniciativas apostólicas, se revela también el tesoro que Jesús ha confiado a la Familia Cabriniana, a su carisma, “lo llevamos en un jarrón de barro.”[2]

“Reconociendo la primacía de la gracia y en la certeza de que Dios está presente en la historia, la Familia Cabriniana confía con ilimitada esperanza en que el Reino de Dios continúa, incluso en medio de “un contexto social frecuentemente hostil”[3] en el cual urge el recurso de la ayuda de Dios, pero también de la fantasía creadora que sabe sacar de la dificultad nuevas energías para seguir haciendo crecer la identidad misionera, bebiendo en la fuente del carisma, releído y revivido en la fidelidad dinámica a Dios, a la Iglesia y a la humanidad.”[4]

En este Capítulo se tenía ya conciencia de que los laicos estaban adquiriendo un sentido de pertenencia que se estaba desarrollando en varios niveles.



[1] Cfr. Capítulo General 1996

[2] 2Cor 4,7

[3] Mensaje del Papa Juan Pablo II para la apertura del Capítulo General 2002

[4] Cfr. Conclusiones Capitulares 2002




jueves, 17 de diciembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (8va parte)

 


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018




Capítulo 14:


Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





Uno de los aspectos más fuertes en la espiritualidad laical cabriniana fue ciertamente el aspecto misionero entendido por las Misioneras como reparación, expresión del contexto propia de la espiritualidad del Sagrado Corazón, y por los laicos colaboradores cabrinianos como solidaridad con el sufrimiento del mundo. Incluso en este sentido el significado no está sólo en el hacer apostólico, sino también en el ser. Muchos laicos que participan en la misión cabriniana, no sólo son capaces de ir y compartir la vida de las Misioneras, sino también de sufrir la inseguridad y la pobreza que ésta conlleva.

La experiencia de Madre Cabrini ha influido en las actitudes de muchos laicos y laicas que han tenido contacto con su carisma directa o indirectamente. En los Capítulos Generales posteriores a 1990, la presencia de los laicos ha sido constante y en cada documento de las Misioneras del Sagrado Corazón hay una referencia clave de la misión con los laicos.

En las conclusiones del Capítulo General de 1996 ya se habla normalmente de Hermanas y laicos y se llega a referir a ambos con la nueva dicción: Familia Cabriniana, dedicando así una tercera parte de las Conclusiones Capitulares a la colaboración misionera de los laicos:

“La experiencia del pasado sexenio ha hecho emerger con fuerza que los laicos colaboradores y corresponsables, voluntarios y misioneros laicos Cabrinianos, son una presencia cualificada y una riqueza apostólica para la Familia Cabriniana.

Ellos son sujetos vocacionales que entran en interacción con todas las vocaciones eclesiales y con la vocación de las Misioneras del Sagrado Corazón y representan un potencial propulsor para la transmisión del carisma.”[1]

Con esto los colaboradores laicos son ya parte integrante de la misión cabriniana y, con ellos, todas las Regiones y Provincias evalúan y programan la misión, no sólo en las obras, sino también en el espíritu.



[1] Cfr. Conclusiones Capitulares de 1996




jueves, 10 de diciembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (7ma parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018



Capítulo 14:


Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





Se puede decir que cada nación y cada obra del Instituto de las Misioneras ha tenido algún laico o laica como amigo, colaborador, consultor o bienhechor. A veces estas personas laicas no eran católicas, pero eran personas de una gran altura moral que compartían los valores humanos y cristianos que están en la base de cualquier visión ética del mundo. Entre tantos colaboradores hay eminentes figuras de laicos profesionales, artistas, literatos; pero también personas no conocidas que humilde y simplemente han colaborado con la misión cabriniana, bebiendo, en su vida espiritual, de la misma fuente que las Misioneras: el carisma de Santa Francisca Cabrini.

Leyendo la correspondencia de la Madre, se puede observar que son muchas las referencias que hace en relación con las personas laicas por las cuales ella sentía gran estima y agradecimiento. Madre Cabrini acostumbraba a decir que el Sagrado Corazón le enviaba siempre un “San José” en momentos difíciles, cuando ella se encontraba en dificultad. Las mismas Misioneras, durante sus viajes, experimentaban la ayuda de personas incluso desconocidas que después de conocer la misión a la que se dedicaban, se comprometían a ayudar de diversos modos.

Pero es necesario hacer notar que hasta los años sesenta se hablaba más bien de colaboradores a diversos niveles, mientras que, después del Concilio Vaticano II, cambió el estilo de relación con los laicos y laicas los cuales se hicieron corresponsables de la misión.

Por eso, cuando la formación de las Hermanas incluyó también a los laicos colaboradores, se pudo observar que muchos de ellos ya tenían una sintonía con el carisma de Madre Cabrini y estaban capacitados para llevar adelante ellos mismos las obras cabrinianas con el mismo estilo. El lenguaje mismo de las Misioneras se actualizaba, haciéndolo más comprensible también para los laicos, los cuales, en las decisiones que debían tomar en las obras a ellos confiadas, usaban criterios conforme al espíritu de Santa Francisca Cabrini. Se observó una vez que un administrador de la obra de West Park, en los Estados Unidos, no había aceptado emprender algunas iniciativas que habrían traído mejores beneficios económicos, porque “no correspondían” a los fines y criterios cabrinianos.



jueves, 3 de diciembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (6ta parte)

 





Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018





Capítulo 14:

Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





Lo que las Misioneras iban aprendiendo de su colaboración con los laicos era su capacidad profesional, su competencia, la conciencia de la función que ellos desempeñaban y frecuentemente su puntualidad y honestidad, junto a los valores humanos y cristianos de los que podían ser portadores. Y los colaboradores laicos iban aprendiendo de las Misioneras algo que era una parte fundamental del carisma: la gratuidad, el servicio sincero y humilde sin esperar recompensas, el desapego de las obras en las cuales habían empeñado tantas energías, la responsabilidad misionera apostólica en hacer de modo que todo estuviera orientado hacia la mayor gloria de Dios.

Estos aspectos los podían conocer los colaboradores laicos día a día, viendo los sacrificios de las Misioneras, sus rezos continuos, su compromiso que no estaba pensado para conseguir dinero, carrera o prestigio. En cierto sentido esto permitió a las obras cabrinianas tener un estilo que los colaboradores laicos iban asumiendo sin darse cuenta.

Por tanto, la Congregación pudo tener en todos los tiempos magníficas figuras de colaboradores laicos que, aunque prestaron su servicio profesional remunerado, sin embargo descubrieron en el trabajo profesional también una dimensión espiritual y misionera en armonía con cuanto dice el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, en el n. 67:

“Es para el trabajador y para su familia el medio ordinario de subsistencia; por él el hombre se une a sus hermanos y les hace un servicio, puede practicar la verdadera caridad y cooperar al perfeccionamiento de la creación divina. No sólo esto. Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo quien dio al trabajo, una elevadísima dignidad trabajando con sus propias manos en Nazaret.”[1]

Una figura de colaborador laico comprometido en la misión de Madre Cabrini fue el Arquitecto Thomas Leroy Warner.

Mr. Thomas Leroy Warner había regalado la gran estatua de Madre Cabrini que en 1947 era puesta en la Basílica de San Pedro en Roma. Era una eminente figura de bienhechores del Instituto de las Misioneras y una magnífica figura católica. Las Misioneras lo recuerdan como un hombre piadoso y generoso que demostró su gratitud al Instituto no sólo dirigiendo gratuitamente todos los trabajos del hospital, sino regalando luego la estatua. Su generosidad con el Instituto era debida a una gran devoción a Santa Francisca Cabrini. En efecto, por intercesión de la Santa, Mr. Warner había obtenido la curación de su esposa.

Madre Antonietta della Casa obtuvo para él una condecoración pontificia: la encomienda de San Gregorio y el mismo día, el señor Warner fue recibido por el Santo Padre. Después de la construcción del hospital, recibió de Madre Antonietta el encargo de empezar el Santuario de Santa Francisca Cabrini, próximo al hospital Columbus de Chicago. Visitó Italia, Francia y Alemania para tomar motivos artísticos para el Santuario. Después prefirió el arte italiano. Se hallaba en Florencia la mañana del 6 de septiembre de 1952 y, acompañado de Mons. Enrico Pitzki, capellán de la Casa Madre de Roma, fue a misa a la iglesia de Todos los Santos donde comulgó y, después de recitar el Rosario entero, volvió al hotel. Allí estaba tratando negocios importantes cuando de repente se sintió mal debido a un ataque repentino de angina de pecho y, en breve, asistido por el sacerdote, murió. Llevaba consigo la reliquia de Santa Francisca Cabrini y había dejado en buen camino la construcción del Santuario.

De él Madre Antonietta decía que era “un óptimo católico, de costumbres intachables y desinteresado”.

Interesante es también la figura de un gran personaje de China de los primeros años del 1900: Lo-Pa-Hong. Un ilustre católico y comprometido en la sociedad y en la Iglesia por dar a conocer a Dios en las poblaciones paganas. Este señor ayudó a las Misioneras del Sagrado Corazón en su misión en China durante aquellos difíciles años en los cuales China estaba liquidando su milenaria dinastía para entrar en una nueva forma de gobierno: el comunismo de Mao. Visitaba frecuentemente a las Misioneras comprendiendo sus dificultades y sosteniendo su ideal misionero y educativo. El señor Lo-Pa-Hong fundó obras de caridad, ayudó a muchos misioneros y misioneras a situarse en China, tanto con sus bienes económicos como con su prestigiosa personalidad pública. Murió mártir y hoy está en proceso la causa para reconocer sus heroicas virtudes.



[1] Véase también Chistifidelis Laici, n. 43




jueves, 26 de noviembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (5ta parte)

 



Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018




Capítulo 14:

Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





Así había sucedido también con las hijas de la Condesa de Cesnola, la señora que había ayudado a Madre Cabrini en la primera misión de los Estados Unidos. A pesar de su simpatía por la Congregación, Madre Cabrini primero solicitó a una de las hijas, Gabriella, que había decidido entrar en un convento; de hecho la joven hizo su periodo de postulantado, pero pronto quiso salir y volver a ser libre. Madre Cabrini manifestó sentirse apenada:

“He sentido mucho la salida de Gabriella. Su mamá me decía que la habría dejado un par de años más para hacerle sentir un poco de piedad y distanciarla de aquellos jóvenes con los que no quería que se relacionara y ha hecho de todo para conseguir su intento. Lo siento mucho por Gabriella[1] porque es buena. En fin… cuando veas a Gabriella la saludas de mi parte y le dices que lo siento de veras, porque después de haber hecho bien los dos años, habría querido que fuera más fiel a su Jesús que tanto la ama. Dile que sea buena, retirada y se conserve siempre toda pura y toda de Jesús.”[2]

Después dejó que la joven fuese una de las voluntarias “pro tempore” sin ser parte de la Congregación, pero insistía a las Hermanas que estuvieran cercanas a ella, la saludaran y se informaran con frecuencia de cómo estaba. Cuando Madre Cabrini insistía con una laica para que se decidiera a entrar entre las Misioneras, era porque veía la capacidad de desapego de la familia y de los bienes familiares. A veces parecía como si Madre Cabrini estuviera más interesada en la dote. Eran tiempos difíciles y la congregación necesitaba recursos económicos y sobre todo Religiosas cultas y válidas para la misión; sin embargo la Madre era severísima con todas las jóvenes que entraban en que tuvieran la capacidad de hacerse “verdaderas Misioneras”. A una Superiora que le preguntaba si podía aceptar algunas jóvenes con alguna condición, como estar cerca de la familia, poder trabajar en algún campo, etc., respondía un rotundo “no”: las Religiosas tenían que ser observantes de las Reglas todas y sin excepción.

Así había sucedido también con una de las hermanas Jaggi[3], de Torino, que después entraron ambas como Misioneras. Pero la señorita Carolina (después, Sor Giulia) tenía muchas vacilaciones y Madre Cabrini la invitó a decidir entrar o dejarlo. Las señoritas Jaggi eran propietarias de algunos bienes en Torino: tenían que renunciar a todo si querían hacerse Religiosas. De forma diferente podían, desde fuera, seguir colaborando con el Instituto en modos diversos.



[1] Hija de la Condesa Reid di Cesnola, cfr. nb 110

[2] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 774

[3] Sor Maurizia Jaggi (1857-1920) e Sor Giulia Jaggi (1885-1909), ambas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús.





jueves, 19 de noviembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (4ta parte)

 

Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018



Capítulo 14:

Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





Sin embargo Madre Cabrini, despertando los talentos de las personas, comprendía que no todos podían tener vocación a la vida religiosa y les motivaba a ser misioneras con su profesionalidad, sus talentos y sus capacidades.

En la fundación del Hospital Columbus de Chicago confió en la profesionalidad del Dr. Murphy como Director General, sin exigirle otra cosa que su deber y una estrecha observancia del Reglamento:

“Cuando llegué, el distinguido profesor Murphy, presidente del Hospital, me preguntó cómo había encontrado a mis niños. Con esto quería aludir a los muchos doctores que allí trabajan día y noche. Con satisfacción por mi parte y por la suya, pude responderle que estaba contenta. Y eso que aquí no se trata de niños, sino de médicos y cirujanos de todas las edades, algunos de ellos verdaderas celebridades mundiales. Es una maravilla ver cómo todos se someten al reglamento que yo, después de haber estudiado bien las condiciones del país, les he impuesto y que exijo que se observe estrictamente.”[1]

Un ejemplo significativo de su capacidad para evaluar los talentos de los demás, lo tenemos en las relaciones que Madre Cabrini tuvo con Doña Elena Arellano[2], una rica señora que ayudó a la Madre en la fundación de Nicaragua y que parecía que quisiera entrar entre las Misioneras del Sagrado Corazón como Religiosa. Madre Cabrini, conociéndola, en un primer momento la animó a entrar, podría llegar a ser una buena Misionera; pero luego dejó de animarla, viendo que Elena Arellano podía ser misionera permaneciendo como una laica libre.

Así escribe a la superiora de Granada:

“¿Y Doña Elena? ¿está decidida a entrar ahora? Si tiene una sola duda todavía, es mejor que espere un poco. Dile que parece que será mejor esperar a ver si puede reubicar a los padres primero, porque una vez entrada no debe pensar más en nada, excepto en su perfeccionamiento espiritual. Por tanto que lo piense bien y cuando, después de serias reflexiones se sienta inspirada a abandonar todo: parientes, amigos, relaciones y hasta las obras buenas que podría hacer, entonces podrá entrar; de otra forma, es mejor que espere. Si después, un día hubiera decidido precisamente abandonar todo otro pensamiento y decidiera entrar, recordad que no tiene que pensar en el interés ni saber nada de los intereses, si o se derrumbaría ella misma y tal vez también el Instituto. Esto es una llamada para ti en todo caso. Yo no estoy todavía completamente convencida de que haya abandonado todo intento de pensar en otras cosas, porque he visto demasiados cambios en pocos meses y si tú estás atenta, verás que, tal vez todavía es así; que los pensamientos de una semana no son los mismos que los de la otra.”[3]

De hecho, después de haber insistido todavía durante algún tiempo, Madre Cabrini se convenció de que Doña Elena Arellano era más indicada para vivir como laica cristiana. Después del destierro de las Misioneras, la señora continuó con su obra de beneficencia y de formación, recurriendo a diferentes estrategias para garantizar la educación católica en Nicaragua frecuentemente dirigida por gobiernos de tendencia masónica.



[1] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 575

[2] Elena Arellano (1836-1911): Noble dama nicaragüense que ayudó a Santa Francisca Cabrini en la fundación de Nicaragua en 1891. No pudiendo hacerse religiosa, se dedicó a las obras de caridad, ayudando a todas las Congregaciones Religiosas masculinas y femeninas que llegaron a Nicaragua, compartiendo con ellas sufrimientos y esperanzas, y también sus recursos económicos, su inteligencia y su creatividad apostólica. Está en curso la documentación para la causa de beatificación.

[3] Cfr. Epistolario, Vol. 2°, Lett. n. 560




jueves, 12 de noviembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (3ra parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018



Capítulo 14:

Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini





También deseaba que ellas (las alumnas del magisterio) fueran colaboradoras con la oración y en la acción:

“Vosotras, mis buenas hijas, en vuestra gran misión de educadoras, sois las primeras colaboradoras de las Misioneras del Sagrado Corazón y por esta razón formáis parte tan querida de mi corazón en la gran familia que Jesús me ha confiado. Espero mucho de vosotras; de vosotras esperan también, no sólo la patria y la Religión, sino todo el mundo. Ahora ya no es necesario ser Misionera para recorrer el mundo.”[1]

Además, Madre Cabrini les exhortaba a ser colaboradoras en la pastoral vocacional y a tener presente siempre las enseñanzas del Evangelio aprendidas, en parte, a través de las Misioneras del Sagrado Corazón:

“A Él, pues, dirijamos nuestras almas creadas por Él y para Él, esas almas en las que Él ha infundido una fuerte atracción por todo lo que es bello y grande, como prueba de nuestro origen y del fin para el que fuimos creados. Elevémonos sobre las cosas de la tierra y, ya que no podemos volar, sobrevolémoslas por lo menos. El fin recto de nuestro obrar es la varita mágica que convierte en oro purísimo todo cuanto tocamos; las virtudes cristianas que practicamos hacen despuntar flores perfumadas por donde pasamos. Y mientras, fieles a los divinos mandatos y a las enseñanzas de la santa Iglesia, vamos cumpliendo la misión, aunque modesta, que se nos ha asignado, los ángeles alejan de nuestro camino los peligros, fielmente anotan nuestras buenas obras y nos acompañan hasta que estemos con Dios, donde el gozo será completo y eterna la alegría.

Mis amadas señoritas, no voy a darles ahora un sermón, porque muchos habrán oído en estos años pasados en su colegio. El camino ya lo conocen; se les han dado las armas para combatir cuando sea necesario. Les diré entonces la firme certeza que tengo en mi corazón de que, aún después de haber abandonado el Instituto que les ha acogido, instruido y amado, se mostrarán siempre y en todo dignas de la misión a la que Dios les llama, que impartirán a los demás cuanto se les ha enseñado, recordando siempre que la vida es breve y desaparece como la sombra; que el cuerpo muere, pero que el alma es una sola y está destinada a vivir eternamente en el estado de gloria o de pena que en vida hayamos preparado.”[2]



[1] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 558

[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 541-542




jueves, 5 de noviembre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (2da parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo, Codogno 2018


Capítulo 14:



Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini



En el 1990 un nutrido grupo de colaboradores laicos de las Misioneras Cabrinianas fueron llamados a participar en el Capítulo General (en otro tiempo exclusivamente reservado a las Religiosas) para aquellos aspectos que concernían a la Misión.

Las Misioneras del Sagrado Corazón hacían así converger su ideal con cuanto decía la Encíclica del mismo Papa, Christifidelis laici:

“Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo.”[1]

Participar en el trabajo misionero no era sin embargo lo mismo que vivir la espiritualidad, pero cuando la formación permanente –insistentemente inculcada por el Concilio Vaticano II para los miembros de la vida religiosa– se hizo parte integrante de la misión, los colaboradores laicos empezaron a compartir con las Religiosas Misioneras el carisma de Madre Cabrini acogiendo aquellos aspectos eclesiales que más se adecuaban a su estado laical. En particular el carisma fundamentado en el amor y en la compasión del Corazón de Jesús, proponía que el estilo misionero debía tener una profunda dimensión de solidaridad con el sufrimiento de la humanidad, favoreciendo sobre todo las preferencias de Jesús: los pobres, los débiles, los pecadores y aquellos que son marginados y excluidos.

Naturalmente, el pensamiento de Madre Cabrini no fue directamente acuñado para esta nueva forma de colaboración pero sí lo era en esencia. Deseaba, por ejemplo, que las alumnas de magisterio que estudiaban con las Misioneras compartieran también la espiritualidad de las Misioneras:

“No es preciso que les recomiende la oración; sé que rezáis bien y de corazón. Y esto me consuela porque la oración es el arma poderosa que os debe defender y ayudar no sólo ahora, sino en toda vuestra vida. Ella es la llave de los tesoros celestiales, el canal por el que las gracias descienden hasta nosotras. Mientras oréis, estaréis seguras; como dice el Beato Canisio: “Quien reza está en el camino del cielo”. No olvidéis nunca esta coraza que os debe defender; esta poderosa arma que os asegura la victoria. Cuando os vayan bien las cosas, orad para que no os llenéis de la presunción que lleva tras de sí la caída. Orad también en el fracaso y volverá la confianza que nos hace fuertes en la fortaleza de Dios. Rogad por vosotras mismas, por las personas a vuestro cuidado, por las que os son queridas, por la sociedad, por la Iglesia. Haced de la oración una costumbre que, si lográis gustar la dulzura que hay en este íntimo intercambio entre el alma y Dios, no habrá para vosotras horas de desaliento y desesperación, ni las nubes turbarán por mucho tiempo el sereno horizonte de vuestras almas.”[2]

“Sin embargo de ustedes deseo dos cosas: primero, que recen siempre con el fervor que hasta ahora han demostrado. Dios ha puesto sólo en la mente del hombre esa chispa divina que se llama inteligencia; el poeta, el artista, el científico, le deben a Él el genio que les ha hecho grandes; y la Iglesia, entre otros gloriosos títulos que da al Espíritu Santo, lo llama Espíritu de sabiduría y de inteligencia. Conviene, pues, beber el agua del manantial; y tras haber trabajado diligentemente con aplicación y asiduidad, recurrid al Señor y esperad de Él memoria, inteligencia, éxito. Así hacía el famoso Cardenal Cisneros, al que se le encontraba a menudo recostado a los pies del Crucifijo mientras se ventilaban importantes cuestiones de Estado; y, preguntado por sus ministros por qué obraba así, respondía: “¡Orar es gobernar!” Recen, pues, no durante mucho tiempo si no les es posible, sino con fervor. El mundo actual que parece retroceder a grandes pasos hacia el paganismo, a pesar de sus progresos gigantescos en las ciencias y el comercio, ha olvidado el valor de la oración, ¡y ya casi no sabe ya lo que es! Y esto pasa porque con un sentimiento pagano, el hombre se ha hecho un dios de sí mismo y de las criaturas y ha perdido la noción de las relaciones y vínculos que deben existir entre él y Dios. Ese nuestro buen Dios que, como nos dice el niño pequeño que balbuceando recita el catecismo, creó el cielo y la tierra, ha sido casi expulsado de la creación; no hay ya en ella sitio para Él. El hombre ha hecho de sí un ídolo, lo adora, y no se preocupa de orar y adorar al verdadero y único Dios. ¿Qué tiene de sorprendente el que, después de esforzarse casi sobrehumanamente, la naturaleza débil y limitada, impotente para luchar por más tiempo o para conseguir cuanto quiere, se abandone a la desesperación, al suicidio o al delito? La oración hubiera evitado todo esto; la plegaria habría subido al cielo como incienso y habría hecho descender un copioso rocío de gracias que habrían restaurado el alma extraviada, devolviéndole la esperanza y la calma.

He aquí lo segundo que deseo para ustedes: ¡Estén tranquilas! Pongan su confianza en Dios, lo cual no es presunción, porque han estudiado durante el año como hijas valientes, esperen tranquilamente los exámenes sin alarmarse, sin agitarse. Estudien con calma, confíen en su Madre, María Inmaculada y todo irá bien. ¡Quien en ella espera no será nunca confundido!”[3]



[1] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Christifidelis Laici”, n. 33

[2] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 525-526

[3] Cfr. Entre una y otra ola, pág. 532-534




jueves, 29 de octubre de 2020

Una espiritualidad eclesial para Laicos (1ra parte)


Hna. María Barbagallo, Liberaos y alzad el vuelo

Codogno 2018


Capítulo 14:



Una espiritualidad eclesial para Laicos

Según el espíritu de Santa Francisca Cabrini






“Los fieles laicos,
precisamente por ser miembros de la Iglesia,
tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio:
son habilitados y comprometidos en esta tarea
por los sacramentos de la iniciación cristiana
y por los dones del Espíritu Santo”
(C.L. 33)


En 1996 Juan Pablo II, después de una compleja elaboración de los diversos componentes de la Vida Consagrada y de los Institutos Seculares, y la contribución de muchas partes del mundo católico, publicaba la Exhortación Apostólica Vita Consecrata.

La exhortación, rica de contenidos teológicos, bíblicos y espirituales, abría espacios interesantes para el futuro de la vida religiosa en la comprensión de los difíciles momentos que toda la Iglesia estaba atravesando. Sin dejar los valores fundamentales que caracterizan la vida religiosa, la exhortación destacaba lo que luego hizo escuela: la fidelidad creativa al carisma fundacional:

“Se invita a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial.”[1]

Las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, desde la fundación, también con los límites de la mentalidad del siglo XIX, tuvieron que adaptar su misión a las diferentes circunstancias que los acontecimientos históricos provocaban; de modo que incluso Madre Cabrini se convenció de abrir hospitales para los emigrantes italianos, mientras que al principio se había ocupado sobre todo de la educación y la pastoral. Más tarde, las guerras europeas, las inundaciones y los terremotos en América Latina, las leyes y las convulsiones políticas en las diferentes zonas misioneras, demandaban cambios misioneros, y las mismas dificultades de la Iglesia permitieron que las Misioneras se ocuparan de otras formas de evangelización, como demuestran los orfanatos para niños irlandeses en Argentina, la acogida de los huérfanos españoles en Inglaterra, los ambulatorios en los campos de Nicaragua y Guatemala, y más recientemente, las comunidades insertas en América Latina.

Pero lo que siempre ha caracterizado a la misión cabriniana ha sido la colaboración con los laicos de toda condición para realizar las obras o actividades que no podían llevarse a cabo sólo por las Hermanas. Esta colaboración era intensa sobre todo en el quehacer misionero, aunque el tiempo ha demostrado que los laicos colaboradores también han ido asumiendo el espíritu, o sea, el estilo apostólico de las Hermanas Misioneras. Así, cuando la necesidad se hizo más apremiante, también desde el punto de vista histórico y por la rápida disminución de las vocaciones religiosas, casi de forma natural, los laicos pasaron a formar parte de la misión Cabriniana, anticipándose a cuanto Juan Pablo II ha escrito en la misma Exhortación Apostólica:

“Debido a las nuevas situaciones, no pocos Institutos han llegado a la convicción de que su carisma puede ser compartido con los laicos. Estos son invitados por tanto a participar de manera más intensa en la espiritualidad y en la misión del Instituto mismo…”[2]



[1] Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Vita Consecrata”, n. 37

[2] Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Vita Consecrata”, n. 54